Más sobre el elevado de la Máximo Gómez

Víctor Elías Aquino

Los conductores que transitan en el Distrito Nacional, en dirección sur-norte, hacia Villa Mella, no necesitan hacer un gran esfuerzo para saber que, sea hora pico o no, les espera un gran taponamiento de vehículos desde que la vista se empina hacia el elevado de la Avenida Máximo Gómez.

Haya o no haya tapón, los conductores de vehículos públicos y privados son recibidos por vendedores de forros de celulares y cargadores de éstos, dulces de maní molido y en granos, dulce   de coco con piña; auyamas, queso de hoja y del tipo amarillo, y cuantos vegetales y frutas de estación haya disponibles.

Muchos de esos vendedores tienen algo en común: son haitianos y están buscando la manera de ganarse la vida en plena vía pública, exponiendo sus vidas y casi obligando a los conductores a que les atropellen.

Hay niños y adolescentes dominicanos que también exponen sus vidas tratando de ganarse un peso honradamente, pero ocupando el paso de los vehículos de motor.

No he visto otro elevado tan congestionado de vendedores ambulantes como ese, pero no solo los que se buscan la vida vendiendo baratijas, también están los que piden “una monedita por favor”, y los que la solicitan en un jarrito a manos abiertas.

También, están jóvenes del vecino país de Haití, que ofrecen rositas de maíz con una sonrisa de color negro y unos dientes blanquecinos como de nieve.

Como dato curioso, siempre hay auyamas en especiales, y si es tiempo de piñas, también las hay.

Un hombre de unos 40 años, de escasas carnes, tez clara y una bolsa en la que tiene el depósito de sus orines, también pide, y lo agradece como si fuera un agente de tránsito, dice una y otra vez: “conduce con cuidado, tu familia te espera”.

Otro joven de piel oscura, apenas vestido, en harapos, raídos por el tiempo y la desdicha, camina descalzo o en chancletas, con una mano sostiene un pantalón que le queda grande, y con la otra pide en un idioma y recibe los menuditos.

Con sólo levantar la vista, el contraste está ahí: un Metro de primer mundo que se eleva sobre las cabezas de los que van en los vehículos y basurales en cada esquina en la avenida Hermanas Mirabal, luego de que se pasa la avenida de los Reyes Católicos, que luce descuidada y llena de tarantines, con todo tipo de vendedores.

Un conductor que pasa por el lugar, un día de la semana, cree que está en otro lugar, cuando la misma luce despejada, pero no así de los tarantines orillados, del sucio y el descuido evidentes.

Un día debemos comenzar a usar los elevados sin que las personas caminen al lado de los vehículos de motor.

Con pena, casi con dolor, he escuchado a la gente decir, que algunas de las personas que manejan con peor conciencia de conductores lo hacen por ese trayecto. Claro, no todos los que usan esa vía son mal educados o conductores indecentes.

Tengo una pregunta, ¿hasta cuándo permitiremos que se vendan auyamas y toda suerte de vegetales en plena vía pública?

Justo en esta zona nació Florinda Soriano Muñoz (Mamá Tingó), en Villa Mella, quien desde temprana edad   se destacó por defender el derecho que tiene el hombre del campo de labrar la tierra y ganarse la vida. 

No me parece que la lideresa campesina, si estuviera viva, se contentara con lo que ocurre en Villa Mella.

 En recordación de Mamá Tingó, busquemos una solución a ese caso…

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