Apostillas Deductivas -3-

La tolerancia social o individual: una reserva que debemos estimular con un diálogo sincero, democrático…

Federico Sánchez (FS Fedor)

La intolerancia, en nuestro medio y en los últimos tiempos, ha sido carta de presentación de muchos ciudadanos. Avanza como tendencia tanto individual como social. Por cualquier motivo el enfrentamiento surge inevitable. Un gesto inadecuado, una palabra impertinente y atrevida o fuera de tono amable, una mirada confundida con la indiscreción, una indelicadeza verbal, aflora en pugilato entre dos o más sujetos. Se enfrentan, gladiadores o trogloditas insensibles, con arraigo heroico, como ha ocurrido recientemente en un centro comercial, uno, y en una discoteca, otro.

La intolerancia nos acosa incesantemente. Deviene, surge en cualquier instancia de la sociedad. La vemos en los hogares, las escuelas y universidades, en grupos de presión, en partidos políticos, entre países con diferencias ideológicas y/o económicas o con idiosincrasias históricas o étnicas, en clubes culturales: social, artístico o deportivo. La intransigencia se vierte como toda una desgracia de la sociedad, convulsa y aprensiva, en la que vivimos.

Hay personas que no resisten una contradicción, ya sea ideológica, en tanto es una idea emitida sin moderación, o una oposición económica o amorosa, o social. Todo se vale. Lo ideal para esas personas, siendo esto muy pernicioso, es que no deben soportar al contrario. Entonces, ¿cuál debería ser la misión social, inteligente – civilizada- y apropiada, que debemos seguir? Supongo, en un sentido biunívoco, que sería elá.

Dialogar, entiendo, brota del entendimiento entre personas, físicas o jurídicas, a través de la expresión oral o escrita, como derecho, como deber, por cualquier medio. Es fundamental para la democracia en sentido general, y para cualquier instancia o lugar. Las diferencias, expuestas sobre el tapete, deben llegar a un convenio común. Toda convención armoniza las conductas. Quiero decir, concertar en un asunto, importante o nimio, es el paso a seguir en todo diálogo, discusión o acuerdo, entre las ententes sociales o individuales.

¿Cómo abordar una cultura general basada en el principio de la tolerancia, de la transigencia, sin dolo ni orgullo individual, y quizá ni colectivo, en el caso de un país frente a otro? Sencilla, mancomunadamente haciendo prevalecer la paz, la convivencia pacífica. Hacer del diálogo, abierto y sincero, un resorte de distensión entre las partes involucradas.

¿Podemos resignarnos, aplicar la tolerancia y aceptar el reconocimiento de las diferencias, de los puntos de vistas individuales, sometidos a la discusión abierta, como sinónimo de apertura democrática? Pienso que es posible, en tanto toda posibilidad de convivencia pacífica es viable. Ir de la unilateralidad a la acción unificada. Convertir la homogeneidad en reconocimiento de la heterogeneidad. No hay que claudicar a la diversidad de ideas o una idea para aceptar otras, que enriquecen o coadyuvan a mejorar el pensamiento, la solidaridad, la sobrevivencia. Y por demás, la salud mental y física.

Enriquecer la sociedad en sus perfiles de convivencias, de desarrollo y amplitud cultural, es de sano juicio. Convivir para sobrevivir. Dialogar para avanzar en todos los avatares de la vida. Eso es democracia social. Y mucho más.

Ante una crisis económica, y cualquier otra crisis social, como factor declinante, en tanto provoca disfunción social, desasosiego, parálisis, es pasible subsistir. Podemos paliar los inconvenientes a base de conciencia, de voluntad. Si nos atenemos a una plática continua, no contumaz, podríamos lograrlo. Y ver la mejor posibilidad de todas las posibilidades.

Una persona o un Estado compulsivo, centralizado, sin tolerancia a las diferencias, tanto de la mayoría como de la minoría relativa (que también tiene derecho), dificulta el diálogo. Y es que dialogar fortalece nuestra endeble democracia, que actualmente se encuentra en un estatus sutil, tosco, quizá lento en su progresivo avance, pero con la cualidad de ajustarse adecuadamente a los nuevos paradigmas de avenencia sosegada.

Se debe crear la atracción necesaria en cuanto a un diálogo posible. Derribar la cortina de hierro que encierra a muchas personas, instituciones, y hasta naciones, que se niegan a la democracia verdadera. Entendiendo esta situación se podría aprovechar todas las posibilidades y cualidades creativas que nos lleven a un mismo rincón, sin apretujarnos o zaherirnos. El sentido común es arroparse con la coexistencia pacífica, rica en su forma, avanzada en su contenido.

Probablemente, a través de la educación, por todos los medios posibles, se puede ayudar a crear una cultura de diálogo y tolerancia. Y debe implementarse asidua y conscientemente, interna o externamente, como marco jurídico, ético. Como conducta congruente, oportuna, individual y colectiva. Como efecto de dominó, que nos abarque a todos.

Todo tipo de inconducta, de disgregación sicológica o sociológica, persigue fines segregacionistas, desarraigando la convivencia total. Arremete cual poder que proviene de un estado de ánimo en crisis. Con un comportamiento inadecuado de un individuo o un grupo social todos los demás sectores sociales son obligados a girar a su alrededor. Crean átomos para alimentar un núcleo insolidario.

Empero, un giro hacia una democracia participativa, a groso modo, propone armonía económica con pluralidad política. Se vuelve heterogénea. Diversa. Amplia. Crea núcleos rodeados por átomos libres y satisfechos de sus roles. En ese sentido, vale decir que los intereses comunes se sobreponen a los intereses de clases e individualistas, de clanes o castas. Lo contrario sería pervertir la democracia. Los principios no se imponen, olímpica y oligárquicamente. Se discuten y se socializan consensualmente.

Ese apego, ese atisbo democrático, deduzco, nos ofrece un diálogo de concordia de tranquilidad. En consecuencia, es una guía o regla de comportamiento social y moral. Un decálogo, el canon apropiado en donde prevalecen y, a un tiempo, se rigen los

destinos de un conglomerado. Quiero decir, todo un pueblo. Y una nación en sus diversos organismos de gobernanza. Incluye, por demás, a la institución sociológica más pequeña y trascendente de la sociedad: la familia.

El famoso aproche filosófico llamado “Imperativo Categórico”, que tiene como norma la ética universal, sería nuestra conducta general. Y esto así porque el fin principal es la convivencia, el consenso, un proceder semejante de todos tras una mayor fraternidad. Amplia, integral.