De mi poemario: La Ariádnida

Federico Sánchez -FS Fedor-

…el mundo que alucino cuando sus ojos me miran -Poesía en Prosa-2023-. 20 mil alucinaciones y un colofón sin reproche…

6ta. Alucinación.

Ariadna

es un silencio que silba en la selva del silencio. Como el caos del cosmos, es su espacio sónico. Pero no lo podría creer o no lo querría saber; ¿por su orgullo, por modesta, por su sencillez? Tal vez. Detesta la ruidez aunque no fuera más que por su colorido aterciopelado y por su embriaguez y el olor bizarro de la pintura en donde se decora el lenguaje del amor; y se siente afectada, como la teatralidad del simulador, como la farsa de ópera adulona o la comedia de la sinrazón, del ditirambo simulador del comediante o el crítico complaciente o el articulista vendedor de palabras, o sea, la bocina del gobierno de turno, vale decir, el vende patria, el arribista, el oportunista, o por la huida del cobarde de una despavorida manera inusitada.

Ella, al caminar, se siente rodeada de hierbas que son terciopelos, de ramos de variopintos matices y regodeos, de guijarros como tapices corrugados, de areniscas sobre pieles de panteras negras y verdes, de follajes que son plumajeros de palmeras apresuradas y altivas. De ahí su sensualidad y la solidez de su sombra, de su arte de andar, como un duende que camina. No es nubes de angustia ni cielos angustiados. Simplemente es nubes y cielos, a un tiempo, para el angustiado, forzoso pretendiente. Pues provoca desidia acuática aunque no quisiera poseer tanta insidiosa atracción del afligido.

Está dopada y empastada por sus cualidades femeninas, por las sinergias de las cosas, por su impermeabilidad, que arrebata, por su exteriorización, a groso modo, de su imagen, su silueta, su espectro de infinitas relaciones, con esas que aprisionan y mantienen adheridos a los machos cabríos. Ariadna es la inmensidad de la luna, inalcanzable; el improperio hecho mujer si no se adquiere su inclemencia; el zumo no bebido, el suero escanciado a distancia, el sabor de fresa apetecido, en fin, la bebida suprema de la emoción amontonada.

Como el azul marino, como un rayo solariego cayendo a pasos lentos, como cayenas, como hojarascas que se caen solas hacia el vacío no terrenal, ella me sostiene; quiero decir, cuando sus venas se dilatan en un resarcimiento del amor, me inventa desde su mundo. Y sus intervalos, sus ojos, su risueña risa, el diseño de sus labios encarnados, el sonrosado olor o color o sabor de sus mejillas son una respiración que se levantan por la gracia del cielo, un mohíno de humor, un susurro de lo inmarcesible, flechazo del despecho, y todo lo inconmovible de su universo trastorna a diestra y siniestra. Asume la débil, utilitaria vastedad del universo de mis ilusiones, con un despropósito control, no malintencionado, no asimilado a su destreza, que no es malévola, que no es pérfida, sino todo lo contrario.

Porque ella es sutil, delicada. Ambigua, pero sabihonda. Y con ella se refugian brisas y susurros en la meseta de su piel, y la arboleda en su dócil inmensidad, y un páramo en adoración, y el vergel de las azucenas vírgenes, y el bufón de todas las caras risibles, y el rumor del simulacro. Y su vivir, su deber, su caminar, son una bohemia de caprichos agitando la noche. Un candor. La marea a la deriva, pero con rumbo fijo.

Y el olor de la naranja aromatiza la ciudad por su deidad. Sólo con sus ojos podría enmendar el rumbo del viento y desvirtuar, deshacer la esclavitud sufrida, milenaria, de la feminidad. Ariadna, mujer en estado enfebrecido, proactiva, izando sus ojos como lapislázulis de erguida frente turbulenta, hace que el viento sople hacia mis alturas, mis entrecejos, mis pómulos, mi pelo, mi locuaz idea, que se embeben con la tarde. Tan sólo con su mirada. Con la lucidez de mi alucinación, que la invento. A mi manera. A sus pies.

El autor es periodista, publicista, cineasta, catedrático en O&M, UTESA. Escritor: poeta, narrador, dramaturgo, ensayista.

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