Palestina Vs. Israel: del ocaso de un pueblo al surgimiento de otro

APOSTILLAS #32

Federico Sánchez (FS Fedor)

Hace un par de años publiqué este artículo. En ocasión de dedicarle a Israel La XXV Feria Internacional del Libro de Santo Domingo, 2O23, lo republico, sin parcialidad ni mucho menos cualquier atisbo o gesto de crítica ideológica o maximalista o tendenciosa. Veamos:

Donald Trump, gerente del país más poderoso del mundo, militar y económico, da su aprobación a Israel para convertir a Jerusalén en su ciudad capital. Históricamente fundada por David y Salomón, los reyes hebreos mejor conocidos en la antigua historia de esa nación, según ellos, Jehová el Dios Único les concedió ese espacio como una gracia del cielo, llamado la Tierra Prometida. Con el tiempo Palestina ha pasado a ser territorio de nadie o de dos pueblos: los israelitas y los palestinos (éstos también tienen su deidad: ¨No hay otro Dios que Allah, y Mahoma es su profeta¨).

Desde los tiempos de Mahoma, siglo VII D.C, y siendo territorio de enfrentamientos bélicos, en Palestina confluyen intereses que proceden de diversos criterios y egoísmos particulares. Como roedor taladrando constantemente la tierra fértil que rodea el desierto, el conflicto de los judíos y los palestinos, desde 1948, ha devenido más irracional que esperanzador, por la cerrazón que muestran algunas potencias en juego, tratando de preservar sus intereses económicos-políticos-nacionalistas e ideológicos-religiosos.

Hasta el derrumbe del muro de Berlín, los rusos estaban apoyando a los palestinos, colocados éstos entre la franja de Gaza, al Sur-Este -donado por Jordania-, al lado, justo al lado de los israelitas, al Nor-Oeste, adyacente al Mediterráneo -primero arrebatado al Medio Oriente y al otrora Imperio Otomano, y luego donado por los ingleses, que dominaban el área desde la Primera Guerra Mundial.

Hoy son, solamente, los países árabes poderosos (Liga Árabe), quienes no aceptan otra religión (Musulmana o Islámica) en su centro terrenal, aunque desde hace poco tiempo Arabia Saudita ha mostrado disposición de ceder en sus pretensiones fundamentalistas (desde hace tres décadas Egipto cedió reconocimiento al derecho de Israel a un espacio, pero con sus limitaciones, después que Irán, el más occidental de la zona, por su recepción e integración a la vida moderna, le concediera arbitrio de establecimiento a los judíos).

Hace unos años los grupos armados, algunos fuera de la franja de Gaza, se resignaron y optaron hacer un armisticio o tregua de paz durante varios meses: el Movimiento de la Resistencia Islámica -Hamas-, la Yihad Islámica y el brazo armado del Al–Fatah, los brigadistas impredecibles del Al Aksa, todos con la venia de las pasadas autoridades palestinas, y su fenecido Presidente Yasser Arafat y el primer Ministro Abu Nazen, y en cierta forma los dirigentes del Frente para la Liberación de Palestina -FLP-. En tanto Estados Unidos, Francia e Inglaterra, o sea el mundo occidental y cristiano, tanto Católico como Protestante, apoyan incondicionalmente a los judíos, aunque éstos no reconocen a Cristo como su Mesías. Intereses económicos unificados a contrapelo de una cuasi contradicción religiosa.

De igual modo, hay otro inconveniente muy petrificado que incide en el comportamiento guerrerista, a veces rayando en el terrorismo del mundo árabe, jordano y judaico, a saber: la pasión religiosa, que es azuzada a su vez por las aspiraciones nacionales de cada secta: cristianos (del Líbano), beduinos (de Jordania), musulmanes (chiitas, kurdos, sunitas), y judíos (del actual Israel, que fueron expulsados de aquí por el semi-imperio Persa musulmán, Siglo XII, la actual Irán). Hay que aclarar que no todos los árabes son musulmanes; los hay cristianos. Y un gran porcentaje de judíos, a la vez, son de origen árabe. Musulmán es el que sigue la religión mahometana, cuyo libro, el Corán, establece las normas religiosas- conductuales de sus adeptos, como a los judíos y cristianos la Biblia. Los chiitas, kurdos y sunitas se diferencian por la tradición, y según a qué líder histórico del Islam siguen, según la descendencia de Mahoma o del yerno de éste.

Para el mundo moderno este conflicto cobra interés, se hace parte de las preocupaciones del hombre que quiere la paz. Que es inevitable e ineludible. Si los palestinos tienen derecho a la vida, a un territorio libre (libre de aprensiones y presiones foráneas), a formar una Estado o una Nación (de hecho son una Nación, pues conservan sus tradiciones culturales, sus costumbres, su religión, su idioma, al igual que los otrora errantes judíos, que fueron una nación aun en la diáspora), por lo tanto los mismos derechos tienen estos últimos. Pero el sectarismo burocrático, religioso, ideológico, nacionalista, tanto de parte de uno como de otro, imposibilita el diálogo abierto, crítico, fugitivo de la paz. Es actitud árida, por insidiosa, por intolerante, contumaz.

Esa paz puede ser un sesgo utópico, que no imposible.

Después que se produjo el Holocausto, en donde los desmirriados y errantes judíos se convirtieron en ovejas de Hitler, directo al matadero, a las hogueras incesantes, al crematorio que expedía un hilillo de humo con olor a sangre ocre, estampando en el aire las cenizas de la injusticia y la impunidad, de la sinrazón y la barbarie, como recordando los azotes de Atila y acompañados de los rugidos de los elefantes y como si los avatares anticristianos de los primeros siglos de la Nueva Era fueran caricaturas del terror, algunos estados sionistas (Sión es sinónimo de Jerusalén, ciudad de la hoy Israel, que estaba dominada por Jordania y una parte por los palestinos y el imperio otomano hasta la primera guerra mundial) como Francia, Inglaterra y Estados Unidos, en 1948 propusieron e impulsaron un Estado Judío en Palestina, que era su antiguo territorio, tal como lo señala la Biblia, y que habían sido desterrados desde el siglo VII por los árabes mahometanos, con su propio libro a la cabeza, El Corán. En este mismo tiempo éstos se desplazaron militarmente hacia África y Europa, pero fueron detenidos por Carlos Martel (padre de Carlos Magno) en la batalla de Poitiers, Francia (¡Gracias a Allah!), evitando el avance musulmán sobre el mundo cristiano occidental, ya imperante. Los israelitas regresan a Jerusalén, entregada durante las famosas Guerra Santa, Las Cruzadas, a la sazón presididas por Francia. Pero Saladín, el Persa, la tomó de nuevo, siglo Xll.

En 1492 los árabes o Moros finalmente fueron expulsados de España (con el llanto inevitable del Califa Boabdil, que al perder Granada ¨lloró como mujer lo que no supo defender como hombre¨, al decir de la infeliz, más que famosa queja, de su propia madre), dejando esparcidos en toda Europa a cientos de judíos y cristianos árabes. Con el reducto árabe que quedó, luego de su expulsión de la península iberiana, los musulmanes fortalecieron el Imperio Otomano, pero ya reducido al Asia Menor, siendo Turquía su cabecera. El padre de Suleimán (hoy engrandecido éste en una maratónica telenovela, actualmente transmitiéndose por Tele-Sistema, Canal 11), el no menos famoso Selin l, se encargó de administrar Jerusalén desde 1516 (Datos: Historia Universal, Editora Océano, España).

Con la propuesta del mundo occidental, en 1948, de formar el Estado Judío (que a pesar de su errabunda e incesante dispersión, repito, formaban una Nación), los palestinos, lógicamente, pusieron resistencia a compartir su exiguo terruño con los israelíes, que no les eran extraños, pues simultáneamente proceden de la misma raíz hereditaria, en su acepción congénita y de la misma urbe territorial. Sus diferencias, más que de sangre, eran, son religiosas: judíos y musulmanes son incompatibles, como éstos y cristianos en el Líbano, como kurdos y sunitas (heterodoxos) y chiitas (ortodoxos) en Irak (éstos últimos seguidores de Alí, yerno y único descendiente de

Mahoma, éste autor de “El Corán”, su único e impositivo libro sagrado; aunque el ya “malogrado” Saddam Hussein -sunita- también se proclamó como otro descendiente, para engatusar a los Chiitas, hoy gobernadores de ese oriental país, a contrapelo del todopoderoso EEUU, que simpatiza con los kurdos, que son más liberales políticamente, aunque más tradicionales en la orden sacerdotal Shánica, que también ocupan un mismo territorio, pero no congenian, a pesar de tener la misma ascendencia histórica y sanguínea. La intolerancia de matiz religioso de unos, se vuelve irracionalismo categórico en el postín nacionalista de los otros).

Principalmente la diferencia entre unos y otros es de matices religiosos, como las sectas protestantes del cristianismo, aunque éstas son menos radicales o más tolerantes.

Todo por la causa del fundamentalismo obsesivo, que en el caso del Islam es muy militarista y, a la vez, una orden religiosa estimulada por una ortodoxia exclusivista, universal, portadora de la “verdad única, trascendental”; en tanto Israel es más proclive a la guerra en defensa de su terreno, más que a la religión, pues son más tolerantes en ese aspecto, sin dejar de reconocer que los judíos, que no aceptan a Jesús, son más radicales que los cristianos.

Pero ambos métodos belicistas utilizados son terroríficos. Israel no cede por temor a que colonias emigrantes palestinas les invadan y abarquen todo su entorno, de ahí sus detestados y aborrecibles muros de contención extendidos en la frontera, principalmente en Gaza, como en los insufribles tiempos de la Alemania socialista, con El Muro de Berlín. Símil poco loable, y que no le va a estos actuales judíos, pues la historia no debe repetirse como una “farsa” o comedia barata, sino para corregir errores.

Los palestinos con El Corán, y los judíos y cristianos con la Biblia (con el viejo testamento, el primero, con el nuevo testamento, el segundo), podrían convivir pacíficamente si se los proponen. Entre ambos libros hay muchas coincidencia de comportamiento, de códigos religiosos, de actitud para con la vida. El elevado índice de afinidad en las costumbres, la religión y la idiosincrasia de ambos pueblos es muy aproximado (una lectura rápida, comparativa, de ambos libros nos lo demuestra), aunque con un dejo de incongruencia debido al distanciamiento que antes de 1948 habían tenido.

Se puede asegurar que cuando Mahoma escribió El Corán ya tenía conocimientos amplios sobre el contenido de la Biblia; aunque han asegurado que este líder religioso acuñaba un alto índice de analfabetismo, lo cual dudo (si se me permite la duda metódica cartesiana).

De modo que observándose estas afinidades de judíos y palestinos, se podría colegir, sin apasionamiento y basado en criterios reales, que el conflicto prorrumpió principalmente por la intransigencia de varios estados árabes opuestos a la conformación de una nación judía: Libia (que fue la propiciadora principal del terrorismo palestino), Egipto y Siria, llevaron la voz cantante. Luego Egipto tomó una actitud menos exclusivista. Los israelitas, desde entonces, mantienen una lucha campal con estos estados. La última ofensiva y contraofensiva de “Los hijos de Jehová” se produce desde hace varios meses frente al grupo guerrillero Jebolah, del Líbano (donde viven miles de cristianos que los judíos no respetan), y donde Israel ha demostrado su implacable poder bélico, sobre todo con sus archifamosas bombas volátiles multi expansivas.

Desde que el malogrado presidente de Egipto (Anwar al-Sadat), con su inteligencia pacifista, concertó acuerdo con Israel en busca de la tranquilidad del Cercano Oriente (quizás por eso lo asesinaron) la situación se calmó, resurgiendo de nuevo en los 90’s. Ahora es Israel que no quiere reconocer un Estado Palestino en términos decorosos, y expande colonias judías a lo largo y ancho del muro gazeano, más grueso y gozoso que el Muro de Jericó. Craso error; eso evitaría una paz permanente y mantendría el conflicto, pues tiene de frente al Hamas, brazo armado del Frente, gobernando constitucionalmente el cuasi estado palestino, otro desliz para el todopoderoso EEUU (como el desliz de los ganadores chiitas en Irak, en las pasadas elecciones).

La sinrazón de Israel de no reconocer un territorio libre para los palestinos, o un Estado Soberano, ha llevado a los extremistas palestinos a utilizar la violencia como método de lucha, aunque se veía un Yassert Arafat, otrora líder de la Autoridad Palestina en vida, amarrado entre éstos y los exigentes judíos y compelidos a que detuviera ese método. La falta de un Estado Palestino, con instituciones democráticas, coparticipativas, y un Poder Judicial independiente, es lo que ha impedido, además del ideal religioso, a que en Palestina no se logre la paz. Los extremistas palestinos están en su agua, como el pez en la profundidad o la superficie, da igual. No tienen un Estado de Derecho sólido y un régimen de derecho al que obedecer. En la medida que en Palestina se logre un Estado Soberano independiente, sin el acicate del nacionalismo trasnochado, asimismo el terrorismo quedará subjúdice, al menos ilegalmente, y no tendrá apoyo de la población, que sí busca la paz, y son la mayoría. Pues los extremistas forman una minoría (que no dejan de tener también su derecho a la sobrevivencia), que quedarían aislados si se procede a un reconocimiento de un Estado Palestino por parte de Israel, quien inmisericordemente ha tomado el derecho a la represalia, a mansalva e indiscriminadamente.

Si Hamas cede, con el apoyo que le han dado sus conciudadanos, probablemente Israel se vea compelida a ceder, y es que el problema de los descendientes de David no es que no le acepten su religión en todo el Medio Oriente, sino que los dejen “vivir y convivir” en su “Tierra Prometida”.

En cierta forma y medida, los medios de comunicación presentan las dos caras de la moneda que propugnan por una perpetua paz y los dos lados terroristas, de ambas naciones, que obstaculizan la conciliación de dos pueblos que fácilmente pueden convivir juntos, ya que una larga tradición homóloga los identifica, como el original y el facsímil de un documento histórico.

El otrora embajador Ad Hoc de USA, Collin Power, pudo verse como un enviado prefabricado, y podría haber presentado el lado amable de Israel, al ser éste si no sujeto de inmolación, al menos mártir en el Holocausto hetleriano. El objetivo era tratar de acercar, de sobrellevar o acicalar una paz que hoy día pierde brillantez y se hunde cada vez más en el pantano de la injusticia. A ambos pueblos se les hace imposible poder salir a flote en estos tiempos de angustias y sordidez, probablemente lo peor del existencialismo humano.

Ni siquiera la subsiguiente embajadora, Condoleezza Rice, logró los objetivos propuestos. El irracionalismo y la incomprensión, tanto de las víctimas como de los victimarios, de ambas partes, no podrán ser ocultados por un portafolio consular, por nadie de traje oscuro, corbata gris y cuello blanco. Ojalá los partidarios en nuestro país (el “Comité Pro–Defensa del Pueblo Palestino” y las “Asociaciones Domínico- Israelíes”) no se abroguen el derecho de tener la razón, sin comprender que ambos pueblos tienen razón en sus derechos pariguales.

Aparentemente la nueva embajada representa a las dos partes racionales, pacifistas de los dos pueblos, mediando un arreglo armonioso e igualitario, difícil de lograr, e integrarlos a un mundo de institucionalidad, respeto a los derechos humanos, el libre albedrío de las ideas, de la libertad, la democracia, la justicia y la equidad social (ideas con las que ambas religiones, la judía-cristiana y la musulmana, no “comulgan” mucho. Quizás exagero. Ojalá; y tanto Yahvé y/o Cristo como Allah así lo quieran; y que nunca sea lo contrario).

En tanto, los guerreristas de ambas partes, incentivados por pasiones religiosas, nacionalistas o intereses económicos y políticos, matizados por una ideología intransigente, fundamentalista, atiborran el camino de la discordia, para que se impida allanarlo con cordura y moderación.

Resumiendo:

Si Donal Trump ha reconocido a Jerusalén como capital de Israel debe ser por intereses económicos o por los votos electorales flotantes para las próximas elecciones o por restitución histórica. David y su descendiente inmediato, Salomón, convirtieron esa antigua ciudad como capital de su reino. Desde Moisés, ésta y la Judea cananea, fueron ciudades importantes de la ¨Tierra Prometida¨, según narra la Biblia, y los romanos, cuando las convirtieron en las dos principales ciudades-colonias del Oriente Cercano, las conservaron hasta el Siglo Vll, reconquistada por occidente durante Las Cruzadas -Guerra Santa-, luego conquistada por los persas; Saladino se la apropió en 1291, y de nuevo conquistada y reconstruida por El Sultán Selin l, en 1516, haciéndola parte suya del expansivo Imperio Otomano.

Si los romanos les quitaron Jerusalén a los hebreos -siendo Herodes y Pilato los más reconocidos personajes desde entonces- y los-persas-sirianos se la quitaron a éstos, que a su vez los otomanos se encargaron de seguir administrándola, para luego Inglaterra, con el apoyo de Francia, reconquistársela a los musulmanes otomanos (Turquía sigue una línea religiosa diferente a la de irán, pero ambas desde Mahoma), que a su vez se la restituyeron a los hebreos, entonces ¿a quién le pertenece Jerusalén?; ¿a los palestinos, que la reclaman como suya, sin que dejen de tener su derecho, por el hecho de vivir en ella cientos de años o a los israelitas, que históricamente son los fundadores?

Es difícil decidirse por uno o por otro.

De todo modo, a raíz de este conflicto, el ocaso de la desgracia, de la herrumbre, de la inmigración mundial, del sufrimiento holocáustico, de la trayectoria inmarcesible, del amor hacia el trabajo de un pueblo, como el judío, se convirtió en el comienzo de esos mismos pesares para el pueblo Palestino. Sólo nos resta decir, tomando las palabras de Octavio Paz, parafraseando al poeta surrealista francés Andre Breton, que si antes del 1948 el mundo le debía una reparación al pueblo judío, hoy este mismo pueblo y el mundo le deben una reinserción a los palestinos. Que así sea. Que Dios lo quiera. Que nunca lo contrario. Inch Allah.

El autor es…

-Periodista, Publicista, Cineasta, Catedrático (UTESA, O8M…).

-Cultor literario: poeta, narrador, dramaturgo, ensayista.

-E-mail: anthoniofederico9@gmail.com.

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