Por Abril Peña
Cada vez son más los turistas que llegan a nuestras playas y se marchan sin haber interactuado verdaderamente con un dominicano. ¿Cómo es posible? Muy simple: en muchos hoteles, bares y tiendas, quienes les reciben, atienden, guían y sirven no son locales. Son, mayoritariamente, haitianos y venezolanos.
Y no, este no es un ataque a los inmigrantes —la mayoría trabaja con dignidad y se gana el sustento que el país de origen les negó—. El problema es otro, más profundo y menos discutido: ¿qué pasa con la marca país cuando quienes la representan no son parte del país?
Uno de los activos más valiosos del turismo es la autenticidad cultural, esa experiencia irrepetible que solo puede ofrecer quien es parte del lugar. Pero si el turista llega a Punta Cana y quien lo saluda no tiene acento dominicano, quien le sirve no sabe quién fue Juan Pablo Duarte y quién es Juan Luis Guerra, y quien le guía no conoce la historia de la isla, ¿qué le estamos vendiendo realmente? ¿Un paraíso genérico? ¿Un resort sin alma?
A esto se suma otro elemento aún más preocupante: la mayoría de los hoteles tienen en sus posiciones gerenciales a extranjeros, especialmente europeos, en particular españoles. Son ellos quienes toman decisiones estratégicas, lideran equipos y muchas veces definen qué cara mostrar y cuál esconder. El dominicano queda entonces confinado a las áreas de soporte o a los trabajos menos visibles, a pesar de que el producto turístico que se ofrece —playas, cultura, gastronomía, música— es profundamente suyo.
Nuestra identidad no puede tercerizarse. La dominicanidad no es decorado, es sustancia. Si la experiencia turística deja de incluirla, lo que perdemos no es solo empleo local, sino el derecho a ser anfitriones de nuestro propio país.
El turismo debería ser plataforma para nuestros jóvenes, oportunidad para practicar idiomas, adquirir habilidades de servicio, aprender organización, escalar. No un terreno donde nos volvemos invisibles.
Sí, hay que capacitar. Sí, hay que mejorar condiciones laborales. Pero sobre todo, hay que decidir si queremos ser protagonistas o extras en el espectáculo del que somos dueños.
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