El doble juego de Erdogan frente a Rusia y Occidente

Apuntes postsoviéticos

Juan Pablo Duch

La falta de congruencia con que se comportó su colega ruso Vladimir Putin durante y después de la fallida rebelión de los mercenarios del grupo Wagner, prometiendo primero que habría un castigo severo para los traidores, al que luego dio marcha atrás, y se reunió con los insurrectos para escuchar su versión de los hechos, sin tomar ninguna medida para corregir los motivos del enfado, fue interpretada por el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, líder autoritario por antonomasia, como debilidad del titular del Kremlin.

Erdogan jugó sus cartas con mañas de tahúr, consciente de que Putin nada podría hacer, salvo mentarle la madre en silencio, toda vez que Rusia necesita a Turquía, entre otros motivos, para eludir las sanciones occidentales mediante el uso de las llamadas “importaciones paralelas” y como una de las pocas puertas aéreas para que los rusos puedan viajar a sus centros turísticos y a los países que no les permiten hacerlo de forma directa.

El presidente turco tomó al menos tres decisiones que irritaron al Kremlin, por decirlo sin la contundencia de los epítetos que le dedicaron en las redes sociales quienes, sin ser funcionarios gubernamentales, se sintieron traicionados y que las califican de escupitajos en la cara.

El primer golpe, llamémoslo así, lo asestó Erdogan al recibir al presidente ucranio, Volodymir Zelensky, y prometerle que Ankara apoya las aspiraciones de Kiev de ingresar en la alianza noratlántica, poco menos que una afrenta para el Kremlin, que no se atrevió a incluir a Turquía en su lista de países hostiles.

Poco después, incumpliendo su palabra de mantenerlos en su territorio mientras dure la guerra, Erdogan autorizó que Zelensky se llevara a los cinco comandantes del batallón Azov, catalogado por Rusia como máxima expresión del nazismo ucranio, que, sin embargo, el Kremlin aceptó cambiar, junto con otros 50 combatientes, por una sola persona: el magnate Viktor Medvedchuk, compadre de Putin.

Y como colofón, el líder otomano –a cambio de las concesiones de Occidente que esperaba obtener– viró drásticamente de opinión y aceptó desbloquear el ingreso de Suecia en la alianza noratlántica, lo que le faltaba a Rusia, que sigue insistiendo que sería mucho más grave la admisión de Ucrania. En suma, Erdogan saca provecho de su doble juego.


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