Una semana bastó para que el segundo mayor intermediario de intercambio de criptomonedas, FTX, pasara de estar valuada en 32 mil millones de dólares a acogerse a la protección por bancarrota de la ley de quiebras en Estados Unidos, y a ver cómo sus activos perdían todo valor.
Según se sabe, el súbito derrumbe de la empresa se debió a la revelación de que su hasta ayer presidente ejecutivo y principal accionista, Sam Bankman-Fried, usó fondos de los clientes para hacer operaciones de alto riesgo a través de su compañía de inversiones, Alameda Research.
Por la importancia de FTX en este mercado, su caída arrastró al valor de estos activos digitales: el mejor cotizado y más conocido de ellos, bitcóin, tuvo descalabros que lo llevaron a un piso de 16 mil 674 mil dólares, no visto desde hace dos años, y borró las expectativas de que en el corto plazo logre recuperarse del deterioro sufrido a lo largo de todo 2022. Como señaló el presidente ejecutivo de Binance (principal trader cripto y hasta hace una semana mayor rival de Bankman-Fried), Changpeng Zhao, que FTX caiga no es bueno para nadie en la industria, y no debe verse como una victoria para nosotros, pues la confianza de los usuarios se ve severamente sacudida
.
Más allá de sacar a la luz malas prácticas en un sector supuestamente basado en la confianza que brinda la tecnología detrás de las criptomonedas (la blockchain o cadena de bloques), la suerte de FTX es un recordatorio de la cautela que inversores individuales e institucionales deben tener al depositar sus recursos en activos altamente volátiles y cuyo funcionamiento aún no es bien entendido por todos los participantes. Quizás el ejemplo más conocido de los riesgos a los que se hallan expuestas las inversiones en estas divisas
sea el de El Salvador, país que ha perdido más de 60 por ciento del valor de sus reservas que empleó en la compra de bitcóin. Pero hay indicios de que el problema podría afectar a millones de personas en todo el mundo a medida que crece la aceptación de estos activos, en particular entre los más jóvenes: una encuesta encontró que 43 por ciento de las personas nacidas entre finales del siglo pasado y la primera década de éste ya tiene inversiones en criptomonedas, y que 46 por ciento las ven como parte de su plan de pensiones.
Si bien el volumen de capital invertido en criptomonedas aún no es tan grande como para causar un efecto global semejante al de las quiebras de grandes bancos, sí representa un factor adicional de inestabilidad e incertidumbre en momentos en que la inflación golpea con fuerza y se avivan los temores de que las restricciones monetarias desplegadas para contenerla desaten una recesión en los próximos meses. Tampoco pueden despreciarse los impactos directos de un desplome del sector cripto en otros ámbitos: por ejemplo, en menos de dos años, las plataformas de criptomonedas han gastado más de 3 mil millones de dólares en patrocinios deportivos (tanto a equipos como a jugadores), muchos de los cuales podrían ahora quedar en el aire.
El principal problema con la masificación de estos instrumentos es que se les ha tratado como si fueran acciones bursátiles o reservas de valor, cuando no lo son ni están diseñadas para serlo. Por ello, es urgente que las autoridades trabajen tanto en el diseño de regulaciones efectivas como en campañas de difusión para informar a los ciudadanos acerca de las características, el potencial y los riesgos de las criptomonedas, al tiempo que sus usuarios deben extremar precauciones al poner sus ahorros en activos que pueden arrojar grandes ganancias, pero también pérdidas catastróficas.
(Editorial La Jornada)
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