¿Cuánto tiempo más bailará el mundo al son del dólar?

El secretario del Tesoro de Estados Unidos ha apremiado al Congreso a elevar el techo de la deuda. La cuestión es sumamente importante y son muchos los países que se están viendo obligados a seguir de cerca cómo evolucionan los asuntos internos estadounidenses que conciernen a la deuda. ¿Cuánto tiempo más bailará el mundo al son del dólar?

Es la pregunta que se hace el politólogo Antón Krilov en su artículo para el periódico ruso Vzglyad.

«La economía más grande del mundo, la que goza de la clasificación del crédito más alta, se ha vuelto a topar con la amenaza de entrar en ‘default’. Está claro que, si EEUU incumple el techo de la deuda, ese ‘default’ será solo técnico (…) Pero es evidente que, cuando el problema concierne a la deuda del buque insignia de la economía mundial y a que esta ha superado su PIB y sigue creciendo, la situación no es para nada normal. A pesar de que la mayoría de economistas se empeñe en decir que así tiene que ser», explica Krilov.

El secretario del Tesoro, Steven Mnuchin, ha fijado el 28 de febrero como fecha límite para que los republicanos del Congreso suban el techo de la deuda; un proceso que se ha repetido en casi 80 ocasiones desde 1960. Por ahora esta es de 20,5 billones de dólares; el 105% del PIB del país. Hace 10 años la cifra era de 10,6 billones.

El proceso siempre llevó cola porque acababa convirtiéndose en una pugna de poder entre el poder legislativo y el ejecutivo, motivo por el cual Krilov recuerda lo que pasó en 2013, cuando los servicios públicos del país no funcionaron durante dos semanas debido al debate sobre los presupuestos. Así que los republicanos controlen la Casa Blanca y el Congreso debería aligerar las cosas, apunta.

«Al final, la situación es de lo más rocambolesca. EEUU es un prestamista en el que se puede confiar y que atiende cuidadosamente su deuda, por lo que Rusia, China y otros países que no aprueban la política exterior estadounidense mantienen su dinero en sus bonos. Y a la vez, que la deuda haya superado el 100% del PIB se considera una amenaza para cualquier otro país, independientemente de lo potente que sea su economía. Cualquier cosa puede hacer que EEUU entre en ‘default’ —primero solo técnico y luego no tanto—. Y ya verás cómo entonces a nadie le va a hacer gracia», advierte Krilov.

Precisamente por la dependencia que tiene la economía mundial de Washington, Standards & Poors y Fitch se afanan tanto en prevenir a Washington de los problemas que su deuda puede acarrear y en lo necesario que resulta evitarlos. «Los inversores son gente que se asusta fácilmente», recuerda el politólogo, por lo que cualquier duda de la capacidad de EEUU para pagar sus deudas puede sumir al mundo en otra crisis económica peor, si cabe, que la de 2008.

La necesidad de que otros países se vean obligados a seguir los asuntos internos de Washington para saber si sus propias economías están a salvo «le va que ni pintado a Estados Unidos», dice Krilov.

«Rechazar el dólar puede reducir la dependencia de otros países, pero muy poco. Solo cuando surjan nuevos centros de poder económico y nuevas divisas de reserva se podrá transformar la sumisión de la economía mundial al dólar», advierte.

En 2011 la situación de la deuda estadounidense empeoró. Entonces Estados Unidos se preparó en serio para afrontar una situación de ‘déficit de efectivo’: cuando el Tesoro solo puede contar con el dinero en metálico y con una planificación diaria del presupuesto que resulta insuficiente para cubrir todos los gastos. En ese momento se planeó salir del atolladero dando prioridad absoluta al pago de la deuda. «Pero lo que puede pasar cuando a Washington se le acabe el dinero probablemente a nadie se le ocurre».

Desde la Casa Blanca se apuesta por no subir el techo de la deuda, sino por eliminarlo. «Desde hace años se habla de deshacernos de él y existen muchas razones para ello. Así que sí, se hablará de eso», dijo Trump en septiembre. Eliminarlo implicaría que a la Administración Trump no le haría falta pasar por el Congreso.

«A juzgar por los nulos cambios que ha habido durante los últimos meses, está claro que el Congreso no quiere perder esta herramienta [para controlar al Gobierno]. Ni siquiera quieren los republicanos, que no confían demasiado en su representante en la Casa Blanca», concluye Krilov.

 

 

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