Soluciones de la ciencia a la alarmante desaparición de las abejas

José L. Álvarez Cedena

La Vanguardia

 

Puede considerarse (aunque no siempre) que un asunto toma importancia cuando el presidente de Estados Unidos se decide a hacer una declaración pública sobre el asunto. Raras veces, excepto en la pantomima habitual con los pavos en Acción de Gracias, las palabras presidenciales tienen que ver con la salud de un animal, y mucho menos con un insecto.

Sin embargo, en junio de 2014, un comunicado de prensa lanzado por la Casa Blanca y aprobado por Barack Obama titulaba “El reto económico al que nos enfrentamos por el descenso de las poblaciones de los polinizadores”. El texto aclaraba cuál era entonces la dimensión de ese reto: “Los insectos polinizadores contribuyen con más de 24.000 millones de dólares a la economía de los Estados Unidos, de los cuales 15.000 millones corresponden al rol vital que juegan las abejas por mantener frutas, nueves y verduras en nuestras dietas”. La advertencia de la Casa Blanca no era nueva. Durante la última década los entomólogos y agricultores ya venían advirtiendo de la preocupante disminución de la población de abejas en el mundo. Un artículo publicado por el Washington Post fijaba en el 42,2% anual las muertes de abejas, frente al habitual 10% de años anteriores. Científicos de todo el mundo llevan tiempo investigando cuáles son las causas de estas muertes y cómo frenarlas para no perder la función vital que juegan estos insectos en el ecosistema del planeta.

Dos de estos científicos son los escoceses Chris Connolly y David Evans. El primero, biólogo e investigador en la universidad de Dundee, centra su trabajo en el impacto que los pesticidas tienen en el comportamiento de las abejas y su influencia en el descenso de las poblaciones. El segundo, dirige el laboratorio que lleva su nombre en la universidad de Sant Andrews, en el que investigan los virus que afectan a las abejas, su transmisión y los riesgos de muerte que conllevan. Ambos coinciden en la gravedad del problema, tanto que podría provocar crisis alimentarias si no se resuelve con celeridad.

Para Evans, la principal causa de la posible extinción de las abejas es que las instituciones no están realmente implicadas en la búsqueda de soluciones. De hecho sí que habría formas para intentar paliar estas pérdidas, pero son excesivamente costosas: “Existen formas en las que puedes usar avances científicos para controlar la salud de las abejas y hay buenos estudios que lo han demostrado. Pero igual que los medicamentos para tratar enfermedades humanas suelen ser caros, la apicultura no es un negocio que ofrezca grandes beneficios. Si eres un apicultor aficionado sólo esperas unos pocos tarros de miel de tu colonia, no quieres gastarte miles y miles de euros para mantener la salud de esas abejas. Así que el problema con la tecnología es que suele ser una solución cara para el problema”. Connoly, por su parte, cree que un primer paso sería limitar y controlar la utilización de pesticidas y químicos en las cosechas para evitar dañar a los insectos. Los grandes intereses económicos de las multinacionales agrícolas hacen de esta idea un camino muy complejo de transitar.

Mientras tanto, desde el campo de la robótica también hay quien afronta el problema de las abejas proponiendo soluciones alternativas. Investigadores de la universidad de Varsovia presentaron recientemente un mini dron polinizador que puede programarse para realizar las mismas tareas que los insectos. Una vía que también está experimentando Monsanto, precisamente una de las compañías agrícolas más poderosas y protagonista de varias polémicas por sus cultivos transgénicos. Tal vez si no lo evitamos, no esté tan lejos la pesadilla de las abejas robóticas asesinas, propuesta por Black Mirror en su capítulo Hated in the Nation de la tercera temporada.

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