APOSTILLAS
Federico Sánchez -FS Fedor-
¡Ah, la música, qué cosa tiene la música que tanto me atrae!, y siento como una no sé qué cosa que me levanta el alma, y los ánimos alterados, traen, a veces, la añoranza, y los recuerdos plácidos, que no la opresión de la nostalgia, sin el estrés consabido con que se consigue la tristeza a mala hora.
Cuando me pongo a escuchar música, tanto en mi casa como en la calle, mientras camino, obviamente desde mi celular, me siento como en la nube. La adoro, la vivo, la consumo en mi interior y la abrigo en todo mi torrente, en todas mis venas profundas.
Me siento libre. Inmenso.
Un huracán de felicidad se vuelca por todo mi contorno, y no hay otra cosa que exista.
Porque precisamente la música me excita, me aleja de los malos momentos, me vuelve un caballito de mar navegando en las profundidades o la superficie de las aguas cristalinas de todos los océanos.
Así es, me ahogo en mi propio llanto que lo convierto en un riachuelo de felicidad. Por eso adoro la música.
De no haber sido poeta me hubiera gustado ser cantante, un intérprete de baladas o bala-boleros.
No es que quiera denostar a la música que hoy predomina, a saber: la bachata, el reguetón, el hip hop, el dembou, el trash, el merengue urbano, entre otros subgéneros rítmicos ruidosos.
No, lo que pasa es que siento como que la instrumentación musical y la estructura lirica del género urbano, y su múltiple variedad, no es muy estética. Hay como una involución hacia el pasado remoto cuando la música era tocada con instrumentos rústicos. Monótona. Un repetitivo acorde rumboso extendido hasta el cansancio.
Mientras el bolero y la balada y el rock (el rock-balada obviamente, la que los norteamericanos llaman ¨Contemporáneo¨) nos traen una musicalidad de alta calidad, en la combinación de todos sus instrumentos, en su orquestación o combinación harmonioso (de harmonía), en sus arpegios, sus melodías, en sus acordes armoniosos.
En cambio en el género urbano vemos un facilismo interpretativo vocálico muy hablativo, una perorata parlante en código vocal, como si estuvieran recitando, dialogando y no cantando. Más bien voceando en un monte citadino, urbanístico.
Prefiero los que emiten sonidos vocálicos sublimes, musitados, sin gorjeos estridentes, tan sólo delicados, como Luis Miguel, Alejandro Fernández, Dyango, Pablo albarán, Julio Iglesias, las ínterpretes mexicanas y las españolas de los últimos lustros, entre otros, a nivel internacional, y Ángela Carrasco, Sonia Silvestre, Techi Fature, Niní Cáffaro, Fausto Rey, Anthony Ríos, Félix D´Óleo, por sólo mencionar algunos, entre los criollos, que son voces excelsas.
Repito, no es que reniegue del valor del género urbano, pero el cómodo vocalismo al que se le rinde culto no me llama la atención. Por pérfido, por innoble, por infeliz.
Bueno, pero es cuestión de gusto. Me gusta el bolero, me gusta la balada, me gusta el rock, y el Jazz , y el Blue, y, y… y punto.
Cada quien tiene libre albedrío de elegir.
Por eso vivimos o tratamos de sobrellevarnos en un mundo democrático, a modo de un juego de ajedrez, que cada quien elija la pieza que va a impulsar hacia adelante, o hacia atrás, o a los lados, o perpendicular, o en paralelepípedo, qué sé yo.
Siempre y cuando no empañe el gusto, la preferencia, la libertad de los demás.
Y si yo fuera cantante sería una baladista, y cantaría en plena libertad, a mi gusto. Y a así, si a alguien no le gusta, pues que lo soporte. Que la resignación no es de cobardes, sino hija de la prudencia.
El autor es periodista, publicista, cronista de cine, catedrático, escritor -poeta, narrador, dramaturgo, ensayista-. Se declara Humanista Universal.
E-Mail: anthoniofederico9@gmail.com. Face Book: Federico Sánchez. Wasap: 809- 353-7870.
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