El triunfo de Novak Djokovic pone en evidencia el futuro de la ATP

Guillermo Ortiz

Vayan por delante los hechos: Novak Djokovic ganó por sexta vez el Masters 1000 de París, lo que le valió no solo para confirmar su posición como número uno de la ATP hasta final de temporada -van siete años, más que nadie en la historia- sino para desempatar con Rafa Nadal en el número de Masters 1000 conquistados a lo largo de su carrera (treinta y siete a treinta y seis).

En ese sentido, el serbio es una máquina de récords: mayor número de semanas como número uno (346 y contando), mayor número de años acabando como número uno, mayor número de Masters 1000 ganados y mayor número de Grand Slams ganados (empatado a veinte con Nadal y Federer). Aparte, tiene los enfrentamientos directos ganados con ambos.

Esto es indudable. Estamos ante, estadísticamente, el mejor jugador de todos los tiempos. No hay en su palmarés un punto débil salvo que nos queramos ir a los famosos Juegos Olímpicos que tanto se le resisten… pero no olvidemos que los Juegos Olímpicos, en el mundo del tenis, son un torneo muy menor. Le ha tocado convivir con dos caníbales y se los ha comido a los dos. Nada que matizar a un tenista superlativo, con una capacidad de recuperación formidable, como ha demostrado esta misma semana.

Ahora bien, dicho esto, hay que preguntarse por el nivel del resto del circuito. Durante estos dos meses de ausencia del serbio, unida a las obligadas de Nadal y Federer, que no se sabe cuándo ni cómo volverán, ha dado la sensación de que los niños se habían hecho hombres y podían aspirar a dominar el futuro. Hemos visto una versión prodigiosa de Zverev en Viena, de Medvedev en el US Open, de Jannick Sinner en Amberes, incluso del jovencísimo Carlos Alcaraz, derrotando a dos top tens en semanas consecutivas con tan solo dieciocho años y en una superficie en principio adversa.

Nos hemos ilusionado con ellos, hemos pensado que de verdad se trataba de campeones casi a la altura de los anteriores. Habíamos dado por hecho que el cambio de guardia ya estaba aquí, que el próximo número uno tendría, por primera vez desde 2015, alguien menor de treinta años, como ha sido prácticamente siempre a lo largo de la historia, y estábamos cogiéndole el gusto a los nuevos piques y las nuevas narrativas. Todo eso hasta que ha llegado Djokovic y se lo ha cargado de un plumazo, como tantas veces ha pasado a lo largo de la década anterior con el serbio, con Federer o con Nadal.

Porque Djokovic es una leyenda, sí… pero también es un hombre de treinta y cuatro años, diecisiete de los cuales los ha pasado en la élite del tenis. Un hombre que acabó agotado física y mentalmente el US Open y tuvo que parar antes de explotar definitivamente. Un padre de familia que se ha pasado dos meses descansando con su mujer y sus hijos antes de volver a entrenar y que no jugaba un partido de competición desde su derrota en Flushing Meadows el 12 de septiembre. Un tipo que no sabía hasta hace unas semanas si iba a jugar más o no esta temporada y que, en su torneo de debut, ante todos los rivales de la siguiente generación, se carga a dos top tens y gana en la final a su posible sucesor, el número dos del mundo, Daniil Medvedev.

El mensaje es imponente: os sigo ganando incluso sin competir previamente. Os sigo ganando incluso en terceros sets ajustados cuando tengo diez años más que vosotros. Os sigo ganando llevándome los puntos decisivos cuando vosotros ya os habríais rendido. El año de Djokovic, tan injustamente «manchado» por las derrotas en Juegos y US Open (semifinales y final, respectivamente, ojo) es espeluznante: incluso con molestias, incluso con desconexiones mentales, incluso regulando el número de torneos en el que participaba, ha ganado cinco torneos (incluyendo tres grand slams sobre tres superficies distintas) y ha jugado siete finales. Por supuesto, no ha abandonado el número uno desde el principio del año hasta este final. La última vez que el serbio bajó de ese escalón fue la semana del 26 de enero de 2020, justo antes de la globalización de la pandemia.

Que un Djokovic a medio gas siga siendo el mejor jugador del circuito con todos los condicionantes mencionados anteriormente, nos tiene que hacer reflexionar sobre qué clase de competidores tiene. ¿Son realmente los campeones que parecieron durante dos meses? ¿Serán los portadores del tenis internacional durante los próximos años? El pasado fin de semana, muy alegremente, Stefanos Tsitsipas afirmó que Medvedev, Zverev y él serían el próximo «Big 3». La primera pregunta sería «¿cuándo?». ¿Cuándo van a conseguir quitarse de encima a un tío que se va de vacaciones y cuando vuelve les gana uno de los torneos más importantes del otoño tenístico?

La segunda sería: «¿Tenéis el talento suficiente para eso?». Tarde o temprano, Djokovic se retirará o bajará su nivel lo suficiente como para dar paso a los más jóvenes. Ahora bien, ¿serán esos tres jóvenes? Entre los tres suman un Grand Slam hasta ahora. ¿Tienen la mentalidad y el hambre necesarios para imponer algo parecido a un dominio o serán los aún más jóvenes como Alcaraz o Sinner los que realmente impongan su ley en el futuro? Está por ver. La victoria de Djokovic es una excelente noticia para la vieja escuela, pero pone en duda la calidad del relevo, es inevitable. En ese sentido, se vienen unos meses de lo más movidos.

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