Bolivia: Golpe de Estado y ajuste de cuentas

Por: Matías Bosch

 “Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos”. Son palabras de Salvador Allende, en su discurso desde el Palacio de la Moneda, asediado por los golpistas el 11 de septiembre de 1973.

El hecho que hoy evoca esas palabras es el derrocamiento de Evo Morales Ayma y de todo su gobierno, incluida la presidenta del Senado, empujados por la aparición de la jefatura policial y militar exigiendo sus renuncias. Casas de funcionarios marcadas y asaltadas, incluyendo la del propio Morales. Grupos de choque con armamento pesado en las calles; asociaciones como la “Juventud Cruceña” que en cámara escenifican el saludo nazi; la profanación del monumento a José Martí en la ciudad de Santa Cruz; militares reprimiendo violentamente. Todo un escenario dramático que Gobiernos, exmandatarios, Premios Nobel, el exsecretario general de la OEA y líderes de distintas latitudes han salido a denunciar sin ambages, a pesar de las excepciones esperables.

¿Cómo entender este acontecimiento?

Nadie podría acusar al gobierno de Evo de hundir a Bolivia en una crisis económica y social: todo lo contrario. Según datos de CEPAL, la economía del país ha crecido en promedio un 4.9%, casi duplicando su tamaño pasando de 16 mil millones de dólares en 2005 a 29 mil millones de dólares en 2018. El PIB per cápita ascendió un 50%, esto es de 1,725 dólares en 2005 a 2,586 en 2018.

En el panorama sudamericano, Bolivia ha sido mirada como una especie de milagro. Lo más destacado es que se lograron estos rendimientos disminuyendo la desigualdad medida con el índice de concentración de Gini. Los bolivianos y bolivianas crecieron mucho en riqueza y además se hicieron un 21% menos desiguales. Así las cosas, en el mismo período la pobreza general disminuyó en 41% y la pobreza extrema en un 47.4%.

¿Fórmula mágica? No: políticas de Estado hacia la recuperación de los recursos naturales (especialmente gas, minerales metálicos y litio), reglas claras ante el poder empresarial y financiero, mayor justicia fiscal y fortalecimiento de los servicios públicos que garantizan derechos humanos y sociales. La más reciente de las políticas fue el lanzamiento del Sistema Único de Salud, para superar la desfinanciación, fragmentación y precariedad de la oferta sanitaria, que ha funcionado según el ingreso, ubicación territorial, tipo de aseguramiento y estrato sociolaboral de los ciudadanos.

Medido como porcentaje del PIB, el gasto público social aumentó de 2005 a 2014 en un 27.1%. Específicamente en salud, 28.1%; en educación, 15.2%; en vivienda y servicios, 51.7%; y protección social, 15.1%. En este período el porcentaje del presupuesto estatal destinado a gasto social aumentó en un 77%, es decir prácticamente duplicó al que existía antes. Véase bien: una economía dinámica, incrementando riqueza, bienestar e igualdad, incluso con la baja de los precios mundiales de las materias primas y cuando varias naciones vecinas entraron en recesión o crecimiento negativo.

Eso es clave para entender por qué Evo gobernó 14 años prácticamente sin crisis de apoyo popular. Los conflictos, por ejemplo los del Oriente boliviano a inicios de su mandato, como luego por la carretera en el Tipnis, tuvieron más que ver con factores de contrapesos de fuerzas y disputas temático/sectoriales, a veces con intereses corporativos y gremiales, más que con legitimidad social y electoral del proceso. Problemas más recientes como el conocido “gasolinazo” fueron desactivados sin mayor dificultad. No obstante, cualquier crispación siempre fue difundida en los mass-media como la prueba del fracaso del “socialismo boliviano” y el advenimiento del “conflicto”.

Más allá de esos enfoques, la defensa de las riquezas nacionales y los derechos del pueblo cuando Evo era líder sindical y de la oposición, se combinó luego con una estabilidad que se manifestó en victorias electorales con un 54% en 2005, 64% en 2009 y 61% en 2014. Además, la refundación política de Bolivia en Estado Plurinacional en 2009 con una nueva Constitución fue apoyada por el 61% de los electores.

En las últimas elecciones, Evo Morales había alcanzado una votación notoriamente menor, pero aun así suficiente para ser el vencedor. Dadas las denuncias opositoras, invitó a la OEA a observar y luego a auditar las votaciones. Cumpliendo a pie juntillas el acuerdo con el organismo, aun cuando la OEA señaló que fue el candidato más votado y sin esperar el informe final, aceptó las recomendaciones y el pasado domingo temprano convocó a nuevas elecciones.

En cuestión de horas, y con un sospechoso silencio de la OEA y de su madrugador Secretario General, que emitió por Twitter un informe preliminar a las 5 de la mañana, fue obligado por las fuerzas militares a renunciar y luego salir al exilio, amenazado de muerte. Este 12 de noviembre, dos días después, el señor Luis Almagro reaparece con la novedad de que, según su interpretación (ausente en el informe institucional), el golpe de Estado lo había ejecutado Evo Morales “el 20 de octubre” ¡El mismo presidente con quien acordó el 30 de octubre la auditoría y el ofrecimiento de recomendaciones para solucionar los conflictos! Cosas veredes, Sancho. ¿Sabían los analistas de la OEA que trabajaban para un informe cuya sentencia política, más que técnica, ya estaba hecha de antemano?

Como no ha habido crisis económica ni quiebre social, hay quienes dicen que todo esto se debe al “afán de Evo Morales por perpetuarse en el poder”; que ello desató un “fraude”, luego las movilizaciones opositoras, como si eso bastara para explicarse los vertiginosos acontecimientos y ahorrarse mayores explicaciones. No puede ser tan simple. Ni los propios auditores de la OEA hablaron jamás de fraude; nadie ha presentado una sola prueba. Mucho antes, el CEPR, con sede en Washington, había constatado la fiabilidad de los resultados y nadie pudo refutar aquello con documentos más convincentes.

Por otro lado, nadie verá militares forzando la renuncia de Angela Merkel en Alemania, quien lleva gobernando exactamente el mismo número de años y en 2017 fue respaldada apenas por el 33% del electorado. Ningún presidente saldría, como Trump, a decir además que este es “un mensaje” para otros gobernantes como si gritara a peones en su finca personal.

Un elemento es clave: como ha dicho Alberto Fernández, presidente electo de Argentina, la era de los golpes de Estado apoyados desde el exterior ha retornado a América Latina. Y podríamos decir con total seguridad que nunca se ha ido: después de las supuestas “transiciones a la democracia”, en 1989 fue invadido Panamá; en 1990 y 1994 hubo dos golpes electorales seguidos en República Dominicana; y posteriormente golpes militares, golpes parlamentarios, fraudes y masacres en Haití, Venezuela, Honduras, Paraguay y Brasil, incluyendo el intento de derrocamiento de Rafael Correa en 2010. Para qué hablar del Estado cuasi policial de Colombia, las violaciones en masa a los Derechos Humanos en Chile en el último mes. O el silencio ante la auto habilitación, fraude y posterior masacre represiva del presidente de facto hondureño Juan Orlando Hernández, partícipe de un narco gobierno; eso sí, activo miembro del “Grupo de Lima” dirigido por Almagro.

Ahora, cuando el hilo constitucional está roto en Bolivia y una dirigenta de derechas de segundo orden como Jeanine Añez, enemiga pública del carácter plurinacional del Estado boliviano y de la bandera Wiphala, pretende asumir la “presidencia” entrando con la Biblia en el palacio de gobierno -foto de grupo incluida- tal vez convenga detenerse en un mensaje que ha circulado en redes sociales, de la autoría de Pepe Mujica, un hombre de cuyo talante republicano, decente y democrático nadie puede dudar:

“Para mí es un golpe de Estado sin vueltas, no hay que darle mucha vuelta, porque hay ultimátum del ejército y la policía está acuartelada y punto; ¿y cómo se llama eso? Después decir que la causa fue eventualmente el fraude, y esto y lo otro, ¿cómo demostrarlo si se habían incendiado una cantidad de mesas y; segundo, qué sentido tiene si cuando se anunció un nuevo evento electoral, la maquinaria golpista no se detuvo? ¿Qué tiene que ver la represión que se hizo sobre casa, familiares, a la vista y consideración de los cuerpos armados de Bolivia? Es evidente que hay un golpe de Estado”.

Y prosigue: “(…) Todo puede ser posible, pero no justifica el linchamiento, las cosas que están pasando (…) Se abría la puerta a un nuevo proceso electoral y a empezar de nuevo, tampoco se quiso optar por el otro camino (…) Bolivia es muy rica, se dice que tiene el 70 % del material imprescindible para hacer las nuevas baterías, todos sabemos que en el mundo hay un cambio energético. No estoy acusando porque no tengo pruebas, estoy desconfiando con la historia (…) lo lamentable es que Bolivia había dado un salto y muchísima de los sectores más humildes, sobre todo los indígenas, habían recogido los frutos de un esfuerzo considerable”.

“Hay gente mezclada en todo esto que tuvo que ver con la propiedad del gas, no sé si están cobrando viejas cuentas, todo eso nos llena de suspicacias. El viejo liberalismo está enfermo, está hackeado, porque el neoliberalismo no tiene ninguna cortapisa de aliarse con actitudes que son fascistoides, eso no es propio del viejo liberalismo…”.

En resumen, faltan muchas explicaciones para entender qué está detrás de este derrocamiento, echando a un lado frases hechas y lugares comunes del liberalismo simplón criticando “la reelección” o la “autocracia”. Hay una historia boliviana, latinoamericana y una geopolítica mundial en juego, y está la vilipendiada pero insoslayable lucha de clases, siempre mirándonos s la cara.

Más allá de los aciertos o fracasos, de las decisiones y cálculos correctos o no de Evo Morales, que cualquiera puede estar en libertad de evaluar, el peso del golpismo vive y pendula sobre América habla y se manifiesta en su sino histórico. Los personajes de derechas que hoy asaltan el poder en Bolivia, la represión en las calles, el oportunismo del mismo Carlos Mesa que ayer representaba en La Haya al gobierno de Morales que hoy califica de “tiranía”, hacen resonar las palabras de Pepe Mujica y nos llevan otra vez a Allende, en aquel último discurso:

“El capital foráneo, el imperialismo, unido a la reacción, creó el clima para que las Fuerzas Armadas rompieran su tradición, (…) el mismo sector social que hoy estará en sus casas, esperando con mano ajena reconquistar el poder para seguir defendiendo sus granjerías y sus privilegios”, dijo el presidente mártir en La Moneda hace 46 años.

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