Y volver otra vez sobre lo mojado… necesariamente
APOSTILLAS #36
Federico Sánchez (FS Fedor)
Mucho se ha hablado sobre este concepto, muy promocionado, accionado desde los diversos medios de comunicación, tantos los tradicionales como los digíteles, éstos enganchados en las redes sociales. Se dice que enajenación es sinónimo de demencia, chifladura, neurosis, perturbación, paranoia, desequilibrio, aturdimiento.
En fin, se le ha denominado de varias formas y significados. Me pegunto hasta dónde esto es posible. Cómo se puede identificar una neurosis en un sujeto a partir de algunos actos, algunas conductas inconfesas, disfuncionales, mentalmente. Por qué subrayar que una persona está alienada por el simple hecho de realizar un comportamiento específico…
Lo cierto es, pienso, con cierta duda, que en un estado de neurosis los sentimientos y temores de los individuos se castran o se detienen en el tiempo, sin poder decir los que sienten real y efectivamente. Y en ese sentido, cuanto menos se exterioriza, se explaya o se expone, verbal y gráficamente, lo que se lleva en el interior, quizás mayor se torna la vida en penumbra, en alienación. Sí, mayor se hace el individuo extraño de la vida. De su vida. De la sociedad.
Desde que se formularon varios aciertos -¿?- sobre los aspectos implícitos que entrañan, en término de código, la alienación como tal, en la vida, en la actividad diaria, en la orden del día del proceso de laboral, intelectual, profesional, se han elucubrado tesis sobre este ¨extrañamiento¨ del ser humano.
Algunos autores no han vacilado en ubicar la enajenación del hombre al nivel de la conciencia, pero que es engendrado por ¨efecto de determinadas circunstancias y ¨mecanismos económicos¨ –Marx–, describiéndose, explicándolo con un principio filosófico clásico: ¨El ser social determina la conciencia social¨, y Ortega y Gasset diría: ¨Yo soy yo y mi circunstancia¨. Entiendo que quisieron explicar que la realidad rodeante, natural y cultural, marca las acciones de los sujetos.
El sicoanalista Sigmund Freud lo atribuye al problema de la neurosis síquica. Esa reducción o pérdida de la conciencia, y que viene desde que aparecen formas de explotación humana, es decir, desde que ¨una parte de la sociedad pierde, por causas sociales, una porción del producto de su trabajo, y este producto, al distribuirse y al transformarse de acuerdo a normas cada vez más complejas y más alejadas de la voluntad del propio productor¨, se agudiza, según Roger Bartra, en su Diccionario de Sociología.
Bartra interpreta varios niveles básicos partiendo de los mecanismos económicos que hacen posible la enajenación del hombre. Especifica que es posible desde un conjunto de ideas, actitudes y sentimientos enajenados que se presenten como creencias en situaciones irreales. También pueden darse o sentirse en escenarios en el que el hombre se siente ajeno a los productos del trabajo. O puede ser al inmiscuirse en las ideas religiosas. Además podría abarcar actitudes de incomprensión, de desorientación, y de abandono, y sentimiento de impotencia. Y probablemente en la fe ciega que se tiene del sistema social en el que se vive, en tanto lo ve como algo abstracto. Es decir, al poseer desfiguraciones de la realidad objetiva.
En ese mismo tenor, se adquiere un comportamiento social enajenado cuando se presenta, marginal y esencialmente, en una conducta sumisa ante un orden establecido, de cualquier sistema económico-ideológico universal. Esto es, cuando el hombre, la mujer, se inclinan ante el sistema de valores establecidos, muchas veces violados por los mismos creadores o dirigentes legales, y no se atreven a impugnar por considerarlo algo ajeno a su propia actividad gestora. Es un acto de sumisión a prioris, o de comisión simple, en tanto se cumple a ciegas las normas que es impuesta por un estado de cosas, un estado dominante, con pocas salidas hacia una liberación total, emocional o espiritual. Así, esta situación se vierte en un estado de ¨hombres heterodirigidos¨, al decir del italiano Umberto Eco.
Consecuencialmente, ese tipo de objetividad, de realidad social, provoca fases psicológicas enajenadas, en términos individuales o colectivos, al presentarse esencialmente en situaciones repletas de zozobras, de desasosiegos y de represión. Entonces, las presiones económicas, sociales, artísticas, en un medio ajeno y enajenante, crean ciertas formas de psicosis funcionales, de absurdos, de perturbación. El existencialismo filosófico de Heidegger y Sartre y Camus hacen hincapiés en estos términos, sobre todo en la ansiedad, la angustia, creando en el ser un sesgo de individualismo, de aprensión y de tensión emocional.
Si bien estas condicionantes, que hacen eclosionar este fenómeno mental, acusando un matiz significativo complicado, fueron analizadas a partir del proceso del trabajo en que se dan las relaciones de producción capitalista, en la propiedad privada individual. Pero, quizás, pueden ser extendidas a las diferentes esferas de la vida cultural a nivel general, en donde se manifiesten, latentes o abiertamente, explicitas e implícitamente, aún se presenten con ciertos aires de ¨progreso cultural¨, ¨enriquecimiento del ¨espíritu¨, de ¨educción masiva¨. Pues estos términos a veces no son más que subterfugios, eufemismos colmados de defensa o superación de cualquier modelo consumístico de nuestra sociedades, occidental u oriental.
Qué decir de los que llevan una vida callada, de desesperación silente, que no dicen nada antes las absurdidades que provocan los que dominan el estado de cosas. Qué decir, por decir algo, de las actuaciones de violencias, sin sentidos, de los llamados antisociales juveniles, estafadores o asaltantes, o guerreristas, que se engullen el pequeño presupuesto de los trabajadores formales o informales, y hasta de las amas de casas. Qué decir de los bullangueros artísticos y politiqueros baratos, y de los denominados Influencers, que frente a los auditorios invisibles -los buceadores de informaciones y entretenimientos- los arremeten contra la inteligencia emocional y espiritual de éstos.
Y en ese mismo orden, qué decir de las personas que rechazan los valores de nuestra cultura, que rechazan acre, asiduamente, pero que no encuentran opciones positivas como propuestas legendarias pasibles de enmendar el estado de cosas criticado. Qué decir de los desheredados de la tierra, los desesperados que ya están ¨hartos¨, que quisieren solucionar nuestros problemas haciendo desestabilizar la tierra, provocando síntomas sicosociales y de aturdimientos, a un tiempo. Síntomas que se traducen en angustia, despersonalización, desarraigo social y temporal, impotencia, desorientación. Indulgencia.
Y qué decir del desarraigo social que les quieren dar a la mujer, a los obreros, a los emigrantes de cualquier nación, de los artistas que buscan dólares haciendo estrip tis – strip tease- musical o parodia incompleta. Y de los fugitivos, los desertores de la educación, suicidándose al quedarse analfabetos funcionales, y de las personas trastornadas mentalmente, y física, al tener un vacío económico inminente. Y de los
adictos a las drogas, y de los excesivos consumidores de los medio de comunicación de masas, en especial la internet y el celular. Y de los consumidores consuetudinarios, los que adquieren los productos sin una conciencia clara, siempre emocionados. Compulsivos. Deseosos. Gustativos.
Varios autores han replanteado, en diversos modos y tendencias, las influencias que implícitamente conllevan los medios masivos de comunicación y su virtual alienación, haciendo del hombre un ente degenerado en el orden de la gradación humana, y condicionando su vivencia existencial, que no existencialista, a un estado de caverna moderna estancada, como una de las tantas viabilizaciones de paralización del pensamiento, pues éste es robado por los operadores de la cultura –más bien subcultura- industrializada, cumpliendo una función mediatizadora, enclavada y dirigida desde los centros de poder: financiero, político, cultural. Quizás sea mucho decir.
La música urbana, la mayoría sin criterios artísticos–estéticos, formaliza el mejor ejemplo de esta alienación colectiva. Nos atiborran la conciencia de nimiedades líricas, sin contenido social plausible. Y por demás, de puro exceso erótico, malapalabroso. Ruidoso e insólito. Barato. Indolente. Y como si fuera poco, nos atontan los oídos con los tams tams aturdidores, inescuchables. Ríspidos volcanes de ruidosos rugidos, desestéticos.
Todos estamos sometidos a este desliz, a esta aberración supuestamente estable y permanente. La desesperación acuciante por hacer trascender con virtudes los valores netos de nuestra sociedad, es sintomático de la decadencia que se fenomeniza y se inscribe dentro de un contexto social dialéctico irreversible. Avanzamos en tecnología, pero nos deshumanizamos. La ciencia hace nuevos descubrimientos, tanto humanos corporales como siderales, en el espacio exterior. Pero nuestra cultura artística involuciona; o evoluciona hacia unos senderos inescrutables. Inenarrables. Superficiales.
Todos somos sujetos de ser influenciados. A todas las clases sociales. Pues vivimos en una sociedad global, intercomunicados, a todas horas, en todo momento, en todo lugar; a tiempo, en punto en cualquier punto. Somos receptores-perceptores de todos tipos de los mensajes. Esta condición crea una ilusión de superación social, en tanto no tiene prerrogativa de pertenencia a una clase social. Así, pues, a todas las privilegia. La lucha de clases supuestamente ha desaparecido. Presentan un gusto generalizado, que muchas veces carece de todo valor artístico e imita, sin emulación sublimizado, logros que trascienden la mediocridad, que el público, todos, sabios e ignorantes, pero todos ignorados, lo aceptamos. Como una costumbre adquirimos todo lo que se nos da, sufriendo sus propuestas sin saber que las soportamos. Ese gusto estético, al ser dirigido a un público general, étnico o no definido, está disfrazado de una ¨conciencia nacional y universal¨. Envalentona un determinado valor, eufemísticamente enmascarado. Y nos desquicia, nos aniquila, entorpece toda formulación crítica.
Los consumidores no están exentos, por las condiciones dadas, de adaptarse a patrones que sugieren una acción rápida. Son abarrotados, a tiempo, sometidos a una mentalidad de sometimientos a la ley de la oferta y la demanda. Sólo reciben lo sugerido por los ofertantes, los que confeccionan el producto a imagen y semejanza de valores creados, con criterios y gustos detestables, pero aderezados de un mundo sugestivo, artificialmente hechos con artimañerías: ¨Ven al mundo Marlboro¨.
En caso contrario, de tratarse de productos con factura bien hecha, el mensaje se simplifica hasta el extremo, a fin que el espectador no piense mucho, busque o haga esfuerzos de decodificación del mensaje. De tal manera, el pensamiento es resumido en normas, códigos o fórmulas, asimilables a simple vista o de degustación sencilla. De igual forma, los productos artísticos se vuelven elementos de antología, elegibles por su supuesta calidad. Luego son comunicados con bombos y platillos, y aderezados con palabrería que escogen en pequeñas dosis, para no atestar el pensamiento. Dejarlo simple, en un simple vacío, de acatamiento sutil. Y reiterativamente de consumo repetitivo. Y lo reducen a la más insufrible obediencia, por más astuto que sea el receptor. Paralelamente pintan un mundo pasivo, para qué, ¿oh?, para que, en consecuencia, el hombre sea pasivo. Entonces, y sólo entonces, se le sugiere respetar lo estatuido. Pues es lo más loable. Estable.
Alientan al individualismo, al paternalismo trasnochado, el patriotismo barato, a un nacionalismo inconsecuente, a una conciencia histórica distorsionada y desvinculada de los procesos sociales genuinos. En fin, manifiestamente se explaya, se suscribe y se subraya todo un mundo de súper bondades. Por lo tanto, y a contrapelo de los creadores de iconos, a veces enigmáticos, hay que tener ojos clínicos, avizores, a la hora de recibir este bombardeo sistemático, sintomático y sistémico, de los medios de comunicación de masas.
En el orden artístico y su relación con el hacedor de la obra, es decir, el artista y su vinculación con los elementos que componen las obras de artes, puede darse en determinado momento el fenómeno que estudiamos. Según Carlos Castillo del Pino – ¨Dialéctica de las personas y dialéctica de la personalidad¨-, un intelectual que vehicule una comunicación estética en su obra, manteniendo la temática conceptual sin ningún contenido social, es un intelectual alienado. Desubicado. El esteticismo de por sí es alienante, por inhumano. La deshumanización de las artes es perjudicial, en tanto no crea conciencia positiva de una realidad dada. Al desvincular lo social de lo formal asume una participación, explícita o implícita, con el sistema establecido, cual que sea el modelo económico.
La capacidad creadora del autor, sólo formalista, sin contenido significativo serio, se vuelve alienante, en tanto su acción consciente le es arrebatada por un objeto extraño, antisocial, que surge como elemento independiente de su ser creativo. Y en este sentido, subrayo que no es el medio en sí mismo que provoca la alienación, sino su fin. Pues el fin justifica los medios, como dice el dicho. Aunque sería el mensaje el que justifique el medio, como dice el comunicólogo norteamericano M. MacLuham
La tecnología, sea avanzada y muy científica o sea muy insignificante, siempre resulta ser neutral, no aliena. Lo que corroe la mente del hombre es el modelo que sigue, su fin. La Alienación se puede dar en el hombre que asume una actitud conservadora, evasiva, y hasta hedonista –en su acepción placentera-. Y qué decir del nihilista al encontrarse frente a un hecho incrédulo, específico –teórico o práctico-. Por igual, la inoperancia de protesta resulta una forma de cohibirse y por lo tanto no existe una independencia del individuo, y su pensamiento se extraña, se obnubila, se envuelve en marañas de dudas. Si el hecho le es extraño, comulga negativamente por omisión. O comisión. Sobre esto último, como quiera es un dilema. ¨Ser o no Ser¨, como diría el dramaturgo inglés.
Y también puede sucederle a un espectador. Si no toma una actitud crítica frente a lo que está viendo o escuchando podría caer en la trampa de la seducción cultural. Y asimismo adherirse a determinada tendencia de un partido político con fines lucrativos, podría ser otra manifestación de alienación –sofocado por la avaricia y el dolo, por una aparente superación económica, a un tiempo-.
Los vehículos más poderosos, tendentes a llevar, provocar el estado de alienación, son los medios de comunicación de masas. Predominan como difusores de ideologías y de productos manufacturados y facturados por la industria cultural de consumo masivo. Y dentro de esos productos brillan por su presencia los llamados de ¨mal gusto¨, como categoría del Kitsch o caja de aditamentos baratos, o sea, literatura rosa, pintura barata, adornos baladíes, insumos insulsos, y el excesivo brillo, sublimizado, del denominado ¨objeto camp¨, o cosa exagerada, entre otros adminículos bultosos no menos baladíes. La lista es interminable. Para el gusto se hicieron los colores, dice el dicho, pero hechos a la medida del comercio.
El cine barato, en sus acepciones estéticas y formales -a veces pienso en el cine RD, como un ejemplo fidedigno-, la televisión, la radio, los comics o muñequitos, la telenovela y fotonovela y otros que se quedan en el etcétera, traen consigo una caterva de mensajes ocultos –aunque hoy en día vienen claramente definidos- que viabilizan una pronta enajenación en el consumidor, que se vuelve impronta sucesiva, y se impregna con suma facilidad en la mente humana, consciente o inconscientemente.
Pero estos medios, manejados doctamente, podrían realizar un rol de enormes trascendencias para inyectar educación sabia. Pueden ser instrumentos didácticos en manos sanas. Cuando una obra es rica en su forma y muy avanzada en su contenido corrobora con la vanguardia cultural humanista.
En consecuencia, desde el mismo momento en que se asume la despreocupación, la inoperancia y la evasión frente a un hecho social y la no combatividad del fenómeno como tal ya se está realizando un acto, para sí mismo y sus semejantes, de alienación. Ésta no se evita desde el mismo momento que se comprende este fenómeno. Hay que realizar una praxis social de liberarse, de disociarse de los fenómenos alienantes. El humanismo es el camino. Más que el modelo económico -capitalismo, socialismo- es la forma y el estilo y el fin de programar la repartición de todos los recursos de la sociedad. Quiero decir, la forma de cómo deben ser distribuidos. No obstante, hoy están a disposición de unos pocos en detrimento de la mayoría.
Se necesitan personas con criterios solidarios, responsables, con independencia de la voluntad ajena. Personas que se abstengan de ser manipulados, difíciles de manejar sus mentes. Individuos en permanente vociferación de la verdad humana, de describir las declinaciones de la deshumanización. Que se movilicen hacia un rescate espiritual, que sean conscientes de que se necesita unificación mundial, sin prejuicios ni perjuicios ni estropicios enajenantes.
Hay que mantener continuamente una actitud que examine el sistema, el estado de cosas que perjudica en la humanidad per se. Tratar de acercarnos a un mundo, tanto occidental como oriental, en el que quisiéramos vivir. Supervivir. Y mantener una rebeldía contumaz, eficaz. Terca. Crearnos satisfacciones de convivencias pacíficas. Poner la ciencia y la tecnología al servicios de todos, no de unos cuantos. Vivir en libertad plena. Sin alienación. Así, puro simple, debe estar el mundo. Una utopía que merece respecto. Solidaridad.
El autor es…
-Periodista, Publicista, Cineasta, Catedrático (UTESA, OyM).
-Cultor literario: poeta, narrador, dramaturgo, ensayista.
-E-mail: anthoniofederico9@gmail.com.
-Face Book.
-Wasap: 809- 353-7870.
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