MIS CREACIONES LITERARIAS… De mi poemario: La Ariádnida

Federico Sánchez -FS Fedor-

…el mundo que alucino cuando sus ojos me miran -Poesía en Prosa-2023-. 20 mil alucinaciones y un colofón sin reproche…

4ta. Alucinación.

Ariadna, a veces, no responde a mi intimación, que es hambre, que es dolor, ungüento para su ser, y en la inmediación de mi amable proposición hay una lejanía, una dejadez, una instrumentalización, una insensatez, que se tienden como arco sobre mis horas. A solas conmigo, con mi destino. De sus negros, menguados, incandescentes ojos surgen horrorizados mis temores, como luciérnagas fugaces arremetiéndose contra mis sentimientos, contra la columna de mi sufrir, contra las paredes, las fortalezas, las atalayas de mi dulzura, que no es fuego, sino lirismo puro, que no es sulfuro, sino pasión de vino, un heroísmo reducido a cenizas por el precoz sonido de su voz en ascenso, de su susurro en declive, de silencio pulverizándome en lo inmediato, desvaneciéndose mi amor propio y el de ella. Sin embargo, aún sigo escuchando su letanía.

Y procuro no sé qué tipo de protesta debo levantar, si contra sus ojos claros que son lujuriosos, o contra los insufribles problemas diarios que me depara, nos depara la sociedad, inconclusa de sueños convulsos y amaneceres de intranquilos sustos. Y trato de alcanzar que sus improperios no amilanen mi colina de pinos que la aúpan, la apuran, mi terraza de rosas que la adoran, mis ilusiones de holguras que aproximándose al bosque de su vergel la estiman.

Un piano de luz hace temblequear el costado de su mirada, cuando me mira sin mirarme. En silencio. Pero su voz megafónica, sinfónica, con su grito de ¨Basta ya¨, con el cual impide mi sinrazón de seguir pretendiéndola, detiene a ultranza la osadía de mi transpiración en un instante, en pleno desarrollo. Como un ave en un cielo imposible de volar. Y aun así, voy por su fuego como por su estancia en función de ave fénix. Nadie responde a su grito, sino su mismo grito, cuando se ahoga y rebota sobre mi frente, o en mis mejillas que, deslucidas, sonrosadas, pulen su canto. Entonces, sólo entonces, responde a mi voz, y su voz vocifera con entonación de madera al ser tocada y una seguridad de lucidez, pero con murmullos de tenue, melosa, sincera, procaz altivez, sobreviene enseguida.

De ella, en cualquier lugar, sólo espero una apreciación de honradez. Su universo. Su mundo. El vacío de su espacio corporal. El cosmos de su respiración. El caos en sus labios. La musicalidad de sus pasos, que la definen como una diosa de la soledad. Y la perturbación de su

corazón en horas lentas y días vanos. O aquellos torvos desprecios de sus manos que asumen dejadez. O un tiempo musical para sus caricias en el tiempo de las azucenas, que se esmeran en cantarle a sus pies y me inventan desde la soledad y mi altivez. Soledad y altivez que la veneran. Porque Ariadna es la mujer que estimula a seguir. Por eso es médula espinal, candor de madreselva, incienso de la pasión. El magnicidio que enreda la falsa narrativa, la nueva noticia de la falacia.

En su mente modera la problemática de la vida existencial que la atosiga, por su práctica ante los conflictos solícitos, por sus sentimientos, que son hábiles y concisos, por su escrúpulo, sospechando de toda clase de sospechas. Madera del hacha ella se yergue, como surco de la campiña, semilla de la inspiración desde mi imaginación, y zumo de granos de maíz sobre el viento de mi respiración. En verdad

¨verdad¨, siendo verdad todas clases de verdades que ella provoca, cuando me mira me invoca, sin suspicacias, y siendo parlanchina se ennoblece en el arte de hablar la Verdad. Pues, sapiente es, ducha en la enredadera de la vida. Su devoción pertinaz, en una táctica postrera, en cualquier orden establecido, inventa el universo de las ilusiones, de la imaginación, del globo alucinante que soy yo. En un estado superior asume la expresión de la estima. Si admite las normas, pauta las suyas, inventa cánones propios del amor. Y a su bondad inventa la distancia, el atajo, el recodo que no la discriminan.

En ese sentido crea recorridos hacia su cuerpo, y como imitaciones simiescas remeda las antiguallas que la adolecen, copia facsímiles de asumir ternuras nunca vistas, ni atadas, ni aherrojadas. Se inmiscuye en la reproducción de recelos de la inquietud. Desasosiego inventa en su misión de ofrecer amor al mejor postor, pero con calidad y caridad, y a sus antojos. Y en ese tenor, la perversidad no la aprisiona. El disimulo se ausenta con su presencia de bondad, con sabor a miel, con sirope de azúcar, con jugo de limón agradecido.

Y el embeleso, el delirio, el capricho, la exageración ofensiva, no la subyugan, porque en su defensa da amor, corrige el desamor, y el desaliento no la amilana. Asimismo, como diosa, como mega diva, como nocturna, se alaba a sí misma al moldearse su figura en gimnasia de ágiles travesuras. El ascenso hacia un superávit apreciativo de los adolescentes no la regresa al orden de la malquerencia. Conciencia y doncellez, esfuerzo y ahínco, la excluyen de la animadversión. Su conducta social es un atenuante que la favorece en cada virtud que la redime, un eximente que la vitaliza, y no un agravante que la exaspera. Pues ley y orden es su norma. En su antítesis de los extremos exagerados e inoportunos vive la vida a su manera. A la añoranza de una otrora alegría opone un canto muy emotivo, evidentemente subversivo si lo opuesto la arrebata de sus designios de ofrecer calor y juventud.

Quiero decir, ofrece esperanzas. De ahí que de la ficción inventa un canto real, y sus gestos, su delicadeza, su misión es convertirse en mensajera del amor. Y si de descaro se trata, el dulce sueño del comedimiento lo inventa al son de un ritmo tropical, como la bachata o el merengue, el son o el guaguancó, para que la duda de su honor no quede impune. Albacea como es, rechaza la altivez punitiva, y no doblega su espíritu para devolver la calma de las miradas que la estiman.

Y ofrece caricias plenas acompañadas de una limonada en un pausado insomnio para ennoblecer la tarde, y un albo beso que como un iris del ensueño, surtido en margaritas de cundeamor, da vida, da indulgencia de humor, o calma la podredumbre de la amargura de la desventura, de la calamidad, del sacrificio anónimo. Este mundo que alucino cuando ella me mira crea a su entorno todas sus magnitudes de atracción, los inventos del dolor, las escapatorias, fugas de locura cayendo sobre una acrópolis, que es facsímil del principio, final de la sumisión. Y todo sólo por sus ojos claros, que los invento a la deriva de mi ser.

El autor es periodista, publicista, cineasta, catedrático en O&M, UTESA. Escritor: poeta, narrador, dramaturgo, ensayista.

E-Mail: anthoniofederico9@gmail.com. Face Book:

Wasap: 809- 353-7870.

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