La técnica de memorización milenaria que todavía no ha sido mejorada

Vivimos en la época de la “memoria extendida”. Aquellos que como yo tenemos lagunas mentales nos apoyamos en la libreta de notas de nuestro móvil, en la agenda electrónica de nuestro PC e incluso en las redes sociales, que nos recuerdan la fecha de cumpleaños de nuestros amigos. Las viejas técnicas de memorización quedaron atrás, puede que no las hayamos vuelto a usar de forma extensiva desde que nos aprendimos las tablas de multiplicar allá en la prehistoria.

Pero no todo el mundo puede apoyarse en la tecnología. Ahí están por ejemplo los estudiantes de biociencias, que necesitan memorizar ingentes cantidades de datos anatómicos. ¿Cómo lo hacen? Muchas veces recurriendo a ayudas nemotécnicas.

Esto ellas tal vez destaque el método de loci, que ayuda a recordar los objetos integrantes de un conjunto (por ejemplo artículos de la lista de la compra) tras haberlos situado previamente (de forma mental) en las salas de algún lugar que nos resulte familiar. La técnica es tan antigua que ha recibido su nombre de Cicerón (loci significa “lugares” en latín) que ya la empleaba para memorizar los discursos que daría en el senado romano.

Hoy he descubierto que existe una técnica de memorización aún más antigua, cuyos resultados – a juzgar por un reciente experimento – parecen imbatibles. Nos llega desde Australia, y parece ser que ha sido empleada por los aborígenes desde tiempos inmemoriales. En realidad se trata de una variación de la técnica usada por Cicerón a la que llaman “canción de ensueño”.

En el sistema de creencias animista de las primeras naciones australianas, estas canciones se entonan mientras se recorre un camino mental por la tierra (o en ocasiones por el cielo) observando una lista de formaciones geográficas en el paisaje. Normalmente hacen referencia a viajes realizados por los espíritus de los ancestros, y en ellas se describen una concatenación de hechos que ayudaron a que el paisaje tomara la forma que tiene ahora.

La cultura aborigen australiana aún pervive gracias entre otras cosas a la tradición oral, y de hecho es una de las más antiguas de la Tierra. Durante 60.000 años, las historias y el conocimiento ancestral logró pasar de generación en generación gracias a estas “canciones de ensueño”.

Las antiquísimas historias que relatan, entretejidas en sus obras de artesanía, canciones y danzas, están íntimamente ligadas al paisaje. Gracias a ellas, los ancianos podían recordar información crucial sobre las estaciones, las fuentes de alimento, la navegación, la fabricación de herramientas y las leyes. Todo lo cual sucedía mientras caminaban junto a ciertas plantas, animales o rocas.

Como vemos, la técnica es muy similar al antes citado método de loci, aunque es muy probable que sea mucho más antigua. Sobre su utilidad, incluso en nuestros días, podemos decir que ha quedado probada experimentalmente gracias a un nuevo trabajo llevado a cabo por investigadores australianos, con un grupo de 76 estudiantes de medicina ubicados en áreas rurales de la gran isla-continente.

Básicamente se dividió a los voluntarios en tres grupos, y se les pidió que memorizaran una lista con los nombres de 20 mariposas. Cada grupo pasó media hora intentado memorizar la lista, aunque se emplearon diferentes metodologías. El primer grupo, guiado por un experimentado educador aborigen, recorrió un jardín construyendo una historia en la que se conectaba cada uno de los nombres de mariposa con algún rasgo visible, como una roca, una planta o un bloque de hormigón. Luego los estudiantes practicaron lo aprendido, recorriendo mentalmente el sendero y recordando cada elemento y el nombre de la mariposa que tenía asociado.

El segundo grupo empleó en la memorización el clásico método de loci, que como sabemos consiste en recorrer mentalmente un lugar muy conocido (la casa de la infancia por ejemplo) intentando visualizar los elementos que deseamos recordar, y que previamente hemos “asociado” a las imágenes de los muebles, rincones, personajes y objetos que tan bien recordamos. Este método, que también se conoce como “palacio de la memoria” ayuda a construir una edificación mental con gran variedad de objetos asociados a las distintas habitaciones, y es de gran utilidad cuando se pretende aprender información estructurada en múltiples secciones.

En cuanto al tercer grupo, no se les dio ninguna instrucción por lo que en principio no emplearon ningún truco nemotécnico, sino que básicamente intentaron “empollarse” la lista con los nombres de las 20 especies de mariposa.

Cuando acabó la prueba, los estudiantes de los grupos 1 y 2 obtuvieron muchos mejores resultados que los del grupo 3. Pero el grupo que empleó la técnica de la canción de ensueño australiana cometió un número significativamente menor de errores que los del método de loci.

Más tarde se les devolvió la lista y se les permitió que practicaran de nuevo su memorización (cada cual con su método inicial). Los miembros del grupo que practicaron el método aborigen casi doblaban la probabilidad de obtener un pleno. En cambio, los del grupo de control solo obtuvieron una mejore del 50% en su segundo intento.

Por lo que puedo leer, los estudiantes que practicaron con este método ancestral no solo lo encontraron útil en el contexto educativo sino que además lo encontraron interesante y divertido.

Los resultados sugieren que las técnicas basadas en narrativa podrían seguir siendo de utilidad en el estudio de ciencias biomecánicas, especialmente cuando el orden de los hechos importe. No obstante, esta forma de aprendizaje ancestral solo funciona si se practica. De hecho, seis semanas después del experimento, se pidió a los participantes que recordaran la famosa lista de mariposas. ¿Sabéis que pasó? Pues que los que habían empleado el método de loci (o “palacio de la memoria”) obtuvieron la mejor nota, mientras que tanto los que se “empollaron” la lista como los seguidores del método aborigen igualaron en puntuación.

Moraleja: en la memorización como en sexo, los mejores resultados se obtienen a base de práctica.

El trabajo realizado por investigadores de la Universidad Deakin de Victoria (Australia) se ha publicado en la revista PLOS ONE.

Me enteré leyendo Sciencealert.com.

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