El Gobierno y el gran vicio de llegar tarde a todas partes

Marien Aristy Capitán

Vestidas con un fétido traje color marrón, las playas pierden todo el encanto cuando las arropa el sargazo. Preocupado por ello, el presidente Luis Abinader ofreció un millón de dólares a nueve universidades que hacen investigaciones para darle un manejo integral a esas algas.

La promesa fue servida el 25 de abril pero “la burocracia se mueve un poco más lento de lo que pensábamos”, a decir del rector de Intec, Julio Sánchez Maríñez, quien explicaba el martes pasado que la lentitud en la erogación de esos fondos ha retrasado los trabajos que se llevan a cabo en la “Red Universitaria de Sargazo”.

Si en cinco meses y dos días no han aparecido esos chelitos, que servirán para cosas tan impresionantes como lanzar un satélite para darle seguimiento al sargazo y ver por dónde viene, cuesta imaginar lo que aún estará pendiente de todo lo que ofrece el Presidente, ya que es el señor generosidad allá donde va.

Pero, ¿Cómo quejarnos del retraso cuando vivimos en una sociedad que siempre llega tarde? El almuerzo del Intec, por ejemplo, empezó con una hora de atraso porque casi todos los comensales fueron impuntuales. Esa dejadez, que se replica en los procesos, nos impide avanzar. Y es que, lejos de respetar, somos zares a la hora de justificar. Cambiemos el chip.

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