Alejandro Asmar
En las horas duras y difíciles de las definiciones, cuando la conciencia nos invoca y la patria en peligro nos llama, es cuando debemos decir presente y asumir el compromiso de ser dominicano, para que merezcamos el honor de llevar ese gentilicio.
Si la Republica Dominicana es realmente la tierra de nuestros afectos, de nuestras raíces, de nuestros valores, sueños y desvelos, es la hora de demostrarlo, alineándonos detrás de nuestro presidente Luis Abinader y de nuestras Fuerzas Armadas, en la defensa de Quisqueya, asumiendo los sacrificios que sean necesarios.
Las Fuerzas Armadas es la patria uniformada, garante de nuestra soberanía nacional, por lo cual no merece los frecuentes episodios de irrespeto a su autoridad que afectan su integridad y moral de lucha, en momento en que hay que subirla. Ahora que bajo las directrices del comandante supremo de la Republica y de las FF.AA., se ha pasado del dicho al hecho, no caben desacuerdos o recriminaciones de forma, cuando en el fondo todos estamos a unanimidad.
Por eso, quien se atreviera a oponerse a las valientes medidas tomadas, no estaría oponiéndose a unas políticas que estimara equivocadas, sino a la Patria misma, fundada por Duarte, Sánchez Mella, Luperón y otros patriotas.
Sin distingos de banderías políticas, ideologías o creencias religiosas, la patria solo nos pide que no la dejemos perecer en los brazos de la indiferencia, la indolencia y la inacción. Por eso, es de buen dominicano rechazar el sectarismo, el oportunismo y el divisionismo.
Ningún interés sectorial o individual puede estar por encima de la patria. Ni el interés de los constructores que han extranjerizado la mano de obra nacional en aras de obtener pingües beneficios. Ni el de los productores de huevos que se financian con el sobrecosto que le aplican al consumo nacional para subvencionar sus exportaciones al vecino país a un precio mucho menor para el que lo compra en otro lado de la frontera. Tampoco puede sobreponerse, al interés colectivo, la haitianización de las labores agrícolas por las mismas razones pecuniarias.
Sembremos el país de pequeños huertos que aprovisionen nuestras mesas como antes. Volvamos a la cultura llana del trabajo honrado que hizo profesionales y cambió la calidad de vida de miles de barrenderos, limpiabotas, trabajadoras de oficios domésticos…
En este orden, es bueno que los dominicanos menos formados regresen al trabajo simple y ambulatorio con el que miles se ganaban el pan de cada día. Así sacaríamos de nuestras calles a igual número de extranjeros que llenan nuestras vías como fruteros, fritureros, coqueros, dulceros, tricicleros, plataneros, vigilantes, limpiadores, vendedores diversos, y ya hasta choferes del transporte público, etc.
No cedamos espacios productivos para que sean ocupados por futuras quintacolumnas que mañana se volverán contra los dominicanos y contra el país que les da albergue. Propicia es la ocasión para que se aplique el 20 % que permite la Ley como mano de obra extranjera y regrese el 80 % de la mano de obra nacional al trabajo criollo y así cubrir el déficit ocupacional dejado por el abandono extranjero.
Los hombres y los pueblos se crecen y desarrollan todas sus potencialidades en tiempo de crisis, y el pueblo dominicano ha demostrado en otros tramos difíciles de su historia que sabe reinventarse y readaptarse para salir adelante.
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