MIS CREACIONES LITERARIA: La Ariádnida… el mundo que alucino cuando sus ojos me miran -2023-

 11ava. Alucinación.

Ariadna

es increíble, sensiblemente hablando, porque además de sus ojos, que me lunatizan al mirarme, posee un cuerpo que es sensacional, abundante, voluptuoso, y cuando lo zarandeo otra vez alucino. Y, cómo lo explico, bueno, diciendo que su cuerpo finge ser una figura retórica que suscribo en cada delirio de su ilusión, como en un rocío, y lo digo sin prisa, más bien con pausa, para no equivocarme; entonces vale decir que a ella, siendo espigada, altiva, mas no arrogante, la rubrico en cada ensueño de mi espejismo, como figura literaria en pleno vuelo de inspiración, como retórica a vista de pájaro cantor, como en un vaho de almíbar estacionado en su vientre, y su cuerpo aborda dos cláusulas antitéticas en varios apartados: no es muy colmada ni escuálida en su caminar, ni menguada ni súper alta en su mirada, ni robusta ni endeble en su sinuosa cadera, ni cobriza ni nívea como perla marina en cada promontorio de su piel, ni glutinosa ni aplanchada en la sumisión de su pechos, ni caricaturesca en su talante ni muy sublime en su conceptualizada verborrea, en cada vocablo, en cada frase, en cada oración sibilante que entona con suave unción bilabial, o sea, todos los término que pronuncia al pie de la letra, procurando insinuar un símil, una metáfora, una comparación y/o un oxímoron de su imagen sumida en un ventarral sin rumbo, en tanto vuela como planea un ave bajo el cielo, frente al sol, sobre las nubes.

Puedo decir que su porte deviene seductor, y me subyuga porque se eleva, surge como distinción en su oferta, que es rasgo discriminativo en la emersión de tu belleza; entonces, y sólo entonces puedo admitir que tienes un cuerpo dulce con fervor de mermelada, y una madrugada translúcida, y una tarde acaecida en sus níveos rasgos más preciosos, en una noche de azabache encendido, en una desenfrenada, libertina, fugaz entonación, y en un alba amarillenta, más que tempranera, repleta de un azulino claro-oscuro antes que el sol despunte y el azul aterciopelado aclare al momento de subir el mismo sol, como un ser violeta, más que anaranjado o quizás púrpura.

Y metaforizando su magnificencia, con retórica estética sencilla, que no trivial ni delicada, diría que se puede admitir que tiene una forma, un componente óseo como tigresa, más no de fiera indomable, y aprehende una piel canela de pantera encendida, pero sin lujuria de mágico arrebol, y un organismo corporal de sempiterna cadencia cuando asciende la pendiente de la próxima esquina, con garras prendidas, y ese corpus, que a veces suele ser cristiano, otra musulmán, otra ateo, otra pagano, resurge como la primavera en su consagración con o sin vientos alisios que suspiran o fulguran su esencia angelical, y todo delirio o anhelo que humedece cada helada tarde en la floresta, como un sortilegio maternal que embarga o añora la lujuria, sobresale en todo, como efigie, con pechos labrantíos de fuentes acuáticas resbaladiza.

Y de sus labios de corales en un crepúsculo invertido, de su abdomen al cuadrado de belleza, cuya pradera cuadricular de circular ensueño estremece la luna anochecida, de sus posaderas esferoides de encendidos bordes de cristal mágico, de sus ojos de percal alucinándome, como el aroma a la canela clara bordeada de oscuridades y estampa de oro, y de sus cejas en vuelo de golondrinas que me elevan al cielo, y de su pelo en cascada gigante, como ramajes corpulentos o riscos en el sendero, y de sus hombros cuyos espaldares de praderas amplifican su espectro silencioso,  asordinado, y de sus piernas en piramidales no invertidas que estatifican su envoltura, y de sus manos, con tez de miel hacia arriba, albaluz en su bajadero central, mezclados como el agridulce de un tamarindo encendido, surgen las más estrictas alucinaciones que me poseen.

Entonces, alocado, entusiasmado con más figuras literarias, que no litigantes, se puede decir que Ariadna es metonimia simple a la que acudo para nombrar su cuerpo como cándida felicidad que se desea sin complejidad, siendo lo excelso en la sencillez, y si apelamos a una metonimia doble, se dispersa un trozo de pueblo volcado hacia la felicidad, un terruño de venduteras en una mañana llena de verdulería variada, o un asopado picante, o un bailable de merengue, o una rumba de bachata con ritmo cadente, o una enchilada mexicana en un atardecer de bravío sol, un arco iris de entresueños, tejido de curiosidades fantasiosas, o diversas aventuras adversas pero emocionantes, como navegar entre rompeolas con riscos rocallosos y aprehensivos, que se desbordan sobre las olas del mar, o asir al toro por los cuernos para que espadones recién adelgazados o filosos descuarticen el cuero con lo que harían sus zapatos que luciría en una pasarela, o agarrar al felino gato de su ser por sus afiladas garras feraces para depilar su piel de órficos, arrobados, encendidos colores.

Y asimismo, en una sinonimia consecutiva, describir su cuerpo, que siendo gramínea, prado, álamo, páramo, un arado purpurado, el llano encarnecido, la vega real en su verdor, un montón de yerbas que susurran a sus pasos, un ramal que gotea sus hojas claras con el piar de la pajarería, adyacente al río Isabela, asumirla, dotarla de una realeza sutil, como plumas al viento en raudo vuelo de gaviotas y lluvias, o lluvias encendidas de pétalos rosados y fuentes, o fuentes fuertes con chaparrones de rocíos de áspera, ardiente luminosidad.

Y es su cuerpo una aliteración en tanto entente de tristeza, con trizas de harturas en un entreacto de terneza, un ducto interrumpido, con puntos suspensivos de sutilezas, como una reticencia de entonación, de sutura que arde en cada punzada en las alturas de la emoción, en cada momentito que su belleza aproxima a la estética, aperturada hacia el amor, y en una reticente primavera, sabiendo que su lujuria da al traste con la agudeza, o quizás con la indelicadeza.

Y es que veo su cuerpo como una anáfora en alto vuelo, como una altiva muralla china, una maravilla de sugestividades, de inmenso solsticio amaneciendo, de un engrandecido gozo al cuadrado, que es valladar inexpugnable ante el avance del apetito, un apetito que emerge antros groseros, esos antros de varones que la desnudan con la mirada. Y es que admirativamente su cuerpo es una natilla, una natilla de miel con leche untada con fresas, y estas fresas oriundas de los campos de Jarabacoa o de Constanza, puestas para ella en su barbacoa para su jactancia o su hartura.

Y así prosigo nominando su cuerpo, y esta vez con epítetos álgidos y atrevidos, sumisos e incandescentes, porque su boca es una dulce pasión en otoño, una encendida candidez en octubre, una corrugada envoltura de dulces besos, una roja rosa con pétalos rosados, un amarillo horizonte con negruras tonificadas y anaranjadas en el fondo azul, un azulino cielo con su ritmo de ennubecidas siluetas envolventes y apretadas, y simulan ser rocíos otra vez, y cada rocío un pétalo que en los extremos sus hojillas se van distanciando entre sí, en tanto se desglosan del centro, pétalo que se vuelve rocío huyendo hacia una comarca de su cuerpo, y ese rocío, con sus pétalos, se despoja en su rosa, pero una rosa que se asimila en rocío, quiero decir, una rosa de pétalos en sus rocíos, o si no, en un rocío de rosas.

Sólo su cuerpo pone mis sentidos al borde de estallar, despedir, crear y eructar flamas, gemidos y susurros enardecidos, y sollozos o zumbidos atormentados, ecos todos cacofónicos que simulan una orquestación de rimas y ritmos caribeños, una armonía al son del bolero, o al suin del dembou, ruin, ruidoso, inarticulado, sin mambo, sin acordes líricos, éstos baladíes, infructíferos. Y en una paranomasia veo su cuerpo que me sigue, pero en bajo vuelo y me alcanza en cualquier punto; sí, ella llega en punto a cualquier punto, a la hora en punto y a todas horas, en todo lugar, en todo momento de cualquier momento, y no preciso el momento de amar su cuerpo en todo momento, en todo lugar, en mí, sobre mí, o sobre ella, para entonces irme, sí, irme, aún sea sin Ariadna, la de los ojos claros y cuerpo caliente, ilusionando todo mi entorno. Mi encono, mi decoro. Mi más parca alucinación.

El autor es periodista, publicista, cineasta, catedrático en O&M, UTESA. Escritor: poeta, narrador, dramaturgo, ensayista. Declarado Humanista Universal.

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