APOSTILLAS
Federico Sánchez (FS Fedor)
El malhechor social o antisocial, llámese delincuente, asaltante, ladrón, facineroso, forajido, bandido, salteador, etc., cada vez más abunda en la sociedad. En la medida que aumenta la población, crecen los que delinquen. Y mientras los gobiernos no se apuren en resolver las dificultades, como la debilidad de la educación preuniversitaria, el desempleo masivo, el crítico sistema de salubridad y del entorno público-social y natural de higiene pública y ecológica, la escasez del deporte, entre otros no menos problemáticos, se incrementarán las noticias ofreciendo datas sobre ese mal delincuencial que nos afecta a todos.
En RD, décadas atrás sólo eran delincuentes los que atracaban. Ahora no, ahora y a todas horas, se trasgrede de múltiple forma para un beneficio personal, muy propio. Son muchos todos los que hurtan a los ciudadanos, sin importar la modalidad. También los burócratas de cuellos blancos delinquen. Es una peculiaridad que falta a la ética. Sólo se necesita un cargo público para alzarse con una suma extraordinaria, suficiente para resolver inconvenientes para varias generaciones familiares. El funcionario se torna indolente, insensible hasta no más poder. Toda partida que administra el oficial de turno y que la desvía hacia usos personales, de forma discrecional, estafa a la sociedad.
¿Qué diferencia puede haber entre los primeros –los malhechores- y los funcionarios que estupran las arcas administrativas del Estado para uso personal y/o familiar, si ambos les hacen un flaco servicio a la Nación, un daño socio-cultural a la sociedad toda y sólo para beneficio propio? Sólo cambia el método, la forma de robar; uno es ilegal y condenado, el otro también es ilegal pero no condenado; a veces justificado. Pero el funcionario usa el tráfico de influencia para salir absuelto con una sentencia eximente (como dicen los abogados), o sea, se confabula con los que deben aplicar la justicia. El estado de corrupción del Estado es tan basto que vasta que un político sea un influencer para tener una gracia, tanto de su partido, como de los que están coludidos con este sistema indolente, los que no aplican correctamente los estatutos jurídicos que salvaguardan los erarios públicos.
Antes, inscribirse y participar, vale decir, militar en un partido político con vocación de servir a la sociedad era un encanto. Una pasión. La juventud era entusiasta, con propensión moralista, más que política; exigía más libertad en las tomas de decisiones de cada quien; más liberación en las acciones sociales; menos paternalismo. Más solidaridad con todo el pueblo llano. Éramos tribus juveniles, tanto los de izquierda como de centro derecha, pero conscientes de nuestra lucha por una sociedad más justa; y sin embargo nos acusaron de comunistas, advenedizos, oportunistas, pequeños burgueses, anarquistas, revisionistas, y prejuiciados y decadentes y retrógrados y hasta, a algunos, los identificaron con el sulfuroso sambenito de agentes de la CIA.
Empero, en el fondo fuimos más subvertirdores del orden moral, que del político. La intención era rehacer las leyes imperantes, que sólo estaban, aún están hechas para que un grupito domine a la mayoría, y manejar sin moderación los bienes del Estado.
Hace 30 ó 40 años, quizás menos, nos abocábamos a una crítica social contra el Estado de excepción, antojadizo, contra todo orden social imperativo. Siempre le decíamos No al terror gubernamental, No a la autoridad policial, No al orden totalitario. ¿Es eso ser anarquista? En los 60s´ y 70s´ no hubo mucha crisis económica, sino moral, espiritual, y el estudiantado, contradiciendo la predicción de los creadores del materialismo histórico, que como filosofía política hablaba de la dirección revolucionaria de los obreros, esos estudiantes, en fin, fueron, fuimos quienes llevamos el timonel de la lucha, probablemente efímero. Esto así, porque después, convertidos en profesionales, la lucha ya era otra, quiero decir, predominaba la sobrevivencia familiar.
Hoy nuestra lucha es más económica que política. Somos más individualistas. La sociedad de consumo nos atrae poderosamente. Qué nos ofrece la economía de mercado, hoy, a saber: abundancia de la producción, de la comercialización, con su nihilismo anti tradicional, inversión de paradigmas viejos por nuevos, pragmáticos, apología de la buena vida, excelente vehículo de transporte, buena residencia, orgiástica parranda con bullangas urbanas en el costado, y todo lo habido y por haber (que es un eufemismo válido), como viajes vacacionales en ferry o habitar fines de semana en cabañas, y muchos otros aditamentos placenteros, más físicos que espirituales.
Esa sociedad, la que nos estimula y nos ofrece una abundante estructura de beneplácitos ardores y sabores, está articulada por los negocios y el poder financiero. Y con todo eso nos trae, consumidas, las imágenes idólatras, presentadas en las pantallas de cine o de televisión y en los dioramas de neones fluorescentes, en el cine y la Internet, una nueva subcultura, anti iconoclasta (en tanto se adora las imágenes), y otros aditivos comerciales, con su apego a una vida sugestiva y un mundo maravilloso, espléndido, para subvertir y divertir, en donde nos ofrecen unas ofertas nutritivas, los cosméticos, domésticos y foráneos, y las maquinarias deportivas (¿o gimnásticas?), que nos hacen prolongar la vida (como una extensión corporal de nosotros, como una Yipeta o una Van, por ejemplos, que se convierten en partes de nuestro cuerpo), que nos permiten rejuvenecer, y vivir y revivir y subsistir entre el arte de extrema belleza o la chabacanería barata de “mala muerte”.
¿Sería posible acoplarse a tanta belleza de bienes y servicios, al alcance de las manos, y más cerca cada vez? No sé si es bueno para la salud, eso de vivir la vida a toda capacidad sin tomar en cuenta la vida de los menos favorecidos. Y sólo viven para el goce del cuerpo. Pero en todo caso, ¿es dimisión o disminución de la salud mental? Al parecer es mejor el culto al deporte físico-corporal, a la robustez anatómica, al consumo.
Es cierto que hoy en día nuestro tiempo vital es más extensivo. Se podría vivir más años (que no es malo), y así hacerle una picada de ojo, un guiño, o levantarle un altar a la energía del cuerpo, como un lujo a conseguir, o a cualquier elemento de satisfacción personal, como si fuera un ícono a adorar, como un héroe a mostrar, como un demiurgo a recrear o reciclar. Mas, sin embargo, es una vivencia menos espiritual, menos sensible. No se compadece frente a los demás, los que sufren escarnios de aquéllos que son compulsivos, indolentes.
El tiempo es más duradero en el espacio, en el ciclo vital del ser humano, pero son años más que huecos, vacíos, en tanto se vive en el limbo mental. Quizás son más placenteros en el diario vivir, pero más chabacanos, más sumisos, más indignos, y a veces se le hace honor a la era robotizada, la era de la inteligencia artificial. En ese sentido, más que concreción humana somos siluetas o fantasmas. Espectros vivientes. Apáticos. Simplistas.
Hoy el egoísmo se convierte en glotonería, un agiotismo material. Abdicación de la crítica social, canjeada por el ditirambo o la adulonería y la complacencia. Es un adiós al sufrimiento, a un sálvese quien pueda, huyendo por la derecha, pues la izquierda, moderada o de centro izquierda, es un obsoleto camino, danteano, empedrado de abrojos y escollos. Un valladar infranqueable.
Nos abocamos a aceptar, consentir, el denominado transfuguismo político, el oportunismo barato, la conciencia vendida por un cheque en blanco. Es un modus vivendi que ya no es una conciencia política apasionada, sino la sobrevivencia, vendida al mejor postor, a cualquier pastor que nos ofrezca subir al cielo.
El tránsfuga político, oportunista, que militaba en una organización cuando estaba en el poder, hoy, al estar fuera del gobierno, la abandona para irse a “militar” a la que tiene opción de poder o ya está en el poder, y así asegurarse una tajada de la torta administrativa del Estado, que es un escritorio lleno de gavetas ocultando las preseas monetarias del dolo y la corrupción. Luego presenta su riqueza como fruto de su trabajo, de su servicio como profesional. Toda una farsa. El afán de lucro lícito o ilícito predomina para alcanzar la meta soñada,
A la abundancia material, que nunca como ahora había sido tan exuberante y arrebatadora, a un tiempo, no le ha correspondido un pensamiento, un raciocinio, una percepción, una sabiduría más consecuente. Más elevada. Más altiva. Ni una cultura más profunda. Sólo tenemos, creo que me repito, chabacanería y frivolidad, y supersticiones, y pornografía, y erotismo, rápido y contumaz, que más que sensualidad es un exhibicionismo, y placer comercial, y más consumismo en ofertas ubicuas, cuyas promociones siempre están a horcajadas sobre los hombros de los consumidores o, por el contrario, de los que inocente, éticamente siguen el camino de la honestidad.
Es ahí la cuestión, para que los funcionarios de nuevo tipo se aboquen a depredar los fondos públicos, discrecionales. Y los políticos que no están cerca, los tránsfugas, se dirijan, tranquilos, y sin orgullos, hacia las gradas donde se encuentran las arcas del Estado.
El autor es periodista, publicista, cineasta, catedrático en O&M y UTESA.
Escritor: poeta, narrador, dramaturgo, ensayista.
E-Mail: anthoniofederico9@gmail.com.
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Wasap: 809- 353-7870.
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