La gran parada dominicana neoyorquina

Apostillas Deductivas -2-

Federico Sánchez (FS Fedor)

¿Nostalgia de la Patria o qué…?

A propósito del Gran Desfile que los dominicanos realizan en la Gran Manzana (New York), en los diferentes condados: Manhattan, Bronx, Brooklyn, Queens, recordando en su psiquis histórica la Patria que dejaron atrás, ¿en el olvido, en la nostalgia, en la esperanza del regreso?, quiero expresar algunos pesares y pareceres.

Todo emigrante anda en busca de nuevos horizontes económicos, principalmente, convirtiendo, en principio, su nuevo entorno en una

impiadosa situación de sobrevivencia. A veces pienso que ese desarraigo pudo haber sido motivado por la falta de oportunidad para crecer en su propia tierra. Quizás no. Pero pudo ser algo muy escabroso para ausentarse. El destierro involuntario, el exilio forzado ha de ser inmisericorde; danteano. Nadie lo buscaría por su propio deseo. Siempre será por necesidad perentoria.

Porque no es fácil desprenderse de la tierra natal, donde se ha vivido los principales años de la vida, para tener que irse a otro lar, que en principios es extraño, aún allá tenga familia y algunos que otros amigos o conocidos.

Llegar a una nueva nación podría resultar raro, escabroso, como cuando se viene al mundo, que todo es desconocido, y hay que irse acostumbrando poco a poco al medio ambiente, al sistema familiar, al orden social. En tanto allá lejos será integrase a la política migratoria.

Cuando se va a otra tierra hay que adaptarse al nuevo sistema de vida y copiar y asimilar, imitar, repetir todo lo que hacen el nuevo terruño. Deduzco entonces que se inicia un proceso de demolición mental, y físico: destruyendo, arruinando, desolando, devastando, olvidando todo lo que se ha dejado atrás, y adaptarse, según la circunstancia, y someterse a ese entorno extraño.

Empero, se ha de acomodar, con o sin el orgullo herido, a nueva costumbre, a otros hábitos, a un decir y un condecir, y un vivir y un convivir nuevos, a otro estilo o forma de vida. Y que en el caso de Estados Unidos sería adoptar un forastero tipo de desarrollo cultural, en lo económico y artístico, hasta deportivo, más desarrollado. Quiero decir, inserirse a un diferente espectáculo de una ciudadela grandilocuente, con sus espléndidos rascacielos, que asombran a todo visitante del tercer mundo.

Sí, un convivir y un condecir de nuevo cuño y adaptarse al “American way of life”, y soñar, soñar el ¨Sueño Americano¨. Confabularse con su arrogante, prepotente, presagiado “Manifest destiny”, para no perimir, para no fallecer, y avanzar en el evento oportuno que se presenta. Si es que surge como una excelente oportunidad, y no única opción a seguir a pie juntillas. Adaptarse implica adoptar todo el sistema, espiritual y material.

Y como dice la sentencia “La vida es sólo una y hay que vivirla”, por lo tanto sólo queda una salida, aplicar el sentido común frente a los hechos venideros, sean graciosos, únicos, placenteros, amargos, imposibles de realizar. La idea es aprovechar los aconteceres que se presentan. No se sabe si se van a repetir otra vez.

Hay que tomar el lado bueno de esa nueva tierra, que parece que al principio es un infierno, pero con su nueva perspectiva de posibles beneficios. Al final el emigrante se va acostumbrando. A pesar de tener que llevar la patria por dentro. A contrapelo de que la patria ha quedado despatriada, y que ya no es tan buena patria, y el nuevo destino, manifestado o no, soñado o no. Al inicio confuso, o difuso, el desconocido ambiente, tras el paso del tiempo, se vuelve efusivo, cálido asiento, agradable cama, cómodo sillón, fláccida mecedora, abundante colchoneta para estirarse placenteramente.

La idea es adaptarse y adoptar todo lo que venga y convertirlo en un nuevo modo vivendi. De seguro que con el tiempo venidero, lo que fue deportación forzada, en tanto hubo que irse en contra de su voluntad, se vuelve postración asimilada. Lo que pudo ser éxodo intransitable, se fusiona en caminata tranquila. Lo que fue hégira, riada fugitiva, se trastrueca en una migración de ida y vuelta, aún la vuelta sea a año luz, pero segura.

Supongo que el dominicanyork (y de otras ciudades estadounidenses) después se siente agradecido de la tierra que lo acogió. Al poder resolver sus problemas primarios, más adelante, sonríe a carcajadas limpias y batientes. Después de muchos años trabajando en bodegas o factorías, se siente agradecido. Ese „congratuleicion‟, así como suena, en sonido foráneo, que es más bonito, poco a poco se va transformando. Lo que fue desintegración o disgregación, se fusiona en inclusión o adherencia al nuevo medio. Un pasaporte de ida y vuelta, tras alcanzar la residencia inmensamente buscada.

Entonces, esa tierra hace que el emigrante acuda a toda clase de inmanencia posible, a un imán placentero, a toda clemencia corregible, a fin de conseguir apoyo para la sobrevivencia, para una existencial vida de promisorios amaneceres. Posiblemente una nueva transformación.

Y hace el esfuerzo para que el trueque de lenguas sea más idóneo, ya sea hablándolo bien o haciendo, forjando una jerga bilingüe. O quizás a un menjurje ininteligible en principio o un galimatías insufrible, con propósitos de ser entendido. Y en su gorjeo vocálico la calle la pronuncia estri, y los edificios bildins, y los bajos niveles viales sobweys o metros, y el concho taxis o bus, y a las fábricas ya no le dirá fábricas, sino factorías. Y a los colmados o pulperías, ahora los nombrará bodegas.

De modo que los nuevos vocablos aprendidos y canjeados son pronunciados en castellanos, pero con acento inglés. Ya no se mencionará más mi país, sino mai contry. Y así sucesivamente, escucharemos ¨¨Este yiar caigo por mi contry¨, ¨Iré a tu jaus tumorrou por la tumorrou¨, ¨Quiero que conozca mi birdy¨. Y el ¨jiar y el nau¨ siempre es presente, porque el aquí y el ahora es la ¨niu laife¨.

Y este condecir se extiende hasta los demás estados, junto a los demás que pertenecen a la diáspora, la diáspora dominicana en ¨Niuyor, Niuyersy, Manjatan, Masachuse, Boston, Niuflórida, Michigan¨. Y como dije, todos castellanizados, pero dicho en inglés.

Entonces, sólo entonces, la nostalgia del lar nativo quedará atrás, bien atrás, al tener que asimilar una nueva ¨ciry¨, que ya no una ciudad diferente, con disfrute de su cultura. A un mismo tiempo que aprende otro idioma, rápidamente, con sus ventajas del tecnicismo moderno, comercial.

Por igual, debe afrontar otro comportamiento, otra conducta, y otra idiosincrasia, que no tendría gracia si no se insertan en sus vericuetos, con todo y su gracia del humor continental, que no tropical. En consecuencia, tiene que enfrentarse a otro

estilo de vida, estilando todas sus virtudes. Abocarse, retrotraerse, inmiscuirse en otra forma laboral con su rígido horario, en su dimensión, en sus patrones psicomotores y en su exorbitante sicodelia.

Y en ese ámbito laboral tendría que adecuarse a la distancia del lugar, desde su hogar nuevo, aunque tenga que usar por primera vez, sorprendido y asustado, el

¨sobwey¨ (dicho así, sin fonología definida).

Y por último, y no por ello menos importante, tener que aguantarse improperios, ucases, tropelías verbales, libelos, mandatos, de unas autoridades envalentonadas contra el emigrante, por su condición económica o étnica o tercermundista (con su mulataje afro-indianista, llevado detrás de las orejas, como huella indeleble).

¡Ah, la migración!, qué desarraigo tan terrible. Y ya no sé si es arraigo o desarraigo, ya no sé si es que soy muy apegado a la patria, pero no me gustaría pasar por esa experiencia inmisericorde. Contumaz. Invivible. Es que la patria es la patria, y no hay otra igual. No es que sea patriotero pertinaz ni que ame a los patriotas o a los patricios. Tengo un patriotizar confuso, pero un patriotismo consecuente, un sesgo patriótico inherente a mi ser. Un alma patria, un gesto patrio. Llevo conmigo un patrimonio colectivo por el bien colectivo. Quizás lo vean como un patronímico endémico, chauvinista, pero creo que es algo bien…