Estados Unidos, Canadá y México renegocian el TLCAN

Por Walter Ego

Luego de meses de incertidumbres y declaraciones discordantes a tres bandas este miércoles inició la primera de las siete rondas de conversaciones entre México, Estados Unidos y Canadá para la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).

Con Estados Unidos como anfitrión, esta primera ronda se extenderá hasta el domingo 20 de agosto. La segunda, si un ‘tuit’ intempestivo de Donald Trump no convierte al TLCAN en un derrelicto comercial, tendrá lugar en México hacia el 10 de septiembre. Se espera que todo el proceso negociador concluya antes de que inicien las campañas electorales del 2018 en suelo azteca.

Tras el acto protocolar —fotos y discursos para la prensa en el Hotel Marriot Wardman en Washington D.C., con la presencia de Robert Lighthizer, secretario de Comercio Exterior del país sede; Chrystia Freeland, ministra de Asuntos Exteriores de Canadá, e Idelfonso Guajardo, secretario de Economía de México—, en la mesa de negociaciones se sentarán los grupos de discusión que comandan Kenneth Smith (México), John Melle (EEUU) y Steve Verheul (Canadá).

Smith es el encargado de Comercio de la embajada mexicana en Washington y formó parte del equipo que participó en las negociaciones de las que nació el TLCAN; Melle es un experto en política comercial y actual asistente de Comercio Exterior de Estados Unidos para el Hemisferio Occidental; Verheul, por su parte, fue el principal negociador del Acuerdo Económico y Comercial Global (AECG) suscrito entre Canadá y la Unión Europea a finales del pasado año.El tratado de la discordia

Firmado el 17 de diciembre de 1992 y en vigor desde el 1 de enero de 1994, el TLCAN ha supuesto para México, Estados Unidos y Canadá la creación de un comercio regional en el que se mueven 3.000 millones de dólares diariamente y la posibilidad de acceder a un mercado de 470 millones de personas y a insumos, materias primas, tecnologías y finanzas provenientes de toda la región, así como una predecible reducción en los precios de productos por la disminución o exención de aranceles.

No obstante estos innegables beneficios, la que hoy inició será una renegociación quebradiza condicionada por la espada de Damocles que significa la publicitada decisión del señor #POTUS (President Of The United States) de abandonar el tratado —en apego al artículo 2205 del mismo— si no logra mejoras en un acuerdo que por la pérdida de empleos y la migración de empresas ha catalogado de lastre para la recuperación económica de su país.

Como es previsible, cada parte llega con posiciones claras a la mesa de negociaciones. Si Canadá aboga por incluir en la discusión la problemática del medio ambiente —que a Estados Unidos le tiene sin cuidado, como demostró al abandonar el Acuerdo de París sobre la reducción de los efectos del cambio climático—, México pugna por fortalecer la competitividad en la región, lo que constituye un punto de confrontación con las medidas proteccionistas impulsadas por Donald Trump. En el fondo, el gran problema de la renegociación radica en que México y Canadá piensan en discutir el Tratado sin perder de vista su condición regional y Estados Unidos no piensa más allá de sus fronteras.
De ahí que los primeros hablen de generar empleos en la región y aumentar el comercio dentro de la misma mientras que los estadounidenses miran hacia el ombligo de su déficit comercial y la eliminación de prácticas comerciales que consideran que distorsionan el mercado. De ahí que el éxito de la renegociación —en cuya primera ronda se prevé que los anfitriones coloquen todo su cartapacio de quejas sobre la mesa— radique en buscar los puntos donde se equilibren los consensos y los disensos.

Para México parece evidente que la renegociación del TLCAN no debe centrarse sólo en la defensa a ultranza de los beneficios que éste trajo a su economía —que es una certidumbre por más que algunos insistan en señalar lo contrario—, sino en aprovechar para obtener otros dividendos en rubros que por las circunstancias del país en el momento del estreno del acuerdo no estaba en condiciones de procurarse. El sector energético es uno de ellos. Las reformas impulsadas por el presidente Enrique Peña Nieto —la apertura a la inversión extranjera, por ejemplo— permiten incluirlo como sujeto de una renegociación cuyo éxito es vital para México. La salida de Estados Unidos del TLCAN —a pesar de los planes B enarbolados ante esa eventualidad— sería un duro golpe a la economía mexicana por ser el vecino del norte su principal socio comercial.

Un dato ilustra el punto: en los 23 años de existencia del TLCAN, México le ha vendido a Estados Unidos más productos de los que le ha comprado. Es justo ese déficit comercial el que supone una extraña obsesión para Trump, pues con China, Japón y Alemania el valor de las exportaciones estadounidenses también resulta inferior al de las importaciones, pero #POTUS no va por ahí profiriendo amenazas proteccionistas contra estas potencias. En cambio, en este lado del mapa habla de subir los aranceles a los productos provenientes de México o repatriar empresas asentadas al sur del río Bravo, sobre todo las armadoras de coches.
En su inexplicable obsesión, Trump olvida que si bien la presencia en México de esas plantas armadoras supone una pérdida de empleos para su país por ser más barata la mano de obra en ese lado de la frontera común, ello es justamente lo que le ha permitido a Estados Unidos competir a nivel internacional contra empresas asiáticas y europeas. Y si quiere encontrar razones en su propia tierra para no salirse del TLCAN puede voltear a los estados fronterizos con México que se han beneficiado del mismo.

«Casi 400.000 texanos tienen empleos por el hecho de que existe el TLCAN», reconoció recientemente Jeff Moseley, director ejecutivo de la Texas Association of Business.

Por demás, alguien debiera comentarle a Trump —para que se le pase ese extraño complejo de inferioridad comercial que le aqueja— que también las compañías canadienses de autopartes ocupan a más trabajadores en México y Estados Unidos que los que emplea esa industria en Canadá. Ello según un estudio sobre las repercusiones del TLCAN, cuyas cifras indican que mientras las empresas canadienses emplean a 86.000 trabajadores en fábricas de México y Estados Unidos (150 fábricas en EEUU y 120 en México), en Canadá sólo cuentan con 71.000 trabajadores en ese sector.

Para contener los impulsos secesionistas de Trump habría que recordarle que el comercio bilateral entre Canadá y su país se acerca a los 2.000 millones de dólares diarios (el doble del valor de hace cinco años) y que Canadá, para sorpresa de muchos, se ha convertido desde 1999 (cinco años después de estrenado el TLCAN) en el mayor proveedor de petróleo de Estados Unidos, seguido por Arabia Saudí, Venezuela y México.Arriesgo un pronóstico: si Trump se impone como el mal político que es, si pierde de vista la frondosa diversidad del bosque de la región por fijarse en unos pocos y llamativos árboles blancos, sajones y protestantes que se nutren de su arenga nacionalista, Estados Unidos dejará el TLCAN; en cambio, si escucha a su musa empresarial, si recurre al pragmatismo y realismo de la ‘geometría política’ —’una mesa de tres patas no cojea’ porque los tres puntos de apoyo están contenidos en un único plano (el TLCAN)— se podrá llegar a acuerdos justos y convenientes para todas las partes

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