(AFP) Los dromedarios se lanzan a toda velocidad por una pista. En una vía paralela, sus entrenadores les siguen al volante de un todoterreno, en uno de los cuales viaja el joven Nasser al-Marri, que controla a distancia el robot instalado en la joroba de su camélido.
Mientras Catar se prepara para recibir más de un millón de aficionados para el Mundial de fútbol, la pista de Al-Shahaniya, a 40 kilómetros al este de la capital, Doha, parece estar aislada de la fiebre que invade el pequeño emirato. Nasser, por ejemplo, dice que prefiere las carreras de «camellos arábigos» al fútbol.
El entusiasmo y los gritos del comentarista de la carrera, retransmitida a través de una pantalla gigante, recuerdan no obstante la pasión que rodea al fútbol y toma códigos del balón para describir la competición.
Hasta comienzos del siglo XXI, los dromedarios eran montados por niños, pero esta práctica se declaró ilegal a finales de 2004, dando paso a jockeys mecánicos teledirigidos.
En sus vehículos, los entrenadores manipulan a distancia a sus jinetes robotizados para espolear a los animales, a los que animan a gritos a través de un ‘walkie-talkie’.
– «Deporte nacional» –
Nasser al-Marri es un ‘moudhammer’. Supervisa el quehacer diario y los entrenamientos de sus monturas y los guía en las competiciones.
«El dromedario forma parte de nosotros, es nuestra principal pasión, el deporte número 1 en el Golfo», se entusiasma este joven de 23 años, pese a que los cataríes también son grandes seguidores del fútbol.
De hecho, Nasser y otros tres ‘moudhammer’ esperan con impaciencia el comiendo del Mundial el próximo 20 de noviembre.
«Espero que Neymar vuelva con el resto de sus compañeros brasileños y que otros equipos vengan también a descubrir nuestro deporte nacional», lanza.
Abdallah Hafiz, también de 21 años, espera que los aficionados puedan conocer esa tradición: que «descubran el deporte de nuestros antepasados», dice.
– De padres a hijos –
Ali al-Marri, de 66 años, saborea un café en un pequeño local cerca de la pista y explica que aprendió este deporte con su padre. «Actualmente estoy jubilado. Es un deporte caro, pero los dromedarios son mi vida», añade.
«El fútbol no me interesa. Para mí, las carreras son el único deporte. Y cuando estoy con mi montura tengo la impresión de que el mundo me pertenece», insiste.
En una de las numerosas granjas cercanas, el propietario de la finca, Abdallah Hafiz, bebe una taza de café junto a un plato de dátiles.
Hafiz, de 52 años, confirma que las carreras de dromedarios requieren mucho dinero, pero también esfuerzos y perseverancia.
El coste no se limita solo al precio de compra del animal, que comienza a partir de 10.000 dólares, sino también su entrenamiento y sus cuidados, estimados en otros 1.500 dólares mensuales por dromedario, detalla.
No obstante, si una montura gana carreras, «su precio no tiene límite y puede alcanzar un millón de dólares o más», asegura.
Aunque las apuestas están prohibidas en el país, los participantes se disputan premios de mucho valor, generalmente donados por la familia reinante, que apadrina este deporte tradicional.
– Puntos en común-
Junto a Hafiz está su sobrino Mohamed, de 27 años.
Para este exjugador de fútbol, los dos deportes tienen puntos en común: requieren de esfuerzo tanto físico como mental e implican «entrenamientos toda la semana, un régimen alimentario bien determinado, un seguimiento médico y una gran atención».
Hace dos décadas, los jinetes de dromedarios de carreras eran niños, a veces muy jóvenes, procedentes generalmente de países pobres. Cuando más ligeros, más posibilidades tenían de ganar.
Pero como consecuencia de varios accidentes mortales y de la avaricia de muchos padres, que privaban a sus hijos de comida para que no ganasen peso, los países del Golfo cedieron a las presiones internacionales y prohibieron esta práctica.
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