Septiembre 2018: y la oposición, ¿dónde está?

Al comenzar el mes de agosto escribí un artículo con el mismo título, y una diferencia: el mes. Comencé ese artículo diciendo: “Estamos a menos de dos años de las elecciones municipales, legislativas y presidenciales de 2020. El calendario sería razón suficiente para que existiera ya una alternativa de oposición bien posicionada. ¡Pero no! La oposición sigue en su atolladero”.

Es cierto que al PLD le conviene proclamar que la oposición es débil. Pero asumir que no es débil sería catastrófico para la misma oposición. Por eso, mejor comprender su debilidad que negarla o evadirla.

Al llegar septiembre hay una novedad: en agosto se aprobó la Ley de Partidos. Las principales fuerzas partidarias votaron en el Congreso a favor de ese viejo objetivo. Solo se opusieron los leonelistas y varios partidos minoritarios. En la opinión pública, llevaron la voz cantante en contra los políticos afines a Leonel Fernández, que esperan su retorno como candidato del PLD para volver a la alianza peledeísta (son opositores circunstanciales).

La idea de que el PRM encabezará una gran alianza opositora luce en septiembre más distante que en agosto, no solo porque se quebró el llamado “bloque opositor” por las disputas sobre la Ley de Partidos, sino también porque el PRM no ha logrado aún proyectar una imagen de partido unificado. Hipólito Mejía y Luis Abinader andan cada uno por su lado, un lujo que no pueden darse. Hay un gran trillo por delante.

Una alianza opositora necesita por lo menos tres elementos que la viabilice: 1) el imán de un partido o movimiento que la motive y articule, 2) la renuncia de los posibles aliados al protagonismo de la candidatura presidencial, y 3) un programa político con algunos ejes en común que cautive un segmento importante de la ciudadanía.

Si hay tanto descontento con el Gobierno y el PLD, como se dice, ¿por qué no se concreta esa alianza opositora ya?

Pienso que la explicación radica en que la instalación del Estado asistencial durante las presidencias del PLD, y la expansión de los tentáculos del Estado en los últimos 15 años, han convertido incluso a la oposición en clientes del Estado. La hegemonía del PLD, en un país como la República Dominicana, sin grandes fuerzas sociales de choque y de larga tradición clientelar, ha disminuido los contrarios.

Muchos no se dan cuenta y asumen que la política dominicana actual es similar a la de décadas anteriores. Pero no. Hay cambios importantes.

Primero, más de la mitad de la población se beneficia de programas sociales como la tanta escolar extendida, Solidaridad, SeNaSa, circuitos modernos de transporte con el Metro y el teleférico, y viviendas subsidiadas. Esos programas garantizan un colchón de apoyos al PLD en los sectores populares, que solo se desfondará con una crisis económica que obligue a la austeridad gubernamental.

Segundo, la clase política en general, depende del Estado a través de empleos, asesorías, negocios, obras públicas, pensiones, etc. El PLD comesolo de fines de la década de 1990 se convirtió en el PLD cafetería. Hasta para ganar elecciones, algunos candidatos de la oposición cuentan con el apoyo del Gobierno.

Esa oposición contaminada, por más que se queje y cacaree, no genera encantos ni esperanzas en amplios segmentos de la población; y el PLD, aunque harte e indigne, es el proveedor de muchos votantes y de muchos políticos.

Por eso el desencanto de la ciudadanía no produce un realineamiento electoral de un partido a otro, sino un aumento de la desafección partidaria.

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