Los cuerpos de las mujeres como objetos de posesión del machismo dominicano

Por Luis Vergés

Recientemente se ha estado debatiendo el tema de la reducción de las penas a los hombres que violen sexualmente a sus propias esposas. Todo a raíz de una iniciativa del congresista Eugenio Cedeño que planteó, parafraseando sus palabras, que “cuando una mujer y un hombre se casan no lo hacen para poner una fábrica de ropas; la gente se casa para vivir en pareja y que está implícitamente establecido el tema de las relaciones sexuales”.

El Pastor Ezequiel Molina, por su parte, ante la postura del Congreso de establecer penas de más de diez años ante los actos de violación sexual en el matrimonio, dijo en su cuenta de twitter, ¿“violación de qué?”, alegando que “este es el código que quieren los de izquierda enojados e inconformes con que no se aprobara el aborto.

Otra figura pública, ex legislador y pastor, Carlos peña dijo: “hoy estamos inventando muchas cosas, y esta predicación y este discursito del empoderamiento de la mujer que es un invento del infierno para destruir el modelo familiar bíblico, está haciendo que se olvide quien es la verdadera mujer sabia”. Agregó que por más que ha leído la biblia no ha encontrado la expresión “mujer empoderada” y lo que si encuentro es cuando Pedro dice: “mujeres, estad sujetas a sus maridos, obedeced a vuestros maridos”.

Por su parte la directora de persecución de la Procuraduría General de la República, Yeni Berenice considera que la condición de pareja no representa una atenuante en los casos de violación sexual y que “esta posibilidad no admite discusión mínimamente razonable”. Me quedo con la afirmación de la directora de persecución de la Procuraduría, porque al apoyarme en ella me llegan al recuerdo cientos de posturas para nada razonables que son parte del entramado mental que a diario condiciona nuestra cultura para mantener reglas arbitrarias que influyen en distintas formas de opresión que reciben las mujeres, incluyendo las más peligrosas, las que ocurren en el “lecho conyugal”.

Sería interesante compartir que los actos de agresiones sexuales que reciben las mujeres cuando son obligadas a tener relaciones sexuales en contra de su voluntad reciben el nombre en publicaciones internacionales de “violaciones maritales”, y ocurren con más frecuencia en los países que presentan un sistema de dominación de un género sobre otro, donde las mujeres quedan atrapadas en un sistema de desigualdades tanto social como sexual.

Los comentarios citados en los dos primeros párrafos pertenecientes a tres influyentes figuras públicas, un congresista en funciones, otro que lo fue y ahora funge como pastor y un destacado líder espiritual de gran penetración a nivel de masas, más que hablar mal de ellos tres, representa una gran oportunidad para nuestra sociedad de darnos cuenta de una vez por todas de lo normalizada que está la violencia hacia las mujeres en nuestro país. Son personas que hablan de buena fe en favor de la familia y nuestra sociedad; son buena gente, pero como dijera una vez Pascal: “no hay forma más perfecta de hacer el mal que cuando lo hacemos de buena fe”; esta forma de defender la familia que ellos tienen es un acto de buena fe, pero orientados por una ideología sexista que es muy frecuente en nuestro medio.

En nuestro país tenemos a muchas figuras relevantes que defienden a la familia de buena fe, pero lamentablemente con los paradigmas clásicos verticales que instrumentan a las mujeres como seres meramente reproductivas – pasivas, y no como sujetas activas de derechos. De igual manera se percibe una inobservancia de las transformaciones sociales, sobre todo las que detonaron a partir de la revolución industrial, y que tanto han marcado la estructura de las familias en el mundo y el reposicionamiento de las mujeres como seres productivas más que pasivas y más determinantes en la ecuación social, que determinadas por los caprichos masculinos.

Desde la primera revolución agraria hace cerca de diez mil años, dejamos de ser nómadas y nos convertimos en sedentarios; gracias al uso de la fuerza física, los hombres comenzamos a matar para robar tierra ajena y nos robamos también a las mujeres como objeto de conquista; hemos dominado el poder político (legislativo, ejecutivo, judicial); el poder económico y el poder social. En base a los mismos impusimos también la idea de que dominamos físicamente los cuerpos de las mujeres, de ahí que frases como “poseerlas” “tenerlas” no son tan solo parte de una práctica normalizada, sino también una creencia firmemente arraigada en el repertorio mental de la masculinidad tradicional. Nos creemos los dueños de los cuerpos de las mujeres y por tanto una amplia franja de mis conciudadanos (no tan solo las dos figuras públicas citadas) no ven como agresión una violación sexual ante las mujeres con quienes han establecido contrato matrimonial.

Estimaciones internacionales han establecido algunos datos escalofriantes sobre este tipo de violaciones que deseo compartir:

  1. Cuando el agresor es la pareja habitual de las víctimas, el hecho ocurre con una frecuencia tan elevada que llega a ser el doble de las consumadas por un extraño. Se estima que una de cada ocho mujeres afirma haber sido violentada de esta forma (Garza y Diaz, 1997).
  2. Existe el problema de que a pesar de que ocurre con más frecuencia que en las violaciones con los extraños, son mucho menos denunciadas por el proceso de disociación que viven las mujeres como resultado de los daños que les ocasionan.
  3. A diferencia de la violencia recibida por un extraño, estas tienden a repetirse en el tiempo, generando efectos de retraumatización y revictimización.
  4. Estas violaciones son un problema de derechos humanos y de salud pública que implica una perspectiva multidisciplinaria (médica, jurídica, psicológica, psiquiátrica y sociológica).
  5. Dejan efectos psicológicos negativos a corto, mediano y largo plazos (estrés postraumático, trastornos de ansiedad, depresión, trastornos de sueño, trastornos disociativos, intentos de suicidios, entre los más frecuentes)

Por todo lo anterior, entiendo que debemos abocarnos a enfrentar este y otros problemas que afectan a las familias dominicanas sin resucitar fantasmas del pasado para tener un chivo expiatorio a quien culpar como este de que “la izquierda está detrás de la solicitud de las penas para las violaciones sexuales en los matrimonios”; si mal no recuerdo ya la guerra fría terminó con el derrumbamiento del muro de Berlín  el 3 de diciembre del 1989, así que la bipolaridad izquierda – derecha dejó de ser relevante para explicar fenómenos tan complejos como el debilitamiento y posible destrucción del núcleo familiar.

Es importante recordar que el factor más poderoso, además de las diferentes revoluciones industriales, económicas, sociales y tecnológicas que han afectado a las familias, sobre todo desde el punto de vista destructivo ha sido la violencia. ¡No hay forma de que las mujeres sufran alguna forma de violencia sin que las familias las reciban también! Pero peor aún, quienes hemos usado el poder para imponer la violencia como el método que permea las relaciones humanas somos los hombres. Así que cualquier idea que justifique, racionalice o normalice cualquier forma de violencia, parafraseando a Yeni Berenice no entra en un patrón razonable.

Señor Carlos Peña, en la biblia no se incluye la palabra empoderamiento de las mujeres como usted dice; pero tampoco incluye los términos twits, redes sociales, periódicos digitales y otros medios que usted utiliza para difundir sus ideas sexistas que tanto normalizan la violencia que sufren las mujeres. Como dato relevante le comparto que el empoderamiento de las mujeres es un fenómeno emergente evolutivo de supervivencia ante la forma degradante como los hombres usamos los cuatro poderes que siempre hemos manejado. Pienso que, en lugar de seguir deformando la idea básica de la biblia de unir a la humanidad, sería más sensato ser coherentes con ella siendo cada vez más inclusivos con la causa social que históricamente ha obligado a las mujeres a empoderarse.

En vez de seguir imponiendo un canon de obediencia autoritaria, sería más sabio promover formas de obediencia autónomas en las mujeres, que no se basen en la sumisión, como usted propone enojado, sino más bien en la autoafirmación del potencial que han demostrado tener y que desde nuestra mejora de masculinidad podemos seguir incentivando. El empoderamiento de las mujeres ha garantizado su supervivencia en un mundo donde muchos hombres nos sentimos avergonzados por la actitud depredadora que otros de nuestro género han asumido en contra de ellas; gracias al empoderamiento que usted descalifica, las mujeres construyen, crean, se educan, trabajan, siguen siendo madres y además nos aman. ¡Pero lo más grande de todo, se mantienen confiando en nosotros y hacen posible un mundo donde no se pierda la empatía y la compasión!

Sería más saludable que los congresistas y nuestros líderes espirituales comprendan su delicada misión en cuanto a construir una sociedad que sobreviva a los cambios que ha experimentado el mundo sin seguir sacrificando a las mujeres en base al daño y sufrimientos innecesarios.

Apoyar reglas de relación que respeten los derechos de las personas de forma igualitaria, así como también comenzar a ver las ganancias que nos traerán los cambios en favor de relaciones centradas en el respeto a la dignidad de las mujeres, redundarán en mejores y más beneficios en la salud, calidad de relaciones, evolución en favor de las normas de convivencia, reducción de la violencia y la solución satisfactoria de los conflictos en el hogar. Completar este conjunto de medidas con una verdadera filosofía de relaciones bien tratantes donde el afecto, las normas de cortesía en el trato, los diálogos reparadores y las acciones consensuadas, sustituyan las imposiciones, las invalidaciones, el maltrato y las violaciones, convertirán a los hogares dominicanos en una fuente interna de bienestar y en hacedoras de ciudadanos, que al respetar los derechos de las mujeres descubrirán que mejoran también la calidad de sus vidas.

Tener a las iglesias, al congreso, las escuelas, los medios de comunicación, las familias y el Estado como voceros de las metas y valores expuestos en este trabajo, sin duda alguna nos permitirá el logro del anhelado país que siempre hemos deseado. Ya que muchos hombres todavía no están dispuestos a compartir sus tradicionales poderes con las mujeres (poder social, económico, político) al menos podemos comenzar poniendo los mismos al servicio de estas causas éticas tan fundamentales para la calidad de vida de las mujeres, que sin duda alguna redundará en la calidad de vida de la población masculina y toda la nación.

El autor es psicólogo clínico y terapeuta familiar

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