APOSTILLAS #19: ¡Qué barbaridad!, la política por motivos económicos y no ideológico-social

Federico Sánchez  (FS Fedor)

El malhechor social o antisocial, llámese delincuente, asaltante, ladrón, facineroso, forajido, bandido, salteador, etc., cada vez más abunda en la sociedad. En la medida que aumenta la población, crecen los que delinquen. Y mientras los gobiernos no se apuren en resolver las dificultades, como la debilidad de la educación preuniversitaria, el desempleo masivo, el crítico sistema de salubridad y del entorno público-social y natural de higiene pública y ecológica, la escasez del deporte, entre otros no menos problemáticos, se incrementarán las noticias ofreciendo datas sobre ese mal delincuencial que nos afecta a todos.

En RD, décadas atrás sólo eran delincuentes los que atracaban. Ahora no, ahora y a todas horas, se trasgrede de múltiple forma para un beneficio personal, muy propio. Son muchos todos los que hurtan a los ciudadanos, sin importar la modalidad. También los burócratas de cuellos blancos delinquen. Es una modalidad que falta a la ética. Sólo se necesita un cargo público para alzarse con una suma extraordinaria, suficiente para resolver inconvenientes para varias generaciones familiares. El funcionario se torna indolente, insensible hasta no más poder. Toda partida que administra el oficial de turno y que la desvía hacia usos personales, de forma discrecional, estafa a la sociedad.

¿Qué diferencia puede haber entre los primeros –los malhechores- y los funcionarios que estupran las arcas administrativas del Estado para uso personal y/o familiar, si ambos les hacen un flaco servicio a la Nación, un daño socio-cultural a la sociedad toda y sólo para beneficio propio? Sólo cambia el método, la forma de robar; uno es ilegal y condenado, el otro también es ilegal pero no condenado; a veces justificado. Pero el funcionario usa el tráfico de influencia para salir absuelto con una sentencia eximente (como dicen los abogados), o sea, se confabula con los que deben aplicar la justicia. El estado de corrupción del Estado es tan basto que vasta que un político sea un influencer para tener una gracia, tanto de su partido, como de los que están coludidos con este sistema indolente, los que no aplican correctamente los estatutos jurídicos que salvaguardan los erarios públicos.

Antes, inscribirse y participar, vale decir, militar en un partido político con vocación de servir a la sociedad era un encanto. Una pasión. La juventud era entusiasta, con propensión moralista, más que política; exigía más libertad en las tomas de decisiones de cada quien; más liberación erótica; menos paternalismo. Más solidaridad con todo el pueblo llano. Éramos tribus juveniles, tanto los de izquierda como de centro derecha, pero conscientes de nuestra lucha por una sociedad más justa; y sin embargo nos acusaron de comunistas, advenedizos, oportunistas, pequeños burgueses, anarquistas y prejuiciados y decadentes y retrógrados y hasta, a algunos, los identificaron con el sulfuroso sambenito de agentes de la CIA. Empero, en el fondo fuimos más subvertirdores del orden moral, que del político. La intención era rehacer las leyes imperantes, que sólo estaban, aún están hechas para que un grupito domine a la mayoría, y manejar sin moderación los bienes del Estado.

Hace 30 ó 40 años, quizás menos, nos abocábamos a una crítica social contra el Estado de excepción, antojadizo, contra todo orden social imperativo. Siempre le decíamos No al terror gubernamental, No a la autoridad policial, No al orden totalitario. ¿Es eso ser  anarquista? En los 60s´ y 70s´ no hubo mucha crisis económica, sino moral, espiritual, y el estudiantado, contradiciendo la predicción de los creadores del materialismo histórico, que como filosofía política hablaba de la dirección revolucionaria de los obreros, esos estudiantes, en fin, fueron, fuimos quienes llevamos el timonel de la lucha, probablemente efímero. Esto así, porque después, convertidos en profesionales, la lucha ya era otra, quiero decir predominaba la sobrevivencia familiar.

En consecuencia, la proclama a favor de los de abajo se fue a pique. Y los socialdemócratas y los liberacionistas, con tanta corruptela y su “Borrón y cuenta nueva”, después de los oprobiosos 12 años de Balaguer, la convirtieron en cuentas a su favor, a sus antojos, manejando el fondo público convertido en dolo, abriendo cuentas bancarias suntuosas, ostentosas, por demás, sustanciosas. Así contribuyeron mucho a que las ilusiones políticas-moralistas de los forjadores de un mejor bienestar social se esfumaran, se desvanecieran por arte de magia y se creara un vacío existencial, generacional, perdurable; toda una generación perdida, desvanecida, sin ánimo de retomar las proclamas de libertad, que nos hacían contentos y felices, aun a contracorriente de los resultados fallidos.

Esa época, de los 70s´ y 80s, fue una resaca, un residuo, el resultado de una política maldita que no supo canalizar los más nobles ideales de una juventud que se ahogó en llanto, con tantos sacrificios cuasi inútiles, a favor de y por una patria mejor y valedera. Después de los 90s´ la juventud y las pasiones políticas positivas se nublaron. Pues los que proclamaban ¨Navidad con libertad y cero corrupción¨ nos decepcionaron. La sociedad abierta y la economía de mercado y toda sus posibilidades mercantiles en demasía, sólo ha sido posible al que tenía, el que tiene poder adquisitivo.

Qué nos ofrece la economía de mercado, hoy: abundancia de la producción, de la comercialización, con su nihilismo anti tradicional, inversión de paradigmas viejos por nuevos, pragmáticos, apología de la buena vida, excelente vehículo de transporte, buena residencia, orgiástica parranda con bullangas urbanas en el costado, y todo lo habido y por haber (que es un eufemismo válido): viajes vacacionales en ferry o cabañas, y muchos otros aditamentos placenteros, más físicos que espirituales. Esa sociedad, la que nos estimula y nos ofrece una abundante estructura de beneplácitos ardores y sabores, está articulada por los negocios y el poder financiero. Y con todo eso nos trae, consumidas, las imágenes idólatras, presentadas en las pantallas de cine o de televisión y en los dioramas de neones fluorescentes, en el cine y la Internet, una nueva subcultura, anti iconoclasta (en tanto se adora las imágenes), y otros aditivos comerciales, con su apego a una vida sugestiva y un mundo maravilloso, espléndido, para subvertir y divertir, en donde nos ofrecen unas ofertas nutritivas, los cosméticos, domésticos y foráneos, y las maquinarias deportivas (¿o gimnásticas?), que nos hacen prolongar la vida (como una extensión corporal de nosotros, como una Yipeta o una Van, por ejemplos, que se convierten en partes de nuestro cuerpo), que nos permiten rejuvenecer, y vivir y revivir y subsistir entre el arte de extrema belleza o la chabacanería barata de “mala muerte”. Es ahí la cuestión, para que los funcionarios de nuevo tipo se aboquen a depredar los fondos públicos, discrecionales.

¿Sería posible acoplarse a tanta belleza de bienes y servicios, al alcance de las mansos, y más cerca cada vez? No sé si es bueno para la salud, eso de vivir la vida a toda capacidad sin tomar en cuenta la vida de los menos favorecidos. Y sólo viven para el goce del cuerpo. Pero en todo caso, ¿es dimisión o disminución de la salud mental? Al parecer es mejor el culto al deporte físico-corporal, a la robustez anatómico, al consumo. Es cierto que hoy en día nuestro tiempo vital es más extensivo. Se podría vivir más años (que no es malo), y así hacerle una picada de ojo, un guiño, o levantarle un altar a la energía del cuerpo, como un lujo a conseguir, o a cualquier elemento de satisfacción personal, como si fuera un ícono a adorar, como un héroe a mostrar, como un demiurgo a recrear o reciclar. Mas sin embargo, es una vivencia menos espiritual, menos sensible. No se compadece frente a los demás, los que sufren escarnios de aquéllos que son compulsivos, indolentes. El tiempo es más duradero en el espacio, en el ciclo vital del ser humano, pero son años más que huecos, vacíos, en tanto se vive en el limbo mental. Quizás son más placenteros en el diario vivir, pero más chabacanos, más sumisos, más indignos, y a veces se le hace honor a la era robotizada, la era del espectro. En ese sentido, más que concreción humana somos siluetas o fantasmas. Espectros vivientes. Apáticos. Simplistas.

Estamos en la era de un nihilismo sin causa. No se cree en el conjunto, sólo interesa el interés personal; es un escepticismo repleto de suspicacias frente al otro. Negación de lo difícil tras el auge del facilismo (en los negocios, en las relaciones sociales, en el arte -como la música urbana-. Vivimos una ausencia de los valores tradicionales moralistas (la revuelta anti moral al control de lo fútil, de la sutileza, de la pobre imaginación –que debería ser rica en la forma, avanzada en el contenido-. Es el auge de la monetización al servicio del mejor postor, con los beneficios materiales a horcajadas de las actitudes individuales contra todo, en perjuicios de la riqueza espiritual, sin juicios ni prejuicios. ¿Parece ser liberación personal o “La rebelión de las masas”?

Es el estallido que hace enardecer el instinto de desear todo, de necesitar todo, el despertar de la barbarie asumiendo control de todo lo que se produzca. Y el funcionario no puede quedarse atrás con tanta abundancia al alcance de sus manos (a contrapelo de cometer perjuros con dinero ajeno). Eso es dolo, ¿sí o no? Y es lastimoso que un gran porcentaje de la juventud también se inmiscuya en los menesteres del Estado, a través de la política, para alcanzar ese sueño dorado, de tenerlo todo. Fácil y caliente.

Sin ocultar hipocresía, la juventud de esta época se inserta en la política buscando ascenso social.  Diferente a la juventud de hace cuatro décadas. Para entonces se luchaba por el placer de un ideal, y que hoy es un placer hedónico físico, no espiritual, hedor anónimo, adánico. El placer de la gula. La pasión hoy está marcada por el signo monetario. Ahora se lucha sólo para cada quién, para sí. Porque para ¿qué luchar para todos y hacer tantos esfuerzos, si lo que quiere es satisfacerse así mismo? Qué duda cabe, sí, predomina la una pasión individualista, egoísta, ególatra, asociada al facilismo de las cosas. La pasión humana, solidaria, ha muerto. Sólo se vanagloria, se le rinde culto a los deseos y a las necesidades individuales. Recrear aspiraciones es normal, surge como un principio de alcanzar una estrella, pero, ¿conseguirlo a costa de malversación fondo? ¡Bueeeeno!

Hoy se espeta que la lucha social, grupal, es desaprovechar el tiempo. Es desinhibirse de un goce más estimulante. Un sacrificio no redituable. Luchar por un ideal no se vierte lucrativo. Lo ideal es hacerse rico de la noche a la mañana, engañando con falsas promesas al más insignificante, al más desprevenido, al menos incapaz de raciocinio, al que sirve de lazo para amarrar una oveja lanuda o una tajada del pastel oneroso. Se ha pasado del idealismo social al individual. Monetizo, aun sea menudeando.

La pasión de antaño fue gloriosa, a contrapelo de mucha penalidad para nuestro futuro. Ese ideal social ha fenecido en las nuevas generaciones, contra negando los genes paternos, que han sido desvalorizados. Esa herencia sólo sirve para observar desde un peldaño que apenas alcanzamos, tranquilos, sosegados, sesgando, oteando cualquier coyuntura para acomodarnos a los nuevos tiempos. Es una labor de adoptar y adaptar. Y no fenecer.

Hoy el egoísmo se convierte en glotonería, un agiotismo material. Abdicación de la crítica social, canjeada por el ditirambo o la adulonería y la complacencia. Es un adiós al sufrimiento, a un sálvese quien pueda, huyendo por la derecha, pues la izquierda, moderada o de centro izquierda, es un obsoleto camino, danteano, empedrado de abrojos y escollos. Un valladar infranqueable.

El emprendimiento es lo que vale, pero a corto plazo. Lo malo del caso, del emprendurismo de la juventud de hoy, es que no se trata de una insurgencia moral, cambio de conducta en favor de la libertad. El libre albedrío del erotismo, por ejemplo, es una distorsión, no es una libertad plena, es una aberración; aunque erotismo placentero, en fin. Aquellos tiempos me hacen recordar, revivir, resentir, reinvertir los recuerdos, que llegan apretados, apresurados, condecorados con decorados amarillentos o magentas, borrachos de temporales fugaces, emborronados, quizás por el mismo paso del tiempo, recuerdos confundidos, con un fundido encadenado en negro, unido a los años de la niñez, diferente al tiempo de aquí, de ahora.

Lamentablemente ya no nos queda mucho tiempo para poder advertir que la hora se va como agua en la cloaca, sin poder subvertir (subversivo en el orden de las ideas) el orden de las cosas que nos atosigan, sin poder invertir el destino que nos reserva la vida, sin poder convertir el presente en un pasado o un futuro más promisorio.

Hoy nos abocamos a aceptar, consentir el denominado transfuguismo político, el oportunismo barato, la conciencia vendida por un cheque en blanco. Es un modus vivendi que ya no es una conciencia política apasionada, sino la sobrevivencia, vendida al mejor postor, a cualquier pastor que nos ofrezca subir al cielo.

El tránsfuga político, oportunista, que militaba en una organización cuando estaba en el poder, hoy, al estar fuera del gobierno, la abandona para irse a “militar” a la que tiene opción de poder o ya está en el poder, y así asegurarse una tajada de la torta administrativa del Estado, que es un escritorio lleno de gavetas ocultando las preseas monetarias del dolo y la corrupción. Luego presenta su riqueza como fruto de su trabajo, de su servicio como profesional. Toda una farsa. El afán de lucro lícito o ilícito predomina para alcanzar la meta soñada,

A la abundancia material, que nunca como ahora había sido tan exuberante y arrebatadora, a un tiempo, no le ha correspondido un pensamiento, un raciocinio, una percepción, una sabiduría más consecuente. Más elevada. Más altiva. Ni una cultura más profunda. Sólo tenemos, creo que me repito, chabacanería y frivolidad, y supersticiones, y pornografía, y erotismo, rápido y contumaz, que más que erotismo es un exhibicionismo, y placer comercial, y más consumismo en ofertas ubicuas, cuyas promociones siempre están a hincadas sobre los hombros de los que éticamente siguen el camino de la honestidad.

El autor es periodista, publicista, cineasta, catedrático,

escritor: poeta, narrador, dramaturgo, ensayista.

E-Mail: anthoniofederico9@gmail.com.

Face Book.

Wasap: 809- 353-7870.

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