El peligro acecha detrás de las lámparas de bajo consumo

El cambio de tecnología ha permitido a los usuarios rebajar los costos de sus facturas, mientras que el ahorro de energía ha aliviado la creciente demanda de potencia eléctrica. Por eso, diversos organismos estatales incentivaron la compra de los focos y ofrecieron el recambio gratuito

Sin embargo, poco se ha alertado de los riesgos sanitarios que puede tener el mal manejo de las lamparitas, que en su interior tienen gases de mercurio, una sustancia altamente tóxica para el ser humano. Si una lámpara se rompe o se la descarta de manera inadecuada, su contenido se libera al ambiente.

El mercurio en este caso «es difícil de recuperar», indicó Cecilia Bianco, coordinadora del área de Tóxicos de la ONG argentina Taller Ecológico. Luego de que es liberado, mediante un proceso químico las bacterias crean «metilmercurio». El humano absorbe esta sustancia por vía pulmonar y gastrointestinal. La exposición a la misma puede acarrear graves consecuencias en el sistema neurológico y, en el caso de las embarazadas, malformaciones en los fetos.

«Cuando el mercurio metila, en este caso a través de bacterias, empieza a entrar con más facilidad a la cadena alimentaria o puede estar contaminando el suelo», dijo la especialista

Otras vías de intoxicación por mercurio son los desechos industriales —por ejemplo, de la minería— mal manejados. En ocasiones se libera en las aguas y los pescados entran en contacto con la sustancia. A su vez, los humanos absorben pequeñas cantidades de mercurio contenidas en la carne del pescado, que van acumulando en su organismo.

Apenas en Argentina, el Gobierno distribuyó casi 30 millones de lamparitas compactas en todo el país de 2008 a 2014. En 2010, el Instituto Nacional de Tecnología Industrial de ese país estimó en 1.400 kilos la cantidad de mercurio liberado al ambiente por los distintos tipos de lámparas, indicó Bianco. «Es un número significativo porque el mercurio es altamente contaminante», agregó.

Entre las lámparas que aportan a estas emisiones, se encuentran los tubos fluorescentes en uso hace varias décadas, las lámparas compactas —las que fueron distribuidas a cambio de lámparas incandescentes— y otros artefactos, como los que se utilizan con fines estéticos «para cambiar la tonalidad de la piel».

Según la especialista, el recambio masivo no previó mecanismos para descartar de manera segura las lámparas que cumplieron su vida útil, por lo que terminan en «rellenos sanitarios» —vertederos— y no en lugares adecuados para el manejo del residuo. El mercurio puede terminar en cursos de agua y entrar entonces a la cadena alimenticia.

«No hay un destino seguro actualmente para la mayoría de las lámparas compactas o de mercurio de bajo consumo», aseveró. Por este motivo, expresó que los ciudadanos deben pedir a las autoridades que implementen sistemas de recolección de lamparitas usadas.

Bianco expresó que «hay que elegir muy bien las marcas» que se compran, ya que no todas presentan un consumo tan bajo como el que dicen tener. También existen otras opciones que permiten ahorrar energía y al mismo tiempo no contienen mercurio, como las lámparas LED, que se han vuelto populares en los últimos años.

La ecologista indicó que «por el momento se puede pensar en las LED como una muy buena opción».

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