Por Claudio Acevedo
Cuando el estimado amigo Alejandro Arvelo me cursó la invitación para la puesta en circulación del poemario de su amada esposa Ninoska Velázquez, me llamó poderosamente la atención el muy singular nombre de la obra, titulada Palabras que Danzan.
Inmediatamente me figuré en la imaginación un grupo de palabras en movimiento, que se contorneaban al compás de hermosas notas musicales y formando una coreografía armoniosa, solo perceptible para espíritus muy sensibles.
Como la danza, se podría decir, que es parte de las poesías de la música, se puede colegir que por oficio, dedicación, amor y vocación, Ninoska estaba a un paso de la exquisita versificación de la palabra, de ahí que el tránsito de la danza a la escritura de este poemario fue una evolución natural, por ley de proximidad y gravedad.
También pensé, si no era que Ninoska nos estaba preparando y ofreciendo con su danza un exquisito anticipo para que, posteriormente, bailáramos con ella la otra danza que estaba por venir: la de las palabras de Palabras que Danzan.
Por la obviedad del símil, no era difícil intuir que quería extrapolar a otra dimensión el arte de danzar con gracia y belleza, extendiendo estas virtudes a la creación de un poemario donde las palabras dibujan mundos alternos, sin ambiciones desaforadas, con menos desviaciones del libre albedrío, y donde el hombre no es un lobo para el otro, como soñaba Herman Hesse en su Lobo estepario.
A través de sus poemas, que más que inspiraciones aleatorias, parecen el parto de profundas reflexiones y meditaciones, la autora nos invita a sumergirnos en una realidad más humana y receptiva al dolor ajeno, a desmarcarnos de los individualismos feroces, construyendo una visión del mundo donde la magia de la palabra puede ayudarnos a ser mejores terrícolas.
Al disfrutar la lectura de estos poemas, tuve el dilema de con cuál Ninoska quedarme; si con la que ha sabido hablar y transmitir sensaciones y emociones con la danza o con la que ha dado vida a las palabras y las ha puesto a bailar, encantadoramente, en la obra de referencia. Pero el dilema ser resolvió al quedarme con las dos, para no perderme ni la una ni la otra
Palabras que Danzan son textos danzantes alrededor de la vida y lo indescifrable de sus misterios, de momentos de alegría que se intercambian o se yuxtaponen con los de la tristeza; son danzas escritas para ser bailadas en los vericuetos de la imaginación, palabras que toman todos los colores de la acuarela del vivir en múltiples facetas. Son una exposición lirica de las veleidades de la naturaleza humana, de sus inconstancias más criticables y sus desanclajes afectivos, de su renuncia a las certezas para ir detrás de incertidumbres aventureras.
Palabras que Danzan nos conecta con la riqueza lirica del mundo interior de Ninoska Velázquez y sus enigmas, con sus anhelos más profundos y su rebeldía ante los dictados inaceptables, pero irrevocables del destino, con los cuales, al final llega a conciliarse.
Que las palabras se pongan a danzar, en vez de guerrear y zaherir; que las palabras dancen en una maravillosa conjunción con la música, que dos artes se fundan en uno para producirnos un sublime goce estético que nos lleva por mundos mágicos, es lo que ha conseguido Ninoska con el poemario que comentamos.
De modo, que con la publicación de Palabras que Danzan, asistimos ahora al baile con la música de las palabras, a las conexiones profundas entre música y letras, a una alquimia de emociones imbricadas, entrecruzadas, oníricas, que arrancan aplausos.
El poemario es el gran escenario donde la protagonista explora universos lúdicos, donde toda su corporalidad, las manos, los pies en puntillas, las miradas, las expresiones, los gestos, ceden el espacio al sentir del ritmo de la palabra en el alma. ¡Y de qué manera lo supo hacer!
Por eso, habría que preguntarle a Ninoska cómo es que la palabra se vuelve música y la música palabra, cómo es que logró de venir de actuar ante del ojo del espectador a meterse más allá de lo que nuestras cavidades ópticas pueden ver.
Para responder a esta interrogante, quizás el contexto paisajístico puso su parte en el texto, para ayudar a la visión mágica del mundo de Ninoska, pues, desde su hogar, se divisa una vista excepcionalmente inspiradora de la ciudad, donde las olas del mar también se ven danzar en la lejanía, en un vaivén de espumas breves que aparecen y desaparecen.
Para finalizar, debemos dar gracias a Ninoska Velázquez por hacernos cómplices, literariamente, de sus historias, de sus intimidades filosóficas, experiencias vivenciales, emocionales y espirituales, enriquecidas con el toque hechizante de la metáfora, en fin por hacer de su vida una inspiración, una poesía danzarina.
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