Los dilemas de la segunda vuelta

Pedro Brieger

Nodal

En las recientes elecciones presidenciales en Ecuador el gobernante Alianza País obtuvo un millón de votos más que CREO, liderado por el banquero Guillermo Lasso. También consiguió la mayoría en la Asamblea Nacional y un contundente apoyo en una consulta popular para evitar que los funcionarios públicos puedan tener dinero en paraísos fiscales.

Sin embargo, el domingo 19 a la noche cuando uno recorría la ciudad de Quito se podía percibir que festejaban los vencidos, y los vencedores se replegaban tristes en vez de salir a festejar. ¿Cómo se explica esta situación?

En el sistema electoral ecuatoriano, un candidato puede triunfar si alcanza el 40 por ciento de los votos y una diferencia de 10 puntos de su más inmediato perseguidor. En la noche del domingo, escrutados más del 80 por ciento de los votos, el candidato de Alianza País -Lenín Moreno- estaba muy cerca de alcanzar el 40 por ciento que le permitía ser electo presidente sin necesidad de una segunda vuelta.

Pero estar muy cerca no es sinónimo de alcanzar la meta. En cambio, el candidato opositor, el banquero Guillermo Lasso, rápidamente se apresuró en sentenciar que habría segunda vuelta y que él la ganaría, y que cualquier otro escenario sería producto del fraude.

En una elección una tendencia es irreversible cuando la diferencia entre los candidatos es tal que no se puede modificar ni siquiera contando hasta el último voto. Sin embargo, en procesos electorales donde se puede vencer por la mínima diferencia es peligroso y arriesgado apresurarse en dictar un veredicto que –por lo general- responde a una maniobra política.

La historia nos brinda ejemplos de ciudadanos que se fueron a acostar con la seguridad de que un candidato había triunfado al cierre de las urnas y a la mañana siguiente se despertaron con un resultado diferente.

¿Por qué en la sede de Alianza País había consternación y caras largas cuando sabían que tendrían más de un millón de votos de diferencia a su favor? Por dos motivos. Por un lado, porque el eje de la campaña electoral fue conseguir más del 40 por ciento de los votos. Por otro lado, y combinado con lo anterior, porque una gran parte de sus adherentes ha sido permeable al discurso opositor de que en una segunda vuelta el triunfo de Lasso es inevitable.

Poco le importó a Lasso recibir un millón de votos menos o que Alianza País consiguiera la mayoría en la Asamblea Nacional. Estaba convencido, y aún lo está, que en la segunda vuelta el triunfo es suyo.

En Ecuador los sectores opositores han logrado construir un “sentido común” de que Alianza País indefectiblemente perderá en la segunda vuelta del 2 de abril. La “aritmética” simplista de este razonamiento es que 60 por ciento de la población votó “contra” la continuidad del proyecto de Rafael Correa. Sin embargo, si uno se deja llevar por esta lógica formal podría decirse también que 70 por ciento votó “contra” el banquero Guillermo Lasso.

El voto a favor o en contra de un candidato tiene múltiples variables en cualquier país, y por lo general donde hay un escenario de una posible segunda vuelta los electores se sienten más libres para votar por alguno de los tantos candidatos que se presentan; en este caso, ocho. Pero la experiencia indica que un balotaje es muy diferente a una elección con varios candidatos porque es uno contra uno. A todo o nada.

De manera muy hábil, la oposición diseñó una estrategia comunicacional que afirmaba de manera contundente que habría segunda vuelta y que cualquier otro escenario era impensable o producto del fraude. Por esta razón la misma noche del domingo cuando todavía no estaban los resultados finales y el presidente Rafael Correa y el candidato Lenín Moreno tomaron como referencia los “exit polls” que los daban ganadores con más del 40 por ciento de los votos, los simpatizantes de Lasso convocaron a movilizarse frente al Consejo Nacional Electoral para denunciar un fraude. Según ellos, Lenín Moreno sólo podía triunfar si había fraude.

Es notable la semejanza entre el discurso de Guillermo Lasso y el de los sectores opositores en Venezuela que insisten hace años que el chavismo está acabado y que el 80 por ciento de la población está en su contra; aunque el chavismo ha ganado todas las elecciones presidenciales desde 1998.

La oposición en Venezuela durante años construyó un sentido común que todos sus partidarios respaldan de manera casi fanática de que el 80 por ciento de la población está en contra del chavismo y la única manera que tiene de triunfar es a través del “fraude”. En esta lógica poco importan los números ni los votos obtenidos ya que se ha sentenciado que si se pierde es porque hay fraude.

Esta lógica es aplicable a la última elección en Ecuador porque antes mismo de la votación los sectores opositores aseguraban que habría segunda vuelta. Sin embargo, ¿cómo se puede anticipar con seguridad un resultado antes de votar? En algunos casos es posible plantearlo si una fuerza política ha construido una hegemonía abrumadora como sucedió durante varios años con Rafael Correa que superaba ampliamente el 50 por ciento de los votos, algo bastante inusual en América Latina y en el mismo Ecuador. Vale la pena recordar algunos datos. En 2000 Lucio Gutiérrez obtuvo el primer lugar con el 20 por ciento de los votos y enfrentó en segunda vuelta a Álvaro Noboa que había obtenido en la primera el 17 por ciento.

En 2006, un poco conocido Rafael Correa obtuvo el 22 por ciento de los votos y venció por amplio margen en la segunda vuelta a Álvaro Noboa, que lo había superado en la primera con el 26 por ciento. Luego, en 2009 y 2013 Correa triunfó con más del 50 por ciento de los votos y una fuerza política arrolladora –Alianza País- como no se veía en décadas en el Ecuador.

Cabe resaltar que el 28 por ciento que ahora obtuvo Lasso es el mejor resultado de un candidato de la derecha ecuatoriana después que Jamil Mahuad consiguiera el 34 por ciento en 1998, o más atrás en el tiempo, Velasco Ibarra en 1968 que obtuvo el 32 por ciento de los votos.

Por otra parte, 55 por ciento de los ecuatorianos respaldó la consulta popular ya mencionada que es 100 x 100 de Correa. Según el periodista ecuatoriano Carlos Rabascall “el resultado de la consulta demuestra que Correa sí participó de las elecciones ya que la consulta obtuvo un amplio respaldo, casi similar al 57 por ciento que obtuvo para ser reelecto presidente en 2013”.

No hay que ser un experto en marketing político para comprender que plantear que “inexorablemente” habrá una segunda vuelta en un contexto de fuerte polarización política (cuando todas las encuestadoras señalan que habrá un resultado estrecho) tiene como único objetivo instalar en la población que si no hay segunda vuelta es porque hubo fraude. Por esto no asombró que una multitud de simpatizantes de Lasso se agolpara frente al Consejo Nacional Electoral la misma noche del escrutinio para presionarlo y para que ratificara aquello que “inexorablemente” debía suceder. Tampoco fue casual que Guillermo Lasso y su compañero de fórmula Andrés Páez se sumaran luego a las movilizaciones sin esperar los resultados finales.

Una vez construido este escenario por la oposición -y los medios de comunicación afines- se le hizo muy difícil al gobierno plantear que había triunfado por más que obtuviera una diferencia mayor al millón de votos, la mayoría absoluta en la Asamblea Nacional y un respaldo superior al 55 por ciento en la consulta popular de un tema que afecta directamente a Guillermo Lasso por haber sido banquero durante varios años.

En este contexto, la batalla del gobierno y de Lenín Moreno por contar hasta el último voto y superar por una minutísima diferencia el 40 por ciento parecía impensable porque sabían que la oposición no lo aceptaría, quedando atrapados en el discurso opositor. Los manifestantes enardecidos que amenazaron con tomar el CNE en nombre de la “democracia” no estaban dispuestos a aceptar ningún resultado que contradijera lo que habían construido como escenario inexorable y mucho menos por pocos votos. Querían a toda costa que el mismo domingo a la noche se declarara la segunda vuelta y si no se hacía era porque había fraude, a pesar de que en muchos países los resultados finales tardan en conocerse, y por lo general se dan los resultados en base a proyecciones.

El recuento voto a voto puede provocar la impugnación de todo el proceso electoral como sucedió en Austria en 2016 cuando se repitieron las elecciones porque un partido judicializó los resultados finales que daban una diferencia de 30 mil votos. Pero tal vez el caso más notable de un triunfo por la mínima diferencia sucedió en la elección presidencial de los Estados Unidos en el año 2000. Por el sistema electoral que tiene la primera potencia mundial cada Estado aporta una cantidad determinada de electores. La indefinición del resultado del Estado de Florida impedía conocer si el Partido Republicano de George Bush (h) había triunfado o si Al Gore al frente del Partido Demócrata alcanzaba los electores necesarios para ser elegido presidente. Durante más de un mes no hubo definición y los demócratas denunciaron a los republicanos por considerar que estaban perpetrando un masivo fraude en un Estado directamente vinculado a la familia Bush. Después de un mes de controversias la Corte Suprema dictaminó que Bush había obtenido el triunfo por escasos 537 votos y que éstos le otorgaban los electores necesarios para alcanzar la presidencia. Y Al Gore lo aceptó.

El problema que se plantea ahora en Ecuador es que esta segunda vuelta será muy diferente a la primera, y por los números en danza es imposible predecir un resultado. Alianza País reconoció las reglas del juego y que no llegó por escasos votos al ya famoso 40 por ciento. La gran pregunta es saber si la oposición está dispuesta a aceptar las reglas de juego y reconocer una victoria de Lenín Moreno si esta se produce por la mínima diferencia como sucedió en los Estados Unidos.

Pero eso, lo sabremos recién el domingo 2 de abril.

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