Bernardo Vega
Nuestra patria tiene una gran dependencia de insumos importados para producir energía y luz. Petróleo, gas natural y carbón representan una muy alta proporción de nuestras importaciones totales. Además, han implicado fuertes dependencias políticas, como lo fue el caso cuando estuvo vigente el Acuerdo de San José que nos ofrecía créditos muy blandos petroleros con fondos de Venezuela y México. Luego vino Petrocaribe con financiamientos igualmente blandos desde Venezuela y, desde hace décadas, una gran dependencia de decisiones de la OPEP, un monopolio petrolero.
Si un ciclón en el Caribe imposibilitara que llegaran barcos por unos días y se agotaran nuestras existencias de petróleo, gas natural y carbón, el país se apagaría.
Todos los días estamos pendientes del precio del petróleo en Texas. El conflicto bélico europeo ahora está afectando mucho los precios del gas natural, en momentos en que casi todos nuestros insumos energéticos provienen de Estados Unidos. Las consecuencias de todo esto son unos muy altos precios locales para la energía y la luz, lo cual afecta tanto a consumidores como a nuestras industrias.
Por suerte grandes progresos tecnológicos están creando las condiciones para reducir extraordinariamente esa dependencia de insumos extranjeros. Cuando hace diez años un panel solar costaba US$100 ahora tan solo cuesta US$10.
China produce y vende hoy día un 92% de todos los paneles solares que se instalan en el mundo, incluyendo a la República Dominicana.
Países ubicados en el trópico, cercanos al ecuador, como los asiáticos, los africanos y la India están rápidamente aumentando su producción de energía solar lo cual deberíamos emular en esta nuestra isla “colocada en el mismo trayecto del sol”, como nos recuerda Pedro Mir.
Y es no solo que los precios de los paneles solares se han reducido muchísimo, sino que el progreso tecnológico también ha permitido un más eficiente y barato almacenamiento de la energía que se produce en horas de mucha luz para luego consumirla en horas nocturnas. En algunos países asiáticos se están colocando paneles solares en lagos de agua dulce para así no afectar la producción agrícola. Algo parecido se podría hacer en nuestro país en los embalses de Tavera y Valdesia entre otros, con la ventaja de que esos lagos están cercanos a fuentes hidroeléctricas ya conectadas a la red.
En Brasil, el país más grande de Suramérica, la energía renovable ya representa casi la mitad de toda la producción de energía pues en el 2023 la energía solar, de viento y de biomasa llegó a un 49.1 por ciento.
La semana pasada la compañía privada española Ecoener anunció que invertirá en una planta fotovoltaica en Panamá de 50 megavatios, su primer proyecto en América Latina, pero también ha agregado que planea expandirse a la República Dominicana, donde ya operan con paneles solares otras empresas internacionales como AES. Ecoener también planea invertir en paneles solares en Honduras, Guatemala y Colombia.
Nuestro objetivo debe ser que el sector privado, extranjero y nacional, siga invirtiendo en paneles y baterías de energía solar para llegar hasta por lo menos a un 50% de la producción nacional de energía y luz. Los lugares lógicos para colocar los paneles son terrenos llanos, de poco uso agrícola y cercanos a los grandes centros de consumo.
Los terrenos del CEA ubicados cerca de nuestra capital podrían representar un aporte accionario para proyectos públicos privados de generación solar. Más distante, pero igualmente barata, son las tierras de la sabana de Guabatico, ubicadas entre Bayaguana y Hato Mayor.
A pesar del recordatorio de Pedro Mir, en nuestro país pensamos que el sol nos beneficia por lo atractivo que es para los turistas, pero resulta ser que ahora, gracias a las mejoras tecnológicas, será la razón de ser de nuestra independencia energética.
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