Federico Sánchez (FS Fedor)
¿Y de nuestro espíritu de lucha qué? Acaso somos indolentes, inmunes, insípidos e incoloros. ¿Qué cree se bicho raro, que no nos defenderemos? ¿Acaso nuestra abnegación del ser, de sobrevivir a como dé lugar, no es una resiliencia constante y sonante, emergente. Esto es, una fortaleza repetitiva, un baluarte que nos da un sesgo altivo y hasta arrogante, que buscaríamos todos los medios, habidos y por haber, para defendernos de tan magna inhumanidad?
Se ve que tan insolente animalillo, cuasi transparente, acuoso, no nos conoce. No sabe que cientos de ataques infames a lo largo de muchos milenios de años, desde que nos convertimos en homo sapiens, los hemos revertidos a nuestro favor. Que dejamos atrás, muy atrás, la monería que en principio nos caracterizó, comiendo bananas pluscuamperfectas y hiervas curativas y alimentarias, hasta llegar a lo que hoy se le suele llamar inteligencia artificial -IA-, en tanto caminamos erectos, y no agachados.
Y es así que en medio de la sala de mi estudio, sentado en el diván de la locura, divago sobre una colección de recuerdos del ayer inmediato, que empiezan a sentirme inmenso, incansable; recuerdos que son sombras como nubes de lluvias, relámpagos de luces, tormentas de polvareda, goterones inorgánicos, perspicaces, que en sus caídas explosionan. Sí, todas esas noticias de infectados y muertes a llover, e internos conectados a tanques de oxígenos, que daban, aún dan grimas.
Pero salimos adelante. En nuestros recuerdos más prístinos, en el ayer lejano, no encontramos algo semejante –la Fiebre Amarilla posiblemente-. No pensamos ni siquiera en algunas sombras de lo que hoy, o hasta ayer, nos atosigó el alma. Y el espíritu. Y la soberbia. Hasta el cansancio.
¿Y si ese bicho viniera de nuevo?, pensé, o me interrogué. Si es así, de seguro que podría explotar del miedo. y lanzar, crear y eructar llamas, gritos y susurros enardecidos. O quizás llantos o zumbidos atemorizados, sonidos todos que crearían una orquestación bachatera incongruente, un dembou sin acorde sustancioso –como sus letras que son insípidas-, una armonía merenguera inarticulada, un arreglo, una avenencia musical de doble filo, como la balada o el rock, inacontecidos, baladíes, ineficaces, que inventarían una ruidez estrepitosa, susurrarían un arpegio licencioso.
Si, sonidos que serían bullangas y sordideces, cuyas manifestaciones anti-oídos crepitarían en ecos inclementes, propios de una teoría del silencio de la mortandad cóvida o cóvica, como sea, por querer doblegar ingente, insolentemente a nuestra senectud septo y octogenaria. Y al infante indigente. Sonidos que serían perspicaces, capaces de horrorizar, en medio de la soledad, de maltratar, soslayar, invocar, censurar, apresar, aprehender, aplastar, demoler, degenerar, apalear, perturbar cualquier mente que no está preparada para tal acontecimiento. Y es que fue un virus malo. Muy malo. Y lo sigue siendo. Pero hay que detenerlo, a troche y moche, con todas descargas fusileras posibles de la imaginación, de la intransigencia, y desde el dolor y miedo que se vuelven valientes frente al peligro y el crimen de lesa humanidad.
No, por favor, no. Sería una afrenta de la historia, del pasado reciente, que no puede someternos a tan ingrata trastada. ¿Podríamos sobrevivir a una presencia más, Señor Covid-19, en este año, 2023? Si una segunda vez no nos encorva o arquea, vale decir, nos somete, quizás a la tercera sea la vencida. Como dice el dicho. Así que a lo hecho pecho. Y si no este año, será mañana, eso pienso. Pero me animo a ser positivo, ponerme tangible. Quiero expresar, inagarrable. Inagotable. Hay que dejarlo a la buena del tiempo caluroso, y alejar del pensamiento esos parciales trasuntos, para dedicarnos a otros asuntos, más placenteros, verídicos, realizables, y dejar que la mente se liberalice para no martirizarnos más. O sea, negar todo tipo de negación que nos atosigue, y unirnos en solo timón, como en la lucha y unidad de los contrarios, al decir del barbudo filósofo de corte dialéctico.
Venceremos, me reafirmo. Quedo me quedo. Tranquilo quieto. Espíritu sosegado en ristre, a la grupa de un amanecer tranquilo. Todo debe ser, volver a ser como antes, como siempre ha sido, antes y mucho antes del primer ataque del Covid. O sea, ser: tigre en buena lid, ovejo en la paz, intrépido en la faena diaria, emotivo en la noche dulce, por clara, decidido ante el infortunio de la problemática económica, con tanta inflación de los adminículos básicos y la escasez de agua potable, insolvente. Y a un tiempo ser comedido en la abundancia. Y ¨Duro de matar¨ ante la indelicadeza de ese bicho raro. Ser insumiso en la batalla, elegante ante la probidad, pasivo en la añoranza, compasivo en la soledad, sutil color azulino en la inclemencia del tiempo. Tolerante en la espera, y revertirnos cuando llegue. Ser indolente ante las ignominias atropellantes a la que nos someten en esta vida, debe ser lúcida y placentera.
Y en lo que el hacha va y viene y hace esto y hace lo otro, sin tacha, sin cachaza, y entre tazas de café, o de té, esperar que llegue la mañana con bonanza o sin ella. Esperar que caiga la tarde, sin desespero. Apacible en el diván de la chifladura.
Porque todo lo que quiero, tan sólo es, desear, necesitar que ese maldito Covid-19, ahora con más virulencia que antaño, en tanto es más agresivo, se calme o se devuelva, o una brisa loca lo desvíe hacia un futuro incierto o a una otra galaxia lejana. Es un anhelo que me llega indirectamente, así, zigzagueante, vagueante, de repente, como una lucecita fulgente que surge en los momentos refulgentes, en los tiempos difíciles.
Un empeño sin afán, sin pausa ni prisa, sino todo lo contrario. Empero como un deseo súper regente en los asuntos a discutir, ingente, que hay que provocar, rehacer un mayor esfuerzo, cuando el pensamiento se vuelve insípido, desaborido, ante la espera, aunque de incipiente renovación cuando se torna conciencia y control de la situación, de modo que toda ignorancia, inexpresiva o inodora, pase a mejor duelo. Por lo tanto hay que tomar el control y erguirse en atalaya, en pared, con todo y cascos de botellas, en un valladar, una tapia para seguir en un mejor tiempo, éste, el aquí y el ahora, y dejar las cosas pasar, laissez faire, laissez passer, en su agitado curso. Pero sin variante del Covid-19, y sus inminentes agresiones.
El autor es periodista, publicista, cineasta, catedrático, escritor (poeta, narrador, dramaturgo, ensayista).
-E-Mail: anthoniofederico9@gmail.com.
-Face Book.
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