Juan Pablo Duch
Es tan evidente, que no admite discusión: sin el decisivo apoyo, tanto en dinero como en armamento, asesoría e inteligencia militar, que le están brindando Estados Unidos y sus aliados, Ucrania no habría podido resistir ya durante casi un año la guerra contra Rusia.
Y en esta vorágine bélica se llegó al extremo de no saber cómo romper el círculo vicioso; ambas posibilidades son igual de malas. Suspender el respaldo foráneo a Ucrania equivale a condenar al país a una derrota inminente; mantenerlo, ya no se diga incrementarlo, sólo generará más muertes por ambos lados y devastación en la zona de combates.
Para Moscú, la ayuda externa a los ucranios es una intromisión inadmisible de Washington y sus aliados que puede terminar en hecatombe nuclear –es decir, en suicidio colectivo de la humanidad toda– y para Kiev resulta poco menos que indispensable, pero aún insuficiente.
Aparte de los lotes de armas ya aprobados, los ministros de Defensa de los países de la coalición que apoya a Ucrania, al reunirse en la base militar de Ramstein en Alemania, dejaron pendiente de resolver la cuestión más controvertida: suministrar o no el centenar de tanques Leopard de fabricación alemana que solicita Ucrania para poder llevar a cabo una ofensiva en la primavera siguiente, decisión que Berlín pidió posponer hasta evaluar todos los pros y los contras.
Mientras se concreta la enésima espiral armamentista en Ucrania, Rusia continúa gastando los misiles que tenía almacenados desde la época soviética y también prepara su propia ofensiva con los reclutas que está juntando con la movilización de reservistas, la primera que convoca desde la Segunda Guerra Mundial. Quiere imponerse con más soldados.
No es claro cómo ni cuándo va a terminar esta guerra, ninguna de las partes parece dispuesta a hacer la más mínima concesión y las principales demandas que formulan, hoy por hoy, son inaceptables para la otra: los rusos, que sus enemigos se rindan sin condiciones y renuncien al menos a 20 por ciento de su territorio; y los ucranios, que los invasores abandonen el país de acuerdo con sus fronteras anteriores al colapso de la Unión Soviética en 1991. Así no será posible negociar la paz.
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