Moscú. Desde comienzos de este mes, una nueva iniciativa para establecer de inmediato un alto el fuego en la guerra en Ucrania está sobre el escritorio de los presidentes ruso, Vladimir Putin, y ucranio, Volodymir Zelensky.
Pero a juzgar por la falta de reacciones públicas de Moscú y Kiev, todo indica que va a correr el mismo destino –terminar empolvada en el archivero de las oportunidades desaprovechadas– de las ocho anteriores propuestas, desde el 24 de febrero de 2022 cuando comenzó la invasión rusa, para sentarse a negociar el fin del derramamiento de sangre entre estos dos pueblos eslavos, ahora enfrentados para siempre.
El plan, cuya autoría se atribuye al presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, tras la debacle que sufrió en las recientes elecciones municipales necesitado de anotarse algún éxito en el plano internacional como mediador, propone a Rusia y Ucrania, congelar el conflicto durante 16 años y resolverlo en 2040, cuando en principio, si se respeta la Constitución vigente, el Kremlin tendría que tener un nuevo titular (Putin, en el supuesto de aspirar a una nueva reelección terminaría su sexto y última mandato presidencial en 2036).
Erdogan no hace planteamientos excluyentes (por ejemplo, respetar la integridad territorial de Ucrania y reconocer la incorporación a la Federación Rusa de cuatro regiones ucranias, sin hablar ya de Crimea) y parte de que ambos países, Moscú y Kiev, tienen que hacer concesiones para poder llegar a un acuerdo.
Son medidas que los observadores consideran razonables y equilibradas, algunas similares a las contenidas en la iniciativa de China y cuidadosas de no provocar el abierto rechazo ucranio como sucede con algunos puntos de la variante de Pekín que, por mencionar un caso, exige levantar todas las sanciones contra Rusia.
De acuerdo con las filtraciones interesadas que llegan desde Ankara, la parte medular de la propuesta es poner fin a los hostilidades en el lugar donde estén posicionadas las respectivas tropas –siguiendo el modelo de la guerra de Corea– y resolver sus diferencias de fondo en 2040, mediante sendos referendos.
Estos plebiscitos se tendrían que celebrar en las cuatro regiones que se anexionó Moscú para determinar si la población quiere permanecer en Rusia o volver a ser parte de Ucrania y en la propia Ucrania, para aprobar la política interna y exterior de su gobierno, organizados todos bajo supervisión de Naciones Unidas y otros organismos internacionales y con vigilancia de reconocidos y suficientes observadores de otros países.
Turquía incluye otros puntos innegociables: entre otros, que Ucrania se comprometa a asumir un estatus de neutralidad hasta 2040 y, en esa medida, renuncie a ingresar a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN); que Rusia, y Estados Unidos, proclamen que nunca y bajo ninguna circunstancia recurrirán al armamento nuclear para influir en el curso de la guerra en Ucrania; que Moscú y Kiev procedan a intercambiar prisioneros de guerra bajo la fórmula “todos por todos”; que asuman la obligación de no entrometerse en los asuntos internos del otro y, sobre todo, que renuncien a desestabilizar a los respectivos gobiernos; que Rusia no se oponga al ingreso de Ucrania en la Unión Europea.
En opinión de analistas, ni Moscú ni Kiev parecen dispuestos a hacer la más mínima concesión. Rusia cree que este verano de 2024 podrá tener bajo su control todo el territorio de la región de Donietsk (cuando empezó la guerra, la llamada República Popular de Donietsk ocupaba sólo una tercera parte de su superficie, igual que Lugansk) y que Ucrania dejará de recibir armamento occidental en las cantidades que necesita, quedando en una situación cada vez más agobiante.
Y Ucrania sigue convencida de que, cuando se superen las dificultades para normalizar el suministro de armas occidentales, estará en condiciones de empezar a recuperar los territorios perdidos, creando un contexto más favorable para presionar a Rusia a retirar sus tropas, una de las principales condiciones de la llamada “Fórmula para la Paz”, que defiende Kiev para sentarse a negociar con Moscú y que el Kremlin considera “pérdida de tiempo” al no invitar a representantes rusos y no tomar en cuenta lo que denomina “realidad sobre el terreno”, eufemismo por territorios anexionados por Rusia.
La próxima conferencia de paz para Ucrania, según la fórmula de Kiev, tendrá lugar cerca de Lucerna, Suiza, el 15 y 16 de junio y, desde ahora, el Kremlin la descalifica.
Su portavoz, Dimitri Peskov, dijo hace poco que “carece de sentido impulsar un proceso negociador sin una de las partes del conflicto”, por lo cual en Suiza “más que buscar oportunidades para la paz, se va a delinear una escalada bélica”.
Juan Pablo Duch, corresponsal La Jornada
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