MIS CREACIONES LITERARIAS… La Ariádnida …el mundo que alucino cuando sus ojos me miran

Federico Sánchez -FS Fedor-

DEL POEMARIO DEL 2023

10ma. Alucinación.

Ariadna

parecía, parecería una luz; sé que sería tangible, que querría querer ser atrapable sin que ella quisiera poner objeciones. Ella proyecta una luminosidad lechosa, granadina, rosalba, que llega a mis ansias, a mis encuentros con la lujuria; se filtra entre la sordidez de mi alma y en la estepa solitaria de mi piel y su pelambre asombrosa, y la veo como en un sombrío riachuelo, en un caudal del río, con su cuerpo desnudo, con su torso tibio, con sus senos de seda, no tanto por sedosos, más bien por su calidez, y quizá por mi mente quisquillosa avanza en cuclillas; ella se hunde en mí, como en un fango meloso, y yo ahí, subiendo, bajando, como por un hilo de seda, un cordón umbilical, por sus ligeras, aprehensivas caderas, por sus praderas en karmas;

pero vivo apegado a la tierra para no ahogarme de tanta ligereza, de tanta concesión, de su honda liviandad, y todo lo que yo quería era, es, levantar en altos los puños y maltratarme, por tanta debilidad, porque mi cabeza no sabría qué hacer; sufre; sufro; respira; respiro; ya a estas alturas, así, inmensas, en tanto delicadas para mí, están las cosas; porque Ariadna es la mujer que me solivianta, que, altiva como la palmera, ahonda mis profundidades libidinosas y bestiales, como una pantera negra, de África o de América, y me profetiza una canción de amor, insidiosa o profana; tiene un retórico proceder frente a las cosas, que como catálogo normativo, dossier de sabiduría, inventa los cimientos de la juventud, para que el adolescente no se maltrate con su vista, al mirarla;

y si me mira otra vez, se despliega en mí, ante mis ojos, en la vertiginosidad del orbe intranquilo, como un fuego, frío o caliente, al bajar el sol y la luna, ambos centrifugados, al confrontarse un río y sus afluentes y el fuego fatuo de la ilusión, al contraponerse la ráfaga virtual de los vientos alisios y la vulcania de la montaña más cercana; mas si me alejo sucesivos efluvios de aroma detienen mis pasos; y ya no hay forma ni vida que encaminen distracciones, pues todo lo abarca, todo lo sugiere, toda convivencia me es imposible si no están sus ojos; porque sus ojos son ascuas de un amanecer tranquilo, viñedo de la hartura emocional, y asimismo el mar, los prados, la llanura, la ciudadela, el campestre rocío y todas las ternuras que se logra cuando ella suspira, tose, grita o canta sus ilusiones, y como en un alba rompiendo la noche, se transfiguran;

o simplemente me mira; y desde ese momento ya todo lo posible me atosiga: un sueño con antojos de canonjía, su Alter Ego que me sustituye, como una sombra en la pared, y aquellos ojos negros, claros, que insisten en protegerme o prodigarme o subsumirme, convertirme en otro, en un espejo, la silueta que brinca y desaparece en la oscuridad, y todo lo demás que, invertidos, parecen espectros fabulosos: una lona que me cubre del sol, o de la lluvia, un árbol gigante que me empuja hacia sus sombras para atraparme entre sus ramas; y con esas sombras vienen acuáticas olas azules envueltas en celofán de lana, y remolinos de trigales incinerados, simulando ser panes dorados, y rayos o relámpagos fugitivos abriendo paso a sus pasos que vienen hacia mí, hacia mis ojos, como destellos que explotan en mi frente, atemorizando mi estancia y mis temores,

y un amuleto negro se vira en tornasol como orificando su virtud, que es ramificado ramo de olivas, un ángel que es luna, que es sol, que es viento, que es olmedo encendido a la luz del alba, una loba solitaria, el viento girando alterno a las cuatro estaciones del año, un cuerpo femenino que camina sobre las brumas como si el sur o el norte no existieran, como si un bosque de sal y pimienta alucinaran como alucino yo cuando la veo como la veo: esbelta pero admirada, intrigante pero cautiva, impoluta pero deseada;

y si camina sobre las nieves se vuelve viento en su terneza, soplo en su remolino suntuoso, aspas giratorias en sus grados de obsesión lumínica, y a veces cierro los ojos para no ver, pero algo me impulsa a abrirlos, una fuerza automotriz, imposible pero real, como un dinamo, un roedor apurado, un reactor impulsado por un tractor, como el ímpetu del amor desahuciado; entonces, pobre de mí, veo sus ojos, inmensos como la noche, lozanos como el diamante, irreversibles como la luz de la luna; y me acobardo;

feliz, pero cobarde al fin; qué duda cabe, y es que en Ariadna se conjugan todas las abstracciones líquidas; pues fluye como un manantial recorriendo matorrales que se subyugan a su encanto, y bosquejos que inclinan sus ramajes a sus pasos, y alamedas que nebulizan la estancia a su andar, y valles que ruborizan el cielo cuando ella lagrimea, y prados que enverdecen la tarde tan sólo con sus suspiros, y montañas que ruedan tierra abajo cada vez que ella tose, y por todo ese conjunto, conjuntamente con ellos, ella, acuática al fin, se derrama, se desborda, salpica, se vierte, penetra, se filtra, gotea, inunda, rocía, anega, chorrea, exuda, y mana el maná del cielo aquí en la tierra;

y es que Ariadna es un orbe alucinante, un sol de espejos, el ovillo de la pasión, laberíntico, entretejido sin dolor ni dolo; y es por eso que, al final de la noche, la sueño, profunda, íntimamente; y trato de anular su mundo de sueños, que es el único camino hacia mi despertar; hacia la paz; sólo así podría irme, liberarme. Soñar, pero despierto. Soñando feliz otra vez, pero frente a sus ojos claros. Alucinado.

El autor es periodista, publicista, cineasta, catedrático en O&M, UTESA.

Escritor: poeta, narrador, dramaturgo, ensayista.

E-Mail: anthoniofederico9@gmail.com.

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