La actitud de los gobiernos frente a la creciente inflación y la deuda es alarmante, especialmente en Estados Unidos.
En medio de una crisis inflacionista, los gobiernos, particularmente el de Estados Unidos, están desestimando las advertencias críticas, sumergiéndose más en la deuda y potencialmente preparando el escenario para futuras repercusiones económicas.
La actitud de los gobiernos frente a la creciente inflación y la deuda es alarmante, especialmente en Estados Unidos, donde se han ignorado todas las señales de precaución. Contrario a las medidas recomendadas en períodos de inflación, como la reducción de gastos para mitigar el alza de precios y anticipar un incremento en los costos de endeudamiento, la administración actual está tomando un camino riesgoso, acumulando deuda a niveles históricos.
Esta situación gesta una crisis de deuda cuando inversores, incluso los más prudentes, rechazan aumentar sus carteras con bonos soberanos deficitarios. Ante este rechazo, los bancos centrales podrían optar por adquirir estos bonos no deseados, exacerbando el problema inflacionario y agravando las pérdidas en sus balances financieros.
El descontrol fiscal y monetario visto en 2020 ha dejado secuelas complicadas. Ya se observan pérdidas en los activos de bancos centrales, una carga que recae finalmente en los contribuyentes. En este escenario adverso, los bonos del Estado, que han mostrado un rendimiento terrible en 2022, proyectan más resultados desalentadores en 2023. La deuda soberana, por su parte, sigue creciendo desmedidamente, desoyendo la masiva cantidad de vencimientos que se avecinan en 2024 y 2025.
Un ejemplo contundente es la deuda nacional de Estados Unidos, que se elevó en 550.000 millones de dólares en un lapso corto. Con una deuda que saltó de 31,4 billones de dólares a 33,5 billones en cuestión de meses y un rendimiento del Tesoro a 10 años que pasó del 3,7 % al 4,6 %, la situación es precaria. Es más, hay un muro de vencimientos de 500.000 millones de dólares en 2025, y se prevén vencimientos de deuda pública por 7,6 billones de dólares en el próximo año, una estadística preocupante subrayada por Goldman Sachs.
Esta imprudencia fiscal sucede mientras las tensiones geopolíticas escalan y las posesiones del Tesoro por parte de países como China y Arabia Saudita decaen. En este frágil contexto, confiar en que el mundo absorberá los desequilibrios fiscales de Estados Unidos o que la Reserva Federal asumirá la compra de bonos necesarios, parece una estrategia extremadamente imprudente y potencialmente devastadora para el dólar.
Estos desequilibrios no son exclusivos de Estados Unidos; otras naciones desarrolladas enfrentan déficits enormes, y la combinación de tipos de interés crecientes, pérdidas bancarias y próximos vencimientos masivos es un fenómeno global, especialmente palpable en la zona euro.
La depreciación monetaria iniciada en 2009 se intensificó en 2020, con gobiernos erosionando la fuerza de sus monedas para encubrir sus déficits, mientras la inflación consume los ahorros y los ingresos de los ciudadanos. En esta turbulencia, los bonos soberanos fallan en proteger a los inversores.
En lugar de asumir los riesgos, los gobiernos optan por estrategias que despojan indirectamente la riqueza de los ciudadanos a través de tipos reales negativos o pérdidas en los bonos. Frente a la inflación persistente y la posible reanudación de la flexibilización cuantitativa, el oro emerge como un refugio seguro, presentándose notablemente subvalorado en comparación con su histórico poder adquisitivo y en contraste con las monedas fiduciarias. En el actual clima de deuda y riesgo geopolítico, invertir en oro parece una de las pocas certezas en un mundo repleto de incertidumbres.
israelnoticias.com
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