Editorial huésped: La inflación nuestra de cada día

El Banco Central ha dado a conocer su medición del índice de precios al consumidor (IPC) de julio pasado, y como habla de una leve tendencia a la baja de la inflación interanual, en algunos ámbitos de opinión, y posiblemente en la calle, el mercado y las tertulias, algunos se pregunten dónde es que están bajando los precios.

La realidad es que una baja pronunciada, al punto de que lleguemos a notarlo, sería muy mala noticia, como la sería que de pronto todos se quedaran en casa y las calles estuvieran despejadas de personas y vehículos.

Un dinamismo social y económico creciente sólo es posible sobre la base de un fermento permanente en las comunidades y en la actividad económica, síntoma de que estamos siendo productivos, de que la gente productiva sale a buscársela, a consumir o a trabajar, hechos en los que se sostiene una demanda permanente de bienes y servicios.

Puede parecer una paradoja, pero el crecimiento de la economía siempre estará acompañado de un cierto grado de inflación.

Lo otro, la caída de los precios, es un desastre peor que ver al gobierno —sea de tal o de cual partido— dando asistencia social por aquí, subsidiando por allá, para evitar que los pobres, por cierto los de menos visibilidad en los ambientes de opinión, pero los de peores efectos sociales cuando protestan, sufran sin algún alivio los efectos de la inflación.

Los precios no van a bajar. ¡No deben bajar! El secreto está en lograr que el bolsillo le dé alcance a la inflación.
¿Recuerda alguien cuando el galón de gasolina costaba 80 pesos a principios del año 2004 y aquello era un escándalo de efectos electorales? Hoy cuesta más de 290 y no se hunde el mundo, ¿porque nos acostumbramos? No, porque el bolsillo alcanzó y sobrepujó los índices de inflación.

Una política macroeconómica acertada, subsidios focalizados y una administración eficiente es cuanto necesitamos.