Eric Nepomuceno
Desde hace décadas una elección presidencial en Argentina no llamaba tanto la atención en Brasil. Del gobierno de Lula a los partidos políticos, del empresariado y el campo al mercado financiero, todos se concentraron en el domingo 19 de noviembre. El resultado se transformó, de inmediato, en una erupción de preocupaciones, excepto entre los ultraderechistas seguidores del desequilibrado ex mandatario Jair Bolsonaro.
En mi caso personal, puro asombro.
Cuento mi relación con Argentina. Estuve por primera vez hace 55 años y medio. En 1972 pasé una temporada de tres semanas. Y en abril de 1973, a mis 24 años, me instalé en Buenos Aires, de donde salí en julio de 1976 para mi segundo exilio.
En esos años escribí para el desaparecido diario La Opinión, abrigado por Tomás Eloy Martínez, e integré desde el principio el grupo de colaboradores permanentes de la revista Crisis, creada y dirigida por Eduardo Galeano. Nunca más hubo otra igual.
Desde hace casi 20 años tenemos un departamento en Palermo. Antes de la pandemia pasaba largas temporadas en mi refugio porteño.
Por todas esas razones acompañé, con especial preocupación, la votación de la segunda vuelta en Argentina. Y confieso mi sorpresa y mi espanto.
Si no tenía ni tengo simpatía alguna por Sergio Masa, por Javier Milei siento pánico.
No se trata de un político, sino de una aberración ambulante, tremendamente peligrosa.
Conozco bien los problemas que enfrenta esa nación, pero optar por el suicidio no me pareció jamás una buena solución.
Su presencia en el sillón presidencial no significa solamente un peligro para su país, sino también para buena parte de la región, empezando por el Mercosur.
Sus primeras declaraciones y el anuncio de algunas medidas son asombrosas. Entre fulminar ministerios y privatizar hasta el aire que se respira, lo que se avista es pura destrucción.
Avisó que suspenderá todas las obras públicas, incluso las que están siendo llevadas a cabo. “No tenemos dinero”, explicó. “Que la iniciativa privada se apodere de ellas”.
Milei no logrará cumplir siquiera con la mitad de sus promesas de campaña electoral. No tiene respaldo en el Congreso para llegar a tanto.
No podrá “dolarizar” la economía o cerrar el Banco Central. Para eso tendría que cambiar la Constitución, que establece tanto la moneda nacional como la institución bancaria.
A interlocutores anunció que cambiará el nombre de la moneda. “El peso no vale nada”, afirmó. No dijo cómo otro nombre modificará esa realidad.
No hará todo lo que anunció, pero lo que logre será devastador. Eliminará ministerios importantísimos, en un retroceso sin igual. Fulminará subvenciones para transporte público, agua y energía eléctrica.
La petrolera YPF y las Aerolíneas Argentinas serán privatizadas.
¿Y las relaciones con Brasil? Otro enigma. Está bien que Uruguay y Paraguay tienen presidentes de derecha, pero no son desequilibrados sin límite. Las relaciones con Lula son normales.
En la campaña electoral, Milei dijo varias veces que Lula es “ladrón”, “comunista” y “corrupto”. En la noche de su victoria, no dudó en llamar por teléfono a Jair Bolsonaro y uno de sus hijos, el diputado nacional Eduardo.
Lo que veo para Argentina –país con el cual, reitero, mantengo lazos estrechos desde hace más de medio siglo y donde tuve algunos de los mejores amigos de mi vida– es un futuro de horror y de mucha confusión: que nadie se olvide de la capacidad del peronismo de reunir multitudes en inmensas manifestaciones callejeras. Sucederán y harán al país tambalear.
Milei lo sabe bien y por eso advirtió que no se dejará “chantajear” por sindicatos y movimientos sociales, y que mantendrá “la ley y el orden” en las calles del país.
Dijo que necesitará seis meses para implementar sus proyectos. “Serán seis meses de infierno para entonces llegar al cielo”.
Con una inflación que ronda 143 por ciento, una moneda que en el cambio paralelo vale tres veces el cambio oficial, con 40 por ciento viviendo debajo de la línea de pobreza, ¿alguien cree que tal cuadro sea alterado en seis meses?
Al revés: economistas, analistas y el mercado financiero proyectan un 2024 de plena recesión.
Ese escenario nefasto fue esencial para la victoria de Milei. Lo que se vio fue un electorado radicalmente irritado con la situación vivida por el país.
Hasta el momento una niebla encubre cuál será junto a Milei el peso del ex presidente derechista Mauricio Macri. Existe en el sector de la economía; sin embargo, no se sabe bien su dimensión, su peso y su duración.
Ya otra aliada que respaldó Milei, la ex militante de la guerrilla izquierdista Montoneros y ahora radical de derechas Patricia Bullrich, será ministra de Seguridad.
Hay mucha tensión y malas expectativas para Argentina.
Sobran indicios de que el país enfrentará, a partir del 10 de diciembre, un período de tragedia.
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