Las manos (cuento)

Víctor Elías Aquino

Un día fui niño dos veces y al mismo tiempo me crecieron los pantalones hasta los tobillos en un segundo.  Fue una mañana de clima fresco de mi dulce adolescencia en que vi a mamá enfrascarse en uno de sus proyectos del día: ser aprendiz de albañil de la mano del hijo del maestro de albañilería que cumplía en la casa la tarea de reparar un hueco en el área del fregadero de la cocina.

Era un jovencito de 13 años que decía su edad, la cual decía incluso antes de presentarse con su nombre, pensando que así daba un paso más hacia la adultez o aceleraba el reloj de su vida.

Por un lado, mamá estaba inquieta por los regueros que pudiera dejar el muchacho en la cocina, y de buenas a primeras le dispara una pregunta, ¿Cómo haces para empañetar?

Cual si fuera un catedrático bañado de humildad serena le dijo: “usted coge un poco de mezcla con el borde de la plana y lo tira así” …Acto seguido la arena y el cemento se casan, y se van a vivir al hueco más cercano en que cayeron, y es entonces cuando el jovencito comienza a dar forma al empañete.

Mamá quería aprender, y le preguntó al muchacho, ¿-puedo?   Disparó su respuesta de inmediato, y bingo, la doña realizó la acción ante la mirada atónita del muchacho.

Cuando terminaron la tarea el muchacho dijo, “lo malo es que se nos ensuciaron las manos de cemento y de arena. A lo que mamá respondió algo que recordaré toda la vida, “las manos son de cristal”.

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