Federico Sánchez -FS Fedor-
…el mundo que alucino cuando sus ojos me miran -Poesía en Prosa-2023-. 20 mil alucinaciones y un colofón sin reproche…
5ta. Alucinación.
Ariadna
es altiva, ya por austera, ya por sobria, ya se trate de la ergonomía de su ego, de la astucia de sus líneas curvas corporales, o de la voluntad de su alma, de las curvilíneas de su cadera clásica, bien delineada, y aprehensiva a un metro de distancia, como un heraldo anatómico sutil, como una Atenea virtual. En su cautiverio amoroso, que no virginal, apresura, emprende la huida si no está satisfecha. Princesa de la nocturnidad la llaman cuando apertura sus pasos a oscuras.
Ha prometido que su pundonoroso amor será por entrega especial en una noche de ascenso nupcial. Hasta ahora, su historia lo ha confirmado, y así se confirma como la más pretendida de la comunidad barrial. De ahí que su metamorfosis ósea, sus decisiones hacia un futuro de promesas y cautiverios, familiar, son a un tiempo la narrativa de un solo hándicap, un performance de intrigas y efemérides de la patria, y sus esperas un martirio para el masculino hombre que la pretende.
Con indómita suspicacia, ella invierte su música y el ritmo de sus caminatas pariguales. Despacito. Son sus tácticas y modalidades de una estrategia; un plan de simpatía que arropa su esencia; probablemente no argüiría un ápice de su ardid vocal en tanto su talento no alcanza a vocalizar eminencias y sabidurías; su cuerpo posee toda la gracia posible para alcanzar admiración, tanto del infeliz como del patriota, del nacionalista y revolucionario, como del demócrata y el republicano. Y lo logra. A regañadientes, pero consigue ser feliz entre la infelicidad de otros. A pesar del sesgo de su mirada. Pero también sus ojos se inclinan para ganar astucias, siendo portadora de atracción.
Desde su adolescencia acarrea un genio de embeleso, decidido a no claudicar, a no recogerse, y así regodearse de todo, y todos se inclinan ante su mirada ingenua de álgido mundo. Inmaterial, soñador. Lujurioso. Alucinante. Y en ese sentido Ariadna es una joven mujer cuya fragancia destila aroma de ajonjolí. Y su cuerpo es un huerto de hirsutos sabores, sus dedos alamedas y llanos, gramuras de un verdeazulino, cultivo real de azucenas y nardos y hortensias veganas, una cebada, el páramo y su vaho, un solsticio de otoño, sin gramínea espinosa su suelo, más bien, una alta campiña de consolación, como extenso es el cielo sobre sus ojos, con anaqueles de agua tornasolada, que cuando el llanto riela, huye por sus tersas mejillas, aprisionando de soledad al transeúnte, en tanto el susurrar de sus labios se entona en tonos musitares infantiles, y el campaneo rimbombante de sus risas son ramas al viento que pían como aves locuaces en un rocío otoñal.
Astuta se presume, como pájaro en pleno vuelo, y remonta el espacio pretendiendo quitarle a la paloma su paz, enjundiosamente ganada. Y es así que tierna se vuelve, en cualquier rincón de la tierra, en un foro de protesta, en una asamblea alterna de estudios o discusiones sobre el amor, en la balaustrada de la ilusión, o un escenario de promoción comercial y su teatralidad, en tanto tratan de presentar beneficios, dudas y ventajas de un producto.
En otro escenario, proscenio de su encantamiento, como un bufón de actuaciones libidinosas, se vuelve ágil, y su ardor es difuso, etéreo. Y su orgullo, el embaucamiento, su desempeño versátil, la engrandecen sin llamar la atención. Pues acto que entretiene es, sin la tristeza del consolador que la mira, que soy yo. Por eso, amo su terneza. Y con su terneza me aflijo, me subyugo, me emociono, invento que existe en este mundo que es mío, y mi ilusión. Mi alucinación, que amo.
Indudablemente, hay un origen en esta actitud, que no aptitud, mía. Son sus ojos. Desde que los vi inició el origen de esa sumisión que es como si fuera una vocación artística, una adición de la sustancial materia que es, podría ser, una yerba aromática, un adherente gelatinado, una pócima consolidada a mi cuerpo. Ella deviene una opción exclusiva de ver sus manos, sus dedos, su frente, el labio inferior de su rostro, su cabellera montaraz, el vientre vitral que se yergue desde su pradera de pelambre inmensa. Y no me importa atajos por donde seguir y conquistar, ni circunstancia, porque si la circunstancia determina el deseo, la condición humana, entonces esa circunstancia debe ser amable, besable, humana.
Desde ese momento mi contacto con el mundo ha particularizado su mundo. No trato de demostrar lo absurdo de esta teoría de la seducción. El deseo lumbar sólo es posible entre una relación eficaz y simultánea. Lo que no es posible en este intercambio de miradas, que son la mías, desde mis ojos, ojos avizores y lujuriosos, y sus ojos claros, transparentes, son una pizca que mostrar en torno a mi situación amorosa, que posee una mancha indeleble.
Nuestro paralelismo no es simultáneo, sí, pero aun así soy feliz con sus ojos. Sin embargo, sus miradas me llevan a mi cólera, a mis angustias más pesadas. Más que una alegría, es mi absolución. Sus ojos son la expresión sin palabras impregnadas en su rostro, que me embarga como a un pajarillo en su jaula ante la migaja que introduce el esclavizador, o sea, el jaulero o enjaulador, da igual. De ahí que mis emociones se confunden, se atiborran de ansias y desórdenes mentales, de misterios, de dobleces. De angustias. Es un desgarramiento. No importa, asumo su consecuencia mientras esté mirando sus inmensos ojos claros, aunque me alucinen. Sí, alucinado estoy.
El autor es periodista, publicista, cineasta, catedrático en O&M, UTESA.
Escritor: poeta, narrador, dramaturgo, ensayista. E-Mail: anthoniofederico9@gmail.com.
Face Book – Wasap: 809- 353-7870.
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