Comienza la rebelión republicana contra Trump

Por Francisco Herranz

La declaración de emergencia nacional por parte del presidente de Estados Unidos para desviar fondos y levantar con ese dinero el muro de la vergüenza en la frontera con México ha escandalizado a ciertos sectores moderados del partido que apoya al inquilino de la Casa Blanca.

Tal es el enfado que ya hay al menos cuatro senadores de la bancada azul que piensan votar en contra de esa artimaña del jefe del Estado. Y no son los únicos. La rebelión republicana contra Donald Trump ha comenzado. Aunque todavía es tímida.

Rand Paul, representante republicano por Kentucky en la Cámara Alta, anunció su intención de suscribir la resolución senatorial que rechaza la declaración de emergencia del mandatario e incluso se atrevió a decir que «hasta 10 republicanos más» votarían también a favor. Paul no concretó nombres pero hasta ahora los senadores republicanos que se manifestaron a favor de acabar con la controvertida propuesta adoptada por el presidente fueron Susan Collins (Maine), Thom Tillis (Carolina del Norte) y Lisa Murkowski (Alaska), con lo que se superarían los 51 votos necesarios de mayoría simple para asegurarse el éxito de la moción. El Senado de EEUU cuenta con 100 escaños.

El rechazo del senador Paul evidencia el soterrado enfrentamiento entre Trump y la cúpula conservadora, y afianza la creciente división interna que sufre el Partido Republicano a propósito de la política errática de Washington.

En opinión de Paul, se trata sobre todo de una cuestión de principios. «Creo que [el presidente] está equivocado, no en su política, sino en su búsqueda de expandir los poderes presidenciales por encima de sus límites constitucionales», dijo el político oriundo de Kentucky. «No puedo votar darle al presidente el poder de gastar dinero que no ha sido destinado por el Congreso. Podemos querer más dinero para seguridad fronteriza, pero el Congreso no lo autorizó. Es peligroso eliminar estos controles y contrapesos», explicó en otro momento. Por «controles y contrapesos» («checks and balances», en inglés), Paul se refería al principio, consagrado por la Constitución estadounidense, de equilibrio entre los tres poderes del Estado.

El desafío del Senado se plasmará en una resolución de rechazo que llegará al Despacho Oval a partir de mediados de marzo. Será entonces cuando Trump utilice presumiblemente el poder de veto presidencial —que le otorga la Constitución— para mantener su decreto, un veto que sólo podría ser superado por los dos tercios de los votos de las dos cámaras legislativas, lo cual es altamente improbable que ocurra dado el actual reparto de escaños en el Senado. Esa circunstancia le convertirá en un «presidente imperial», situado por encima del Congreso, un atributo nada democrático y poco ejemplar que se sumará a otras características negativas que ya le caracterizan.

El histriónico y millonario presidente norteamericano ha convertido la política de inmigración en su Santo Grial. En otras palabras, en un tema ideal pero imposible de alcanzar. La construcción de un muro a lo largo de los 3.100 kilómetros de frontera con México ha pasado de ser un plan megalómano a transformarse en una absoluta obsesión, a pesar de que ya existen 1.000 kilómetros de obstáculos instalados, entre vallas, alambradas de espino o barreras contra vehículos.

Trump, a quien tanto le gusta dar titulares a la prensa, dijo que «EEUU no será un campo de inmigrantes ni un centro de internamiento de refugiados». Y por ello no dudó en declarar el estado de emergencia nacional para desviar 6.700 millones de dólares de fondos del Pentágono y del Departamento del Tesoro con el objetivo de levantar el muro, arguyendo que existe una crisis de inmigración ilegal y de entrada de drogas, un argumento doble que no se sostiene realmente con los datos en la mano.

Es cierto que, según las últimas estadísticas aportadas por la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos, más de 76.000 inmigrantes, la gran mayoría de ellos procedentes de América Central, cruzaron la frontera meridional sin autorización sólo en febrero, un número récord de entradas al mes, y que en 2018 llegaron a ser 521.000. Pero esas cifras no son tan altas si se las compara con los 1,64 millones de indocumentados que fueron detenidos en 2000 durante la Presidencia de Bill Clinton. El súbito aumento de ahora se debe al cambio de perfil de los inmigrantes. Antes abundaban los hombres solos; ahora priman familias con niños y jóvenes procedentes de Honduras, Guatemala y El Salvador, huyendo de las bandas armadas o de la sequía.

La segunda razón esgrimida por Trump, la entrada de estupefacientes, no quedará frenada ni mucho menos con el levantamiento de un muro, dadas las rutas de entrada, preferentemente aérea o marítima, que suelen emplear los narcotraficantes para introducir su mercancía ilegal en Estados Unidos. La valla tampoco hará mucho para reducir el volumen de inmigrantes.

El endurecimiento de la política inmigratoria norteamericana está llevando a la gente desesperada que quiere cruzar la frontera a hacer rutas cada vez más peligrosas y apartadas; por ejemplo, en el caso de Antelope Wells, en Nuevo México, un puesto desértico y polvoriento que pertenece al área de El Paso. Muchos de los inmigrantes se entregan voluntariamente a las autoridades estadounidenses pues su objetivo no es otro sino pedir asilo después de escapar de ambientes de extrema violencia o máxima pobreza.

Una de las medidas que ha ampliado la Administración Trump es el ‘metering’ o ‘conteo’, una práctica que permite a los agentes de fronteras limitar el número de peticiones de asilo que se tramitan cada día. Para pedir asilo, los latinoamericanos deben presentarse voluntariamente en los puntos de acceso, lo que provoca enormes aglomeraciones humanas como, por ejemplo, en Tijuana, donde miles de solicitantes esperan en condiciones peligrosas y miserables. Los cruces de frontera de familias que se dan fuera de los puestos de control empezaron a aumentar de forma significativa a partir de mayo-junio de 2018, precisamente cuando se extendió el uso del ‘conteo’. En algunos casos, los cruces son protagonizados por grupos de 100 personas y más que se entregan sin ofrecer resistencia. El ‘conteo’ fuerza a los inmigrantes a cruzar por rutas inhóspitas, sobrecarga las instalaciones y tensa a los agentes fronterizos.

El jefe de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos, Kevin McAleenan, reconoció que las infraestructuras que poseen son incompatibles con esta realidad, porque sus instalaciones no están diseñadas para acoger familias con niños sino sólo adultos. 

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