MIS CREACIONES LITERARIAS…
Federico Sánchez -FS Fedor-
8va. Alucinación.
Ariadna,
en su insoportable, descriptible belleza, me imanta con sus ojos, provoca miradas, las de esos ojos azules, que me invitan a ser espantoso, en tanto me espanto de temor, y esos ojos, que miran como orbitando mi urbe, se atragantan en mi horizonte, que gira, como el trineo del cielo en su crepúsculo de naranja azulada, que me colorea en azul silueta, por su resplandor en la lluvia en simultáneo arco iris, que resplandece, como el otoño bajo el sublime, intenso resol arrebolado, que ennoblece, como el prado verde de una montaña ajada, que se embelese, como la azucena desflorando su piel de cimarrón, que brilla, como toda agitación aprisionando mus pechos, que se yerguen, como cada noche, asumiéndola, espejeando sus ojos, que miran, como un camaleón, esto es, con una mirada con su terrible, espantosa, insoportable lindeza, esa que me arrebata. Sólo sus ojos son la quietud del verdemar que se anima con el espíritu de la playa, con el susurro de los ríos y los arroyuelos, mojándome.
Sólo sus ojos observan fijamente el otoño de estación en estación, como si la eternidad les existiera, como el invierno cuando da color gris al firmamento ante que se inicie una canción. Sólo sus ojos son como el cieno y el cielo y como la floresta y las palmeras y las nubes y todas las transparencias que se vuelven verde limón y blanca nieve y negro carbón o rojo metal encendido, como uranio enriquecido a priori.
Sólo sus ojos invierten a través de mí todas las maravillas del mundo y que nacen de dos abismos que ofrecen dádiva a la dádiva, vida a la vida, y ofrece hospedaje a los que son dignos de hospedería en cumbres y montañas que se encubren de ternuras. Sólo sus ojos son mis pétalos que escancian su piel, mis polos que me atraen, que confrontan lenta, denodada, sutilmente mis conflictos de ritos y ceremonias, lujurias y exclamaciones. Sólo sus ojos son un estallido de pasión que observan mis quejidos, un complot de versos que nombran mis torrentes, encarnados sanguíneos en mis rugidos internos. Sólo sus ojos, que es una iridiscencia de colores vivos, inventan mis lealtades, y emergen desde su luminaria hacia mis estornudos quejumbrosos.
Sólo sus ojos, mi incertidumbre en cada mirada de noches oscuras, acuden a mí, a mis soledades de días aciagos. Sólo sus ojos, los inventores de mis dudas escabullidas, inventan la imagen que no me repele, o un deseo que recorre poro a paro toda mi omnipotencia. Sólo sus ojos, que son un verdeluz de camaleón, se inmiscuyen en mis orgías salvajes. Sólo sus ojos, espantos que me amilanan, me adormecen. Sólo sus ojos, cascadas que titiritan de frío, enanas, invirtiéndose en mis antojos más remotos, que son retoños de su virtud.
Sólo sus ojos, insinuaciones que corrigen, cánones, normas que me empujan cuando la perplejidad me asalta, esto es, cuando se asoma el sol nublándome. Y es entonces, y sólo entonces, que aglutinado a sus ojos, retorno a su piel, en connubio con el sol o coludido al viento que me eleva. Ariadna, adjudicándome la probidad de sus ojos, que resplandecen como subsidio de la patria, reinventa el amanecer. Tranquilo. Y retrotrayendo la anchura de su visión, sus ojos como una esquirla caen sobre mí, subyugándome. Incluyéndome.
Y si el invierno o la primavera o el verano o el otoño se elevan como pompa de jabón, sólo es por sus ojos. Si el aura logra verse en cálido espejo, sólo es por sus ojos. Si se embelesen los dioses postrados a sus pies, sólo es por sus ojos. Sus ojos, tibias lunaciones de un encendido amanecer, alucinándome. Sus ojos, ya quietos, ya negros claros, ya inclinados, sólo son míos. Y cuando el verdemar se interna en sus pupilas reflejándome, rayos tornazules encienden sus pupilas, que mi animan, me revuelven, me entusiasman, y lágrimas bufonas se revuelcan sobre su pelo alicaído en caída precipitada sobre mis hombros, O sus hombros, que se yerguen de emociones.
Y la luna riela en el vaivén de sus olas orbitales. Y unas caracolas inmensas intentan enmarcarla. Y una tapia inclinada, adyacente al sol, la recupera como una gran diosa, deidad para adorarse y amilanarme. Y una costa colindante reincide en retenerla a toda costa; pero se acongoja cuando vientos del norte me dejan solo. Al anochecer, casi en el crepúsculo, sus ojos, casi un reflejo del verde limón, naufragan en mí, como si el sol no existiera, navegando en mi lomo como por un viento frío. Un beso de Ariadna induce al amor y provoca estampidos entre peces y algas a la orilla del río Ozama, que se inmuta cuando me guiña un ojo, y caballitos marineros llevan a horcajadas todas sus gracias. Su tesoro. Destilando colores, un arco iris bailotea en su piel y lluvias graciosas tintinean en su rostro si el mar asiente.
El malecón embravecido recela de Ariadna como si fuera suyo la resaca de su aliento. Y fulgurando destellos una estrella de mar ilumina su fragancia. El viento oceánico en su quimera corporal se imagina a una Ariadna que enreda y levanta cada gota de agua como un follaje de iluminación. Y ella, descendida, convertida en ópalos de serafines, refulge con la misma agua, como una lágrima en mis ojos al verla descender, o como si el sol oscureciera. En fin, si Ariadna mira mis ojos, de repente, tiernamente, como un tizón surgen gladiolos encendidos que en la salina florecen. Y sí, así es, subyace en su mirada un verdemar, tan claro como un lobo estepario aullando mi sufrimiento, que se eterniza en mis ojos. Y en sus ojos. En mi alucinación más inmediata.
El autor es periodista, publicista, cineasta, catedrático en O&M, UTESA.
Escritor: poeta, narrador, dramaturgo, ensayista. E-Mail: anthoniofederico9@gmail.com.
Face Book:
Wasap: 809- 353-7870.
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