Víctor Elías Aquino
Oigo voces, despierto o dormido, como si fueran los tráilers de una historia que espera ser contada como parte del destino.
Otras veces, despierto sobresaltado, como con sed, con una necesidad que se sacia con una suela palabra: escribir.
Sonidos que casi traspasan la masa cerebral, casi audibles que se repiten una y otra vez, sabes que la inspiración es calva.
Luces que llegan al cerebro y se combinan con tiempos; es música para los que disfrutan los textos.
Es como el trabajo del cartero que lleva el mensaje, como aquel soldado que llevó un mensaje a García en medio de una guerra, a quien no conocía.
El hecho, relata brevemente la anécdota del soldado estadounidense de nombre Rowan, llamado para entregar, de parte del presidente de Estados Unidos, un mensaje al jefe de los rebeldes, oculto en la sierra cubana, en el curso de la Guerra Hispano-estadounidense, a fines del siglo XIX.
Al escribir, no sé si habla el poeta o el periodista; los dos son muy peligrosos, están peligrosamente armados de un instrumento social: la palabra.
28 lanzas, 28 espadas afiladas, 28 caracteres que combinados pudieron ser útiles para crear joyas como El Quijote de la Mancha, del genio de Miguel de Cervantes que creó el segundo libro más leído.
A veces voy manejando, y la inspiración llega en un semáforo, con perdón del encargado de la Dirección General de Seguridad de Tránsito y Transporte Terrestre, el general de brigada Ernesto Rodríguez García; sobrino de la finada Mercedes Rodríguez, esposa de Danilo Correa.
Intransigente es la inspiración que no tiene horario, ni fecha en el calendario.
Unas veces, vuelvo en sí desde el barro, construyo vasijas como el alfarero. Otras veces, me comporto como un mecánico que sólo pone las piezas en lo que creo es su lugar.
Ya no sé ni quién soy. ¡Vaya usted a ver, y de paso me dice!