APOSTILLAS # 37
Federico Sánchez -FS Fedor-
Charles Bronson acaba de morir, a los 81 años.
En una de mis reseñas de cine, en uno de los medios dominicanos en que publicaba, dije sobre él lo siguiente -copio íntegramente-.
Charles Bronson, el vengador anónimo de miles de fanáticos cinematográficos, vuelve de nuevo a la pantalla para realizar por su cuenta una justicia que quizás deseamos. Esta vez actúa en el filme Justicia salvaje, más aguerrido, más aterrador, más bestial, implacable, inmisericorde y otros calificativos aterradores que se quedan en el etc., etc….
El cine, como categoría que ha sabido explorar, y más aún explotar los innúmeros temas y hechos de la vida social, con una aureola dramática de trascendencia dentro de la problemática del hombre, ha llevado a la pantalla a superhéroes, casi todos norteamericanos, convertidos en una mercancía de buena rentabilidad económica, un bien/servicio cultural cinético, en fin materia prima industrializada, susceptible de pingües beneficios, y en consecuencia ha hecho de Charles Bronson uno de los mitos acartonados que han sido promovidos y alimentados por la bulla (dirían algunos alharaca) propagandística del “establishment”.
Entonces Bronson eclosiona como el individuo prototipo inmerso en la violencia irracional, del sadismo más espantoso, de la prepotencia individualista, pues realiza por su cuenta, poderoso y arrogante, la justicia o la condena justiciera, tal como él la entiende: a su manera y con venganza.
Incluso, a Bronson se le ha presentado como portador de una cultura fálica, viril, que enardece el sentimentalismo melodramático de sus fieles seguidores. Fanáticos a la deriva todos.
Junto a otros mitos viriles, agresivos, hacedores de una acción violenta, como Sean Connery y Roger Moore (actores que interpretan a James Bond, ya tratados en este espacio) y otros como Clint Eastwood (“Harry, el sucio”, “Por unos dólares más”, “El bueno, el malo y el feo” ), Jim Brown (representando al negro promedio norteamericano integrado al sistema), Lee Van Cleef (El malo de “El bueno, el malo y…..”) y otro , Bronson adquiere carta de representación genuina por la característica propia de su fisonomía: cara dura y achinada, fortachón, vulgar, salvaje, depravado, violentamente impulsivo, impulsivamente violento y fascinantemente espectacular.
En gran parte de su actuación en los muchísimos filmes en que ha trabajado (“Peleador callejero”, “Asesino a precio fijo”, “El toro blanco”, “Telephon”, Vengador anónimo” I y II, “Diez minutos para morir” etc.) demuestra esa categoría mórbida de la violencia irracional que ejecuta y ubicable dentro del espectáculo fílmico hollywoodense.
En toda su magnitud, esta acción bronsiona, tiende a castrar, inmisericordemente, la mentalidad del hombre-masa; es un estímulo, posiblemente caldeador de ánimos que alimenta el individuo para que se sumerja en el escapismo irresponsable, huyendo irremisiblemente de toda problemática existencial inmediata.
Con todo esto, Charles Bronson se ha convertido, con su apogeo de actor cara- dura (que por cierto como tal es mediocre, inexpresivo, -en su denominación dramática-) en el impulsor justiciero, aún llegue al extremo del salvajismo, para hacer valer los postulados sociales implantados por los dirigentes de la sociedad al que pertenece. Todo aquél que infrinja los valores establecidos recibirá su poder implacable, sin importar a qué ardid, trama o método (legalizado o no) recurra para ejecutarlo.
“El Vengador” I y II, “Diez minutos para morir”, y “Justicia salvaje” son ejemplos más que fehacientes para develar e identificar a este seudo-actor con unos personajes que se mantienen envueltos en un cliché atractivo, reiterativo, que ha sido creado a través de la inyección de un gusto popular en los “Mass-media”.
Es una estética de arte cinético al alcance de todos los estratos sociales, con su modo de decir, con su modo de actuar, configurada a base del texto-diálogo, la acción aventurera, la musicalización rítmica-pegajosa y una imaginería fílmica de fácil comprensión, para que no nos “matemos la cabeza” o no nos “devanemos los sesos”. Sólo aceptar, disfrutar, “convivir” y aquietarnos en tanto mantenemos una actitud acrítica y sin presunción.
Una muestra de que es así, es la acogida que esos filmes (sin menospreciar sus otros filmes similares) han tenido en el espectador, quien sumisamente cae en la fascinación vengativa. Por lo tanto se encasilla en un método de represión que de ningún modo resuelve los conflictos sociales más significativos de la sociedad que nos aprisiona.
Los argumentos de cada película tienen una base inverosímil, si ya no irracional. La venganza, salvaje por demás y como fórmula justiciera, se convierte en la vía de escape hacia la resolución de unos problemas que difícilmente la sociedad de consumo los canalice con efectividad y humanamente.
Y ciertamente, en una sociedad de tanta violencia, de tanto desarraigo social, de desadaptación, donde se inficionan los derechos ciudadanos y donde el incumplimiento de las mismas, y que rigen el ordenamiento social, difícilmente se actúe de otra manera.
En el caso de estos filmes, se ha aprovechado, con una mentalidad económica irrestricta, el instinto reprimido y de represión albergados en el ciudadano medio, común, en su histórico vivir dentro de esta sociedad, la que es representada en el celuloide.
Presentar al “vengador anónimo” en la pantalla sería, entonces, un acto de identificación multitudinario, con su prurito festivo, y por lo tanto una seguridad de la inversión, dando como fruto una rentabilidad doble o triple del capital invertido, a la vez que se engrandece esa “mitomanía bronsiana”, envuelta en una aureola de fascinación, aunque poéticamente violenta e infantil.
La manipulación de la conciencia del individuo, invitado a conducirse por un sendero de frustración y engaño, velado por el manto agradable de la puesta en escena, de la fruición, del deleite que proporciona el “espectáculo” cinético, industrializado, parece ser la intención recurrente de estos filmes.
Y es que viendo violencia muchas veces se goza cuando se tiene ya predispuesto el instinto bestial del hombre, que inserto en una realidad restrictiva ha de estar reprimido, por lo tanto es educado en un orden específico de la conducta a través de la televisión y el mismo cine, o ya por experiencias de los sucesos de la sociedad.
En el orden artístico, estos filmes carecen de una excelente factura fílmica, pero no se dejan caer hacia el abismo de los adefesios o los bodrios cinematográficos. La base guionística no pasa de ser una reproducción de muchos otros argumentos que han tratado el tema. Tanto la primera parte como la segunda del “Vengador anónimo” y los demás anteriores filmes interpretados por el acartonado Bronson carecen de una excelencia fílmica. Ni qué decir de “Justicia Salvaje”. Si su indolente, insufrible director, Michael Winder, y su no mejor actor, Charles Bronson (que es pésimo), se anotan uno o dos tantos, es en el orden redituable, económicamente hablando, más en la manipulación irracional de la mente humana en que inciden, provocan.
La máxima intención de estos filmes es promover la figura de Bronson, en su rol justiciero y “vengador anónimo”, que al fin de cuenta, ya no es tan anónimo para el público masificado.
El autor es:
-Periodista, Publicista, Cineasta, Catedrático (UTESA, OyM).
-Cultor literario: poeta, narrador, dramaturgo, ensayista.
-E-mail: anthoniofederico9@gmail.com.
-Face Book. -Wasap: 809- 353-7870.
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