Nagorno Karabaj: el fin

Maciek Wisniewski

A estas alturas ya era sólo una cuestión de tiempo. Desde que en 2020, casi exactamente hace tres años, Armenia y las fuerzas autónomas de la republiqueta de Artsaj constituida en Nagorno Karabaj (NK) −una región montañosa en Cáucaso que en 1991 se declaró independiente de Azerbaiyán − sufrieron una derrota a manos de las fuerzas azeríes en una sangrienta guerra de 44 días, los armenios étnicos allí, esta vez sin el apoyo directo de Ereván y sin ninguna posibilidad de enfrentar al poder de Bakú, vivían en tiempo prestado.

Finalmente, después de 32 años, la existencia del NK, tal como la conocíamos: un enclave separatista mayoritariamente armenio constituido sobre un territorio considerado por los armenios como su patria ancestral, pero internacionalmente reconocido como parte de Azerbaiyán, llegó a su fin. La semana pasada la nueva ofensiva azerí −una operación antiterrorista para reintegrar a NK a Azerbaiyán−, en 24 horas puso de rodillas a la raquítica milicia de Artsaj que, como parte del acuerdo de alto al fuego, depuso sus armas y decidió de disolverse. Unos días después las autoridades civiles de Artsaj igualmente proclamaron la disolución de su república independiente de facto que dejará de existir formalmente el 1º de enero de 2024.

Literalmente era el último empujón. Gran parte de NK −alrededor de 75 por ciento− ya fue conquistada por Azerbaiyán o cedida a este país después de la guerra de 2020. El ejército armenio, afectado por las pérdidas, se vio obligado a abandonar el conflicto, luchando incluso para repeler las incursiones a la Armenia propia. Según el armisticio mediado por Rusia en 2020 −algo que en su momento fue visto como una gran victoria de su diplomacia−, Moscú desplegó una fuerza de mantenimiento de la paz de unos 2 mil efectivos para garantizar el statu quo. Pero la influencia rusa y su soft power en la zona postsoviética −siendo el conflicto en NK uno de los legados de la disolución de la URSS− disminuyó drásticamente, para usar un eufemismo, a raíz de la guerra en Ucrania, cosa que precisamente envalentonó a Azerbaiyán y a su principal aliado, Turquía.

Midiendo así las aguas y después de haber visto cómo los rusos no han hecho nada en diciembre pasado cuando los azeríes bloquearon el corredor de Lachin, la única conexión de NK con Armenia −una medida descrita como una intención de provocar un genocidio y un matar de hambre a los armenios karabajíes− Bakú, también ante la indiferencia de la, ¡ejem!, comunidad internacional, sobre todo de la Unión Europea (UE) enamorada del gas azerí y los Estados Unidos que recientemente trataban de ”jalar” a Armenia a su órbita con promesas vacías, optó por hacer su movimiento. Todo esto se veía venir desde hace meses.

En pocos días ya casi 90 de 120 mil habitantes de NK que todo el año sufrían escasez de alimentos, medicinas y electricidad decidieron huir a Armenia. Si bien el decreto de la disolución de la República de Artsaj llamó a su población a familiarizarse con las condiciones de reintegración presentadas por Azerbaiyán y a tomar una decisión independiente e individual −algo que oficialmente repite también el gobierno en Ereván−, para la mayoría de la gente hay una sola opción.

No sólo las promesas de Bakú de garantizar sus derechos no suenan verosímiles −los propios azeríes los tienen pocos: el régimen de Ilham Aliyev, el nuevo socio confiable de la UE en materia energética, está aún más abajo de los índices democráticos que la propia Rusia de Putin− sino que, dada toda la historia común de ambos países, la intención, como siempre, es de realizar una limpieza étnica −el bloqueo era una medida preparatoria para ello− y repoblar la región. Desde luego los azeríes han sido expulsados de NK en los 90 por los armenios y tal vez toda esta historia sería sólo el viejo ojo por ojo si no fuera por la persistente sombra del genocidio armenio a manos de los turcos.

Si alguien piensa que esto ya es el fin, mejor que lo piense dos veces. Desde hace tiempo Azerbaiyán muestra intenciones de avanzar hacia la propia Armenia, sobre todo hacia la provincia sureña de Syunik, en este momento inundada por los refugiados de NK. Según los azeríes Zangezur occidental (Syunik) fue injustamente separada de Azerbaiyán en tiempos de la URSS, algo que no sólo tiene un significado simbólico, sino una dimensión muy práctica: con esto se interrumpió la conexión geográfica entre la parte principal deAzerbaiyán y su enclave azerí de Najicheván, que hasta hoy en día permanece como una isla separada por el territorio armenio.

Najicheván estaba conectada con Azerbaiyán por carretera y ferrocarril en la época soviética, pero ambas conexiones fueron cerradas cuando estalló la guerra por NK. Y si bien en años posteriores Bakú trataba de usar el estatus de Artsaj como una ficha de negociación para la cesión de un corredor a través de Armenia, Ereván lo veía como una clara violación a su soberanía. Ahora con la cuestión de NK resuelta, la impulsión de una conexión terrestre (léase: una guerra con Armenia), no es nada improbable, sobre todo dado que le daría a Azerbaiyán también una conexión directa con Turquía, su principal aliado y pueblo hermano.

El mismo Erdogan −quien acaba de visitar el enclave y elogiar la gran victoria militar de Bakú en NK− es un gran impulsor de la reconexión de Najicheván con Azerbaiyán, algo que, junto conAliyev, ven como empujar las cuestiones regionales en una dirección correcta. Esto no se acaba hasta que se acaba.

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