APOSTILLAS
Federico Sánchez -FS Fedor-
A veces tengo pensamientos indiscretos, en términos sociales. Quizás muy políticos y probablemente muy pesimistas y absolutos. Son cavilaciones continuas, ininterrumpidas, digresivos, como en un sueño, y trato de percibir, palpar una nación posible, que hoy está embargada en una contracultura, en una alienación constante, impredecible. Corrupta.
Y es que los líderes de esta nación, los que dirigen el sistema y todas sus instituciones, en vez de ser críticos de los maleficios, de los pasos perdidos, de la mala conciencia, están integrados en el absurdo de este mundo, que ya no tiene salvación. Más que críticos son insípidos y oportunistas.
Pienso que deberían integrarse a salvaguardarlo, aunque sea un ápice de lo que nos queda de ética, de moral, de filosofía integral, humana, acorde con la sinceridad, la cordialidad, la protección, y rechazar los actos contra naturas, contradictorios, ajenos a la solidaridad.
Sí, deberían hacer, realizar tareas que se conviertan en afinidades con la convivencia y la connivencia -o el connubio- de los sentimientos positivos, como la paz, el amor, el respecto, la cordialidad. Y defenestrar, luchar contra todo lo que sea guerra, violencia, aparataje egoísta como la autoexageración económica, o sea monetaria, restregándola en las caras de los demás. Vivir contra el conjunto, el prójimo, no es tarea cordial. Vivimos en un conjuro lenitivo contrapelo de la mayoría débil.
Sucede que vivimos denostando, infamando como chivos sin ley; aprovechando cualquier oportunidad en enquistarse a contra corriente de los demás, elevarse al primer peldaño, en contra de los intereses de la mayoría nacional.
Y uno de esos males que nos azota, que nos minimiza, que nos convierte en seres cavernícolas es la corruptela administrativa, tanto de orden oficial como privado. Toda una actividad que campea con todos sus fueros.
Se está viviendo a horcajadas, alado, en cabalgadura bestial, tambaleándose, en un vasto, pedregoso, difícil ensenada. A la deriva, sin un norte apropiado de bienestar colectivo. Muy individualista, en tanto cada quien ataja a su favor, sin tomar en cuenta la hermandad del híbrido de razas que somos, como nación consuetudinaria que desde los tiempos patrios hemos venido construyendo, a destajos, pero posible. Empero, algunos, a lo largo de la historia se han empeñado de distorsionar todo a sus antojos.
Vivimos en una selva salvaje, sin salvaguarda, sin resguardo positivo.
¿Cómo es posible que el dislocamiento, tambaleante inicio de la democracia pos-Trujillo aún permanezca, como si fuera un llanto indetenible, en los tiempos de la pos-modernidad, o sea, ahora, en el presente.
El desazón, desaguisado, que desde los 60s hasta los 90s, aún persista, y no desiste de parar, de continuar, de reproducirse, in crescendo, contra vientos y mareas, y con otro sazón (también desazonado), en las décadas que van en este milenio. ¿Hasta cuántas décadas más, los 30s, los 40s, 50s?
De seguir así llegaremos al centenario montado en el mismo tren defectuoso. Que en vez de ser de acero, a estas alturas, sigue siendo ferruginoso. Herrumbroso.
Sí, seguimos cocinando una democracia con un sazón amargo, sanguinolento, para los hegemónicos estratégico, inconsecuente con el pensamiento prohumano, siempre egoísta, oportunista, aprovechando todas las conformidades que se presenten, y que empujan oportunamente, los indolentes. Campea el facilismo con todos sus cánones.
Hoy día nos gastamos una herencia del pasado reciente que nos ahoga, nos mutila, nos inhabilita. Que sigue extendiéndose, como sombras que atraviesan la ciudad, cubriendo todas nuestras instituciones económicas, educativas, sociales en general, incluso la familia.
Y es que los grandes partidos (reformista, socialdemocrático, nacionalista, quisqueyano, cristiano, liberal, dominicanista, etc…), que han gobernado, tanto en este siglo como en el pasado, nos han dado un ejemplo, a un tiempo, de supervivencia oportunista, de egoísmo (individual o grupal), y de sobreabundancia personal, inmerso, apoyado por el dolo.
Sólo ha sido cuestión de tocar las arcas, como Rafles, el acartonado ladrón de las manos de seda. Pero no sólo las arcas (del estado), también las que aparezcan mal puestas, en cualquier oficina privada. El facilismo a la orden del día, a veces sin detenerse a pensar en un régimen de consecuencia judicial, que, dicho de pasos, también puede corromperse con el signo más adorado de hoy en día, el del dinero$$$. Y también ese jerarca ¨justiciero¨ se hace rico de la noche a la mañana, para ¨…el bien de nuestros hijos y allegados¨, que se convertirán en los nuevos ricos, los herederos del ocio.
A través del partido gobernante, en su turno, se arrastra una mancha indeleble. Una suerte de árbol genealógico impune, imperecedero. Esos dirigentes de hoy, que quizás tengan vocación democrática, por sus estudios en centros modernos o quizás por su convicción, extienden una herencia histórica. Sus padres y abuelos fueron colaboradores del trujillismo, y luego del régimen despótico ilustrado, como el baraguerato de los doce años. Y en consecuencia de los sucesivos gobiernos que imitaron con poca gracia algunas conductas impropias, que hoy persisten, con todas sus gracias, indemnes.
Sí, son herederos de esa conducta, y su comportamiento, una práctica social pragmatizada (a veces oportunista, arribista, otras conscientes…). Por lo tanto, y sobre todo, han heredado sus fortunas, producto del peculado, el dolo, la corrupción administrativa estatal. Y el connubio persiste, todos coludidos en mismo fin.
Muchos de ellos ya chicos, ya jóvenes, ya adultos, hoy gozan placenteramente de esa fortuna indebida (probablemente ya lícita, en tanto ha sido lavada a través de las inversiones).
Algunos siguen en la herencia política (después de la económica), y hacen esfuerzo inaudito por borrar esas huellas históricas disfrazándose de demócratas y cristianos, y nacionalistas, y patriotas, que es un eufemismo solapado, y criticando acremente la corrupción del gobierno de turno, a los nuevos herederos.
Y los nuevos herederos del dolo, no menos afortunados, ya han perdido credibilidad en la inmensa mayoría. De esa gran mayoría hay una gran inmensidad que pertenece a la base media de los partido que les son fieles y no están manchados del peculado estatal; ésos, quizás, sean los elegibles como futuros dirigentes.
Ojalá que no los corrompa el oro, si llegan a gobernar, porque entonces habrá penas en el país. Están los que perfilan como hombres honestos, incorruptibles, probos (hermosa concesión la que se dan, en una paradoja increíble, por ficticia, y eso lo pienso amargamente).
Pero aún es muy temprano pensar así. No sabemos a ciencia cierta cómo andan las arcas de sus carteras. Pero están pisándoles los talones, a pie juntillas, en un acto imitativo (en tanto indivisa forma de solidaridad), locos por alcanzar, convertirse en los nuevos ricos de la sociedad, rondando el camino más fácil.
También pienso que los medios de comunicación de masas tienen mucho de culpa de esa propagación de sentimientos, de ideas, de actitudes que rayan en la vanidad, en el agiotismo, en el orgullo barato, en el egoísmo, en el contraste que vivimos, el que existe hoy en día, en este mundo inadecuado, que algunos no vacilan en rechazar proponiendo un nuevo mundo.
Otros medios modernos, como las redes sociales, incentivan, alientan, argumentan que vivimos como el mejor de los tiempos que han sucedido en la historia de la humanidad; pero un mundo para los más fuertes, los sobrevivientes, darwinianos inconfesos. Que si bien es un orbe que se levanta, lenta y sucesivamente, como un valladar, una montaña, una cima, para unos, es un arpegio de armonías para otros.
Hay una abundancia de bienes materiales, mostrada como el éxito más grande obtenido por la humanidad, jamás visto, de los ciclos históricos del hombre. O sea una nueva sociedad que nace con la oportunidad de acceso excesivo que tienen todos los hombres, todas las mujeres del mundo, sin distinción de colores o razas o de religión, o de ideología política o de cualquiera otra índole.
Y se tiene acceso a unos bienes culturales, que por demás, son solidarios, en tanto han sido creados por el hombre para el hombre, producido, reproducido, reciclado mediante técnicas, artes, prácticas o procedimientos de tipos industriales, pasible de ser reproducidos en pequeña escala a nivel casero o pequeños negocios; todo un triunfo de la repartición de bienes y servicios.
Esto es, una industria cultural que viene de lejos, con la modernidad, con sesgo post capitalista, ¨la sociedad de la abundancia democrática¨ (al decir del sociofilósofo Peter Drucker, teórico de la sociedad de la información y el conocimiento) con el auge del desarrollo cultural populoso, popularizado, en sus bienes materiales y también espirituales, mental, y de la tecnología, ésta a a las órdenes de los deseos y las necesidades humanas y que toda industria está dispuesta a sus pies, de hinojos, rendida, subyugada para apetencias personales, para prurito multitudinario.
Pero…, ojo avizor, hay que tener dinero para la autosatisfacción. Anjá…, entonces, cómo conseguirlo. Ésa es la cuestión. Pues no está al alcance de los menos favorecidos económicamente hablando.
Este tipo de relación, objetos de deseo y sujetos para el deleite, los deseos, es un tanto peregrina, y refleja una situación de convivencia que al parecer siempre ha sido, desde los tiempos remotos, desde que surge el homo sapiens, el homo erectus, el homo económicus, el homo consumísticus, un signo vital, reeditándose por los siglos de los siglos, sin amén.
Es típico del homo culturus, folklóricus, y que hace fulgurar, transfigurar a la vista de todos, una tendencia que se ha ido disciplinando; esto es, el consumo de bienes y servicios, un deseo universal, que une a la familia, ¿“La Sagrada Familia”?, en torno a una mesa, en donde se engullen, se mastican, se disuelven los adminículos que pare la sociedad industrial, que es cultura a toda prueba. Pero es monótona, por desigual.
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