Miami nos lo confirmó: diecisiete años de rivalidad Federer-Nadal (video)

Guillermo Ortiz, Yahoo Noticias

A Roger Federer llevábamos tanto tiempo esperándole que cuando llegó tuvimos que mirar dos veces a ver si realmente era él o era otro. Número uno del mundo junior, semifinalista en los Juegos Olímpicos de Sydney con 19 años, vencedor del mítico Pete Sampras en los octavos de final de Wimbledon 2001 –Pistol Pete venía de cuatro triunfos consecutivos en Londres, siete en ocho años-, Federer veía cómo su propia generación le adelantaba por todos lados: Marat Safin había ganado el US Open en 2000, a los 20 años y Lleyton Hewitt lo haría al año siguiente a la misma edad, confirmando su dominio en el circuito con el triunfo en Wimbledon 2002 ante otro chico nacido a principios de los 80, David Nalbandian.

En 2003, se unió a la fiesta Juan Carlos Ferrero consiguiendo su primer Roland Garros, mientras Andy Roddick peleaba por llegar a un número uno que conseguiría a final de año, justo después de adjudicarse el US Open jugando a un nivel extraordinario. Ese era el tenis de principios de los 2000. El tenis que Federer estaba llamado a dominar pero que parecía dejarle de lado. Jugador de una clase descomunal pero pésimo competidor, el suizo estaba a punto de cumplir los 22 con una sola presencia en cuartos de final de un torneo de grand slam, precisamente la que consiguió tras derrotar a Sampras. Cuando su talento parecía llamado a perderse entre sus propios demonios y enfados en la pista, llegó Peter Lundgren y lo cambió todo: con su nuevo entrenador, Roger se plantó en Wimbledon 2003, batió a Roddick en semifinales y se impuso cómodamente en la final al australiano Mark Philipoussis, otro «young gun» de la época.

Como lo difícil no es llegar sino mantenerse, Federer confirmó su irrupción en la élite imponiéndose a Marat Safin en el Open de Australia de 2004. Sería el primero de los tres grandes que ganaría ese año. El segundo de los doce que lograría en cuatro temporadas y media, algo que no se había visto nunca en la historia del tenis. Con la exuberancia y la adrenalina propias de la juventud, tras ganar en Melbourne, Roger aún se impuso en Dubai y en Indian Wells y llegó a Miami, lógicamente, como número uno del mundo y favorito indiscutible. Su primer rival fue un joven Nikolay Davydenko, que le llevó a los tres sets. En octavos de final, se tendría que enfrentar con un adolescente, Rafael Nadal, que se había plantado ahí a sus diecisiete años aprovechando la retirada de Goran Ivanisevic en su enfrentamiento de segunda ronda. 

En principio, el partido se presentaba fácil para Federer, pero Nadal no era, desde luego, un adolescente cualquiera. Por entonces, el español ni siquiera era un especialista solo de tierra: el año anterior, recién cumplidos los 17, había llegado a tercera ronda de Wimbledon cargándose por el camino al también croata Mario Ancic, firme candidato por entonces a suceder a Ivanisevic como cabeza visible del tenis de su país. Cuando Federer y Nadal saltaron aquel 28 de marzo de 2004 a la pista central del complejo de Cayo Vizcaíno, nadie sabía que sería el inicio de la gran rivalidad de este siglo y una de las mayores de la historia ni que esos mismos dos jugadores se disputarían hasta siete finales de Grand Slam en los cinco años siguientes.

Mucho menos podía intuirse que el resultado fuera a ser el que fue: Nadal, un jugador efusivo, torrencial, infatigable… derrotaría al número uno del mundo en dos sets, un sencillísimo 6-3, 6-3. Al acabar el encuentro, un Federer aún sorprendido decía en rueda de prensa: «Nadal no le pega a la pelota plana como los demás sino con mucho efecto, lo que hace que se eleve mucho al botar y te cree problemas para golpear como quieres. Traté de evitarlo, pero no lo conseguí». De hecho, al suizo le costó muchísimos años, quizá hasta 2015, contrarrestar esta manera de jugar de Rafa, que pasó de némesis simpática y hasta necesaria en el circuito a tirano de la tierra batida y dominador él mismo en todas las superficies… hasta que llegó Djokovic y le destronó a él.

La andadura de Nadal en aquel torneo de Miami 2004 no fue más allá del siguiente partido, cuando perdió contra el chileno Fernando González en octavos de final. Los siguientes doce meses fueron frenéticos para el mallorquín: ganó su primer torneo en Sopot, una lesión le mantuvo fuera de la temporada europea de tierra batida -Roland Garros incluido- y aun así, Jordi Arrese, capitán español de Copa Davis confió en él para los dos partidos decisivos de la eliminatoria de semifinales contra Francia, tanto el doble junto a Tommy Robredo como el individual del día posterior frente a Arnaud Clement. Un par de meses después, aún a los 18 años, Nadal se proclamaba campeón de la competición en Sevilla frente a Estados Unidos aportando su granito de arena con una victoria frente a Andy Roddick.

A principios de 2005, Rafa llevó a Hewitt a cinco sets en un partido maravilloso de octavos de final del Open de Australia. Aquel chico iba en serio. Tras un par de torneos menores, se plantó de nuevo en Miami y llegó hasta la final. Ferrero seguía con sus lesiones, Moyà iba y venía, Corretja ya se había retirado y Nadal quedaba como gran ilusión del tenis patrio en un momento de relativo vacío. Con su habitual tenis frenético, Rafa se plantó en la final. Su rival, de nuevo, Roger Federer. En todo el año anterior no se habían enfrentado ni una sola vez. Los dos primeros sets volvieron a ser una exhibición del de Manacor y una muestra de impotencia del suizo, incapaz de dominar las bolas altas al revés que le llegaban una y otra vez. A partir de la tercera manga todo cambió: Federer subió un punto el ritmo del partido y a Nadal se le notó que era un adolescente y perdió en cinco sets, como ante Hewitt meses antes.

Aquella sería la primera de las cinco finales que Nadal ha perdido en Miami, su torneo maldito. La última de ellas, en 2017, frente a Roger Federer, como si el circulo necesitara cerrarse. Diecisiete años después de su primer enfrentamiento, ambos siguen en el top ten del tenis mundial, aunque a Federer le quede poco tiempo ahí si no se recupera pronto de las secuelas de su larguísima lesión del año pasado. Uno ya no es un chaval de 17 años sino un hombre casado de 34. El otro tiene cuatro hijos, un menisco destrozado, y cumplirá 40 en agosto. Los dos son historia del deporte con mayúsculas. De los dos se espera, siempre, un milagro. Que en 2021 sigamos hablando de ellos en presente, en cierta forma lo es.

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