Secuelas del COVID persisten para sobrevivientes y familias

Madrid (AP).- Freddy Fernández estuvo a punto de no volver a su casa de Missouri, con su bebé en el regazo mordisqueando el oxímetro que utiliza para seguir sus saturación de oxígeno tras meses de lucha contra el COVID-19.

Fernández, de 41 años y que tiene seis hijos, pasó cinco meses hospitalizado a cuatro horas de carretera de su casa en Carthage, en el suroeste de Missouri, y estuvo sujeto al sistema más intensivo de soporte vital que había disponible.

Estuvo a punto de morir en varias ocasiones, y ahora, como muchos de los que sobrevivieron a hospitalizaciones por COVID-19, ha vuelto cambiado.

Más de un millón de personas murieron por COVID-19 en Estados Unidos, y muchos más sobrevivieron a estancias en la UCI que les han producido ansiedad, síndrome de estrés postraumático y otros problemas de salud. Los estudios muestran que comenzar la terapia en la UCI puede ayudar, pero a menudo era difícil hacerlo en hospitales desbordados de pacientes.

“Hay un coste humano que paga el paciente por sobrevivir a la UCI”, dijo la doctora Vinaya Sermadevi, que ayudó a cuidar a Fernandez durante su estancia en el Hospital Mercy de Saint Louis.

“Es casi como ir a la guerra y lidiar con las consecuencias”. Los recuerdos de Freddy de esos largos meses son destellos, momentos en los que recuperaba la consciencia, conectado a máquinas que respiraban por él, aferrándose a la vida. En ocasiones preguntó por su madre, que murió de COVID-19 en septiembre de 2020.

Se perdió el nacimiento de su hija menor y los cuatro primeros meses de su vida. Puede que nunca pueda recuperar su empleo en la construcción. Su otra hija pequeña vive aterrada de que vuelva a marcharse. Su pareja, Vanessa, de 28 años, aún estaba embarazada de Mariana el verano pasado cuando llegó la variante delta.

Ella se vacunó instada por sus obstetras. Freddy se estaba haciendo a la idea de vacunarse a finales de agosto, pero era demasiado tarde. Se había contagiado.

Fernández, nacido en Ciudad de México, llegó a Estados Unidos hace unos 20 años para trabajar en la construcción. Enfermó tanto que acabó en St. Louis, casi 270 millas de sus hijas pequeñas; Miguel, el hijo de 10 de años de Vanessa y que le considera su padre, y otros tres hijos que tuvo con su exesposa, tres chicos de 10, 8 y 7 años. Era una época oscura, en la que la variante delta volvió a inundar el sistema de salud cuando mucha gente confiaba en que la pandemia estuviera terminando.

Cubrir los turnos era una lucha diaria y la muerte acechaba en todas partes, recordó la doctora Sermadevi. En cierto modo, Freddy tuvo suerte. Aunque se habló mucho de la disponibilidad de respiradores, lo que más escaseaba durante la ola de delta era algo llamado ECMO, siglas en inglés de oxigenación por membrana extracorpórea.

Se utiliza cuando un respirador no basta, y bombea la sangre fuera del cuerpo para oxigenarla antes de devolverla. El hospital sólo tenía el equipo y el personal para atender a tres pacientes de ECMO al mismo tiempo.

Y el 3 de septiembre, Freddy se convirtió en uno de ellos. Vanessa dio a luz a Mariana el 13 de octubre. Lejos de su prometido, Vanessa habló por videoconferencia con los médicos de Freddy el mismo día que llevó a su recién nacida a casa. las noticias no eran buenas: Fernández sufría por varias infecciones y no se estaba recuperando bien.

Sermadevi explicó que un trasplante de pulmón parecía ser su mejor opción, pero era una opción complicada.

“Y hay una posibilidad de que Mariana crezca sin padre”, recuerda Sermadevi que le dijo a la familia. Algunos de los aspectos más importantes de la recuperación no son médicos. Hace tiempo que se ha demostrado que las visitas de familiares, junto con los terapeutas físicos, ocupacionales y de habla, pueden marcar la diferencia para los pacientes más enfermos.

El COVID-19 trastocó esas prácticas en muchos hospitales, con las familias apartadas para evitar que el virus se propagara. El miedo al contagio y la falta de personal también suponían con frecuencia menos fisioterapia, que ha demostrado acelerar la recuperación.

Cuando llegó la familia de Freddy, todo cambió. Su habitación quedó transformada, con fotos de su familia pegadas por toda la pared. Su familia le sostuvo la mano cuando le costaba respirar, y le hablaba hasta que pasaba el episodio. Necesitó menos sedación y analgésicos porque “ellos eran eso para él”, explicó Sermadevi. “Se veía mucho amor a su lado”, dijo.

Una vez pudo dejar la máquina de ECMO, Freddy empezó a recuperarse. Conforme sus pulmones iban mejorando, pronto pudo levantarse y tratar de caminar. Finalmente se abandonó la idea del trasplante.

El 9 de febrero salió hacia casa, 167 días después de llegar al hospital de su ciudad. Todo lo que podía pensar Vanessa era “por fin”. Freddy nunca había visto a su bebé. Ni había visto a ninguno de sus hijos en ese tiempo. Sus interacciones se habían limitado a videollamadas y fotos. Melanii reaccionó con timidez y le dio un breve abrazo con su hermano mayor, Miguel, antes de aferrarse a su madre.

Vanessa le dio un beso al bebé y la dejó en los brazos de Freddy. Apenas unos días antes de cumplir 4 meses, Mariana le sonrió. Al principio, Freddy necesitaba un andador y una silla de ruedas. No podía sentarse ni comer sin ayuda. Pero ahora la silla de ruedas está abandonada en las escaleras traseras de la casa. Puede caminar por toda la cuadra, cargando una botella de oxígeno portátil en un carrito. Está a punto de poder cargar su oxígeno en una mochila, lo que le daría más libertad.

Vanessa va a regresar al trabajo, la vida vuelve “un poquito a la normalidad”. Quieren esperar a que Freddy esté mejor para casarse.

Pero no saben cuánto mejorará, ni cuánto tiempo tomará. Así es la historia de muchos, que están vivos pero cambiados para siempre, dijo Sermadevi, que ha seguido sus avances desde lejos. Algunas de las enfermeras incluso se hicieron amigas de Vanessa en Facebook. “Es triste y alegre al mismo tiempo”, admitió. “Y eso es muy difícil de conciliar“.