Ver perder a Rafael Nadal en la primera rueda de Roland Garros fue para muchos un shock. Aunque esta vez era previsible: por su actualidad tenística, por la falta de ritmo que podría tener como consecuencia de su seguidilla de lesiones y porque, en definitiva, el tiempo pasa para todos. Pero además, como punto esencial, le tocó un sorteo ingrato, injusto con su historia de 14 veces campeón de París y actualmente como 275° del ranking de la ATP: el alemán Alexander Zverev (4° del mundo), un potencial candidato al título y reciente ganador del Masters 1000 de Roma. Es decir, todos los condimentos para ver una eventual derrota en sets corridos y en menos de dos horas razonablemente hablando. Con muchos aires de nostalgia por el gladiador que ya no es el mismo.
Pero resultó que Nadal, si bien cayó en tres sets (6-3, 7-6 y 6-3, en 3h05m), lo hizo con mucha altura, con dignidad. Dando batalla, sobre todo en el segundo set, que recién cedió en el tie-break. Rafa jugó por encima de lo que muchos imaginaban y perdió, lógicamente, porque Zverev lo forzó a emplearse por sobre lo que su cuerpo, su timing y su tenis estaban en condiciones de exponer sobre el polvo de ladrillo de la cancha central. Quizá dentro de dos meses, en ese mismo escenario, un encuentro entre ambos se hubiese resuelto en cinco sets. Porque lo que se vio, concretamente, fue un Nadal que no está para colgar la raqueta, a pesar de sus casi 38 años y de un físico baqueteado. ¡Si pasaron casi dos décadas de su primera consagración!
Hace unos meses, el español estaba en una encrucijada. Pasó noches de desvelo. Tiene todo en la vida: gloria, fama, dinero, respeto, una familia que lo crió y lo educó de manera ejemplar y otra familia propia que está construyendo con Francisca y el pequeño Rafita. Pero si algo no quería el Matador era despedirse dando una imagen endeble en la cancha donde alcanzó sus mayores gestas. Ciertamente a nadie le habría importado si perdía mal: seguiría siendo Rafa Nadal, uno de los mejores de la historia. Pero su grado de autoexigencia es incomprensible para el resto de los mortales. Sólo lo entiende y lo concibe Nadal.
Ahora bien, ¿qué pasó en estos últimos meses? ¿Cómo se sintió en el regreso a la alta competencia y la rápida despedida de París? ¿Cómo lo vieron en el box los integrantes de su cuerpo técnico y colaboradores, junto a su núcleo familiar? Y lo más significativo: ¿cómo está y qué se puede esperar de Nadal a futuro?
Nadie como su coach, Carlos Moyá, para describrir cada momento. Más optimista que pesimista. “Rafa estaba mucho mejor preparado aquí que en los torneos anteriores. Ese fue el objetivo. Que no se exigiera demasiado. Nos pasó en el Masters 1000 de Madrid, donde le pedí en un partido que no jugara más de dos horas para evitar lesionarse de nuevo. No es fácil que Rafa cumpla con un pedido así, pero lo hizo frente a De Minaur. Perdió el primer set y ya no peleó más. Fue clave para cumplir con el plan, el gran objetivo de llegar lo mejor posible a Roland Garros”, apunta Moyá en una charla con L’Equipe.
El sorteo no fue benévolo, está claro. “Su partido aquí fue el mejor desde su regreso a la arcilla esta temporada. Lamento que este partido llegara en una primera ronda. Nos hubiera gustado que pudiera jugar dos, tres vueltas antes, para tomar ritmo. Podría haber sido diferente. Pero sabíamos que podía pasar, lo aceptamos y algo importante: por momentos vimos al Rafa que todos recuerdan. Todavía le falta la capacidad de mantener un alto nivel de manera consistente durante todo el partido y contra un oponente como Zverev, es muy difícil. Tuvo oportunidades que en otras ocasiones, con confianza, sin duda habría aprovechado”, enfatizó el entrenador.
Se siente satisfecho Moyá. Recuerda que hubo días en Mallorca, de preparación, en los que no podían hacer casi nada por los dolores que sentía Nadal en medio de las prácticas. Incluso, en su momento circularon videos alarmantes en los que se advertían sus problemas físicos. “Eran entrenamientos muy cortos”, admitió con una sonrisa. El camino tuvo baches, interrupciones, cambios de estrategia. Incluso, cuando Rafa decidió jugar en Barcelona a mediados de abril, no estaba en buena forma aún, pero su equipo quería sacarlo del ambiente de pesimismo que reinaba en el búnker en Manacor. “Cambiar el aire”, que le dicen. Motivarlo con el clima de competencia, ahí donde Nadal suele sentirse en plenitud y a gusto.
Quizá lo más sorprendente para Moyá fue haberlo visto en el nivel que exhibió Rafa frente a Zverev. Lo sintió cerca en nivel, más allá de los detalles. Y hasta se animó a contar lo que sintió durante y después del partido con el alemán. “Ahora puedo decir que sabemos qué jugador tenemos con nosotros. Es Rafa Nadal. Siempre esperamos lo mejor de él. Sabemos que quizás no lo veamos como hace cuatro o cinco años, pero sí alcanzar un nivel que le permita llegar lejos en los torneos y seguir siendo competitivo. Para mí, Rafa, si hubiera llegado a cuartos de final en Roland Garros, seguía siendo un gran favorito”, lanzó.
¿Tanto, realmente, cabía esperar de un jugador que hacía tiempo no se exigía a cinco sets y que otorgaba ventajas físicas y de edad?
Moyá desmenuzó los motivos de su percepción. Especificó que Nadal “es diferente al resto en París”. Y sobre todo, que con tres o cuatro victorias seguidas “habría ganado confianza y se habría puesto a prueba físicamente. La progresión definitiva de un jugador proviene de la competición. Puedes entrenar muy bien, estar preparado, pero necesitas victorias. Y Rafa no tuvo esa continuidad, esa secuencia. Lo tuvo un poco en Madrid. Pero en Roma el salto hacia adelante que esperábamos no se produjo”, aclaró. ¿Qué pasó en Roma hace unas pocas semanas? El polaco Hubert Hurkacz lo vapuleó por 6-1 y 6-3 en la segunda rueda. Una derrota con sabor amargo. Que según el coach los hizo retroceder varios casilleros en la puesta a punto. E instaló dudas.
¿Cómo está hoy Nadal?
En el cuerpo técnico de Nadal sienten que hoy está en un 80 por ciento de su capacidad. Que ya puede jugar más libremente, sin tantas ataduras pensando en sus dolores abdominales, sobre todo al sacar. En consecuencia, el servicio funciona de otra manera, más agresivamente, con movimientos naturales. Y todo eso redunda en la positividad que alcanzar en la toma de decisiones. Que es donde se resuelven los puntos. Notan una “evolución positiva, una versión superior, globalmente, a la que vieron en Barcelona”.
Lo que muchos presagiaron, aunque nadie se animó a sentenciar algo al respecto, fue la posibilidad de que Nadal no llegara a Roland Garros y adelantara su retiro. Primero fue la confirmación de su participación. Y automáticamente brotó el interrogante sobre si era su última actuación en París. Rafa no quiso desenfocarse, sabía que le podía tocar un sorteo complicado, aunque no tan adverso. Y apenas olfateó que la organización estaba apuntando a armarle una despedida con todos los honores, planteó dudas sobre si estará en 2025 en el certamen y desactivó los agasajos. No fue terminante. No quiso serlo con su decisión a futuro. Lo que se potenció luego de conocer que Zverev sería su rival en el debut.
Pero, ¿cómo fueron esos meses previos de incertidumbre, de entrenamientos cortos, de cambios de planes sobre la marcha, de pedidos de no exigencia desmedida en la cancha? ¿Es que hubo frases premonitorias sobre un adiós para siempre? Moyá no escondió la respuesta, fue muy crudo al recordar esos momentos…
“Sí, en los entrenamientos, cuando le volvían los dolores, cuando no podía jugar en Indian Wells, cuando no podía ir a Montecarlo… Hubo muchas ocasiones en las que dijo ‘Ya no puedo hacerlo más’. Lógicamente eran momentos duros, difíciles, pero en el fondo sabía que al día siguiente era factible que lo pensara más fríamente y cambiara de opinión. Pero que dijera cosas así no había pasado nunca”, dijo Moyá. “Es real: hubo momentos en los que quiso retirarse. Pero, a ver, cuando se llega a ese punto, te das cuenta, no quedan dudas. Dices ‘basta, se acabó’, y es así nomás. Y la verdad es que tenía dudas. Entonces, por ahora no ha llegado el momento. Todavía quiere explorar en otros torneos cuál es realmente su nivel. Necesita un momento de descanso mental, para asimilar que Roland Garros sigue y que él ya no está. Una situación que no es muy habitual (sonríe). Descansará más o menos una semana y veremos cómo está su cuerpo, cómo está su cabeza. Su principal objetivo ahora son los Juegos Olímpicos. Habrá que prepararlos bien. ¿Wimbledon? No se decidió nada todavía”.
El domingo 3 de junio Nadal cumplirá 38 años. Siempre festejó durante Roland Garros y en ocasiones en que los organizadores hasta le regalaban una torta y hacían una celebración especial, Rafa apenas si probaba. Jamás se dejaba tentar. Su segundo cumple como papá lo pasará nuevamente en familia, pero ya no en París, ya no en el hotel que suele habitar en la Rue Jean Goujon con todo su equipo ni irá a cenar sobre Champs Elysées, fiel a sus cábalas. Es otro escenario. Desconocido. Volverá a la capital francesa en un par de meses para los Juegos Olímpicos. Pero, ¿regresará a fines de mayo de 2025 para otro Roland Garros? “No es fácil, pero todavía tiene un poco de esperanza. No sabe qué va a pasar con su cuerpo, con su nivel de juego, pero hoy no quiere cerrar la puerta”, cerró Moyá.
La Nacion.com
Descubre más desde Notiultimas
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.